El Virus
1
Día del padre
Celebramos en un parque público con lagos artificiales; estamos preparando la comida cuando escuchamos el escalofriante estruendo de un accidente automovilístico a escasos metros de distancia; giramos la cabeza; hay gritos. Buena parte de la valla que limita el parque se ha caído; un hombre, tal vez borracho, se salió de la carretera y acaba de estrellarse con la enrejada de los jardines en donde muchas familias conmemoran el día del padre; por fortuna no hay chicos jugando cerca; corremos a ayudar al conductor; soy el primero en llegar, la escena resulta macabra, no permito que se aproximen mis familiares, pronto llega el auxilio médico. Vamos a otro paraje lejos de ahí, comemos en mesas improvisadas sin poder borrar de nuestro cerebro la impresión del accidente; ya entrada la tarde organizamos un partido de fútbol, participamos hombres, niños y mujeres; comienza a llover; algunos desertan del soccer y van a refugiarse; la mayoría continuamos corriendo detrás de la pelota; la lluvia se vuelve chaparrón; niños y adultos empapados, llenos de adrenalina, disfrutamos el disparate de hacer lo que no debemos; el partido termina, pero la lluvia arrecia; seguimos correteando; cerca, hay un lago artificial de aguas turbias, poblado por decenas de patos que igualmente gozan del aguacero; nos metemos con ropa y zapatos para jugar guerritas de agua; estamos en plena diversión cuando llegan dos policías obesos, parecen muy enojados; me llaman; quieren hablar conmigo; tengo la cabeza llena de lodo y fango; mi primo Héctor se encargó de embadurnarme; salgo del agua sin quitarme los lirios que me cuelgan de las orejas, los niños se ríen; sé que los policías me regañarán por haber comandado la irrupción en el lago; me equivoco, quieren decirme otra cosa: el hombre que chocó con la valla del parque, falleció.
2
El difunto
Θ Nuestro jefe cree que el difunto estaba huyendo de alguien (me dicen los policías) usted lo vio cuando agonizaba; venimos a preguntarle si lo escuchó decir sus últimas palabras; no parece haber tenido motivos para salirse de la carretera. (La conversación me causa molestia). Θ ¡Es día del padre!, (contesto) estamos celebrando, déjenme en paz, ya me había olvidado de ese horrible incidente. Θ ¿Pero el hombre dijo algo? Θ No, no dijo nada. // Empapados, tiritando, familiares y amigos nos despedimos; conduzco el auto a casa sin poder quitar de mi cabeza la imagen del accidentado; se salió por el parabrisas, no llevaba puesto el cinturón; cuando le tomé la mano como para darle ánimos y preguntarle si estaba bien, tosió sangre; fue una de sus últimas convulsiones; tenía el rostro muy rojo y los globos oculares desorbitados; no todos los días se presencia de cerca la muerte de un hombre; me conozco; sé que la espantosa escena me acompañará durante días hasta que la redacte; sólo escribiendo los recuerdos desagradables puedo olvidarme de ellos: aprendí desde joven la “catarsis del escritor”; antes usaba papel y pluma, ahora, computadora. Esta vez, mi práctica no funciona, después de escribir, sigo pensando en el moribundo y soñando con él. Durante tres noches seguidas tengo pesadillas; la cuarta noche, antes de acostarme, siento un piquete en la faringe, como un alfilerazo o una descarga eléctrica; me llevo ambas manos al cuello y salto de la cama; alarmo a mi esposa: Θ ¿Qué pasa? Θ No sé; la garganta me quema. Θ Todos tenemos un poco de tos y gripe por habernos empapado el domingo pasado; descansa, te sentirás mejor. Θ Sí. // Hago el intento, no lo logro; el malestar sube de tono minuto a minuto; cada vez que intento deglutir saliva me contraigo de dolor; estoy en la frontera que divide el mundo rutinario del fantasmal; ignoro que pronto me convertiré en una zombi que se azotará contra las paredes.
3
Monólogo
Θ ¿Qué haces aquí?, ¿otra vez pasaste la noche escribiendo? Θ Sí mi amor, nunca me acosté. Θ ¿Y avanzaste mucho? Θ Bueno, escribí esta frase, la adversidad nos invita a renovarnos y a replantear objetivos, también pensé en el título del nuevo libro, se llamará Luz en la tormenta. Θ ¿Cómo?, ¿sólo escribiste eso?, te noto extraño, ¿por qué hablas como gangoso? Θ ¡Porque estoy grave!, necesito un médico. // Mi esposa me observa con sus libros de trabajo bajo el brazo, se le ha hecho tarde para ir a la universidad; me da un antibiótico de amplio espectro y promete que a medio día, si sigo sintiéndome mal, me acompañará al doctor; sale corriendo, la veo alejarse para atender sus propios asuntos. Hasta este momento ni siquiera sospecho lo que me sucederá; no logro olvidar las últimas sensaciones ligadas a la tragedia: el susto por un horrible ruido de fierros impactándose a corta distancia, el escalofrío por los arañazos de un hombre agonizante que me agarra del brazo con todas sus fuerzas y el tormento por los calambres ácidos en mi garganta. Quiero mantener una actitud positiva; uso mis mejores recursos; digo un monólogo en voz alta: Θ Ninguna adversidad es más fuerte que yo; hay personas que encuentran problemas en cada oportunidad, yo hago lo contrario, hallo oportunidades en los problemas; así que (me aprieto los oídos) ¿cuál es la infeliz, desgraciada, miserable, oportunidad escondida en este maldito problema? (resoplo una y otra vez con rapidez) a ver, cálmate, con un demonio, tú eres un vencedor, te caes, pero no te quedas tirado, así que levántate y encuéntrale sentido a esto; todo sucede por algo, algo, algo, algo (camino en círculos, grito) pero ¿qué?
4
Diagnóstico apático
Paso la mañana dando saltos de angustia con ambas manos sobre el cuello para producirme calor; el calor me calma un poco; cualquiera pensaría que intento ahorcarme; no logro comer ni beber, ni siquiera pasar saliva; en varias horas frente al teclado sólo he escrito miles de signos de admiración; estoy enloqueciendo; apago la computadora y voy al auto, manejo hasta la farmacia, el boticario me sugiere paliativos comerciales. Θ Yo necesito algo más. // Voy a la torre médica; un doctor apático me revisa y dice que tengo algo-itis.Θ No (reniego), esto es más que una infección, créame, no estoy loco ni me gusta hacerme el mártir. // El médico insiste en su diagnóstico; salgo con una receta de antinflamatorios; bajo las escaleras del sanatorio y subo a mi auto; me limpio algunas lágrimas furtivas; el dolor excede los límites que puedo soportar, me atacan espasmos que duran tres o cuatro minutos por tres o cuatro de descanso; los calambres me ensordecen y paralizan la cara; cuando acometen siento que me desmayo; manejo muy despacio por el carril de baja velocidad, algunos conductores me agreden con el claxon, hago esfuerzos por no zigzaguear, por seguir consciente; descubro ante cada ataque que preciso bajar la vista, taparme la boca con la mano y resoplar muy despacio para provocar que el vaho tibio regrese a la garganta y atenúe ligeramente el ardor; me desespero, acelero sin querer, casi pierdo la vía y paso rozando el enrejado de un parque; ¡de un parque!, ¡no puede ser!, los policías me dijeron que el difunto se accidentó porque estaba huyendo; ¿huyendo de qué?, ¿sería posible?, ¿el hombre huía de su propio dolor?, ¡él me contagió del mal que lo llevó a la tumba!
5
Secreciones sospechosas
Conduzco hacia mi casa con suma lentitud repasando detalladamente mis recuerdos; cuando ocurrió el accidente del parque, la gente cercana se alejó del lugar, yo fui el único que corrí al revés, acercándome al hombre que había salido proyectado por el parabrisas; le dije: Θ ¿Está bien?, ¿me escucha? // Pero él se limitó a aferrarse a mi antebrazo como si estuviese a punto de caer por un despeñadero y yo fuese el único asidero que evitara su caída; al principio lo apreté conmovido, pero después me asusté y quise quitarme sus dedos crispados en forma de garras; me clavó las uñas y tosió dos veces; al hacerlo me salpicó sangre a la cara; no pude limpiarme de inmediato, pero detecté en mis labios el sabor metálico de una gota de su sangre tibia; titubeé, tanto por repulsión como por compasión; percibí la presencia de mis hijos y sobrinos detrás de mí, me arranqué las uñas del moribundo y dije: Θ Vámonos de aquí, no vean esto. Θ ¿Qué tienes en la cara, tío? Θ Nada. // Restregué mi rostro con ambas manos y escupí; durante varios minutos seguí percibiendo el desagradable gusto alcalino de la sangre de ese hombre en mi boca. Por fortuna los dos policías obesos que después me sacarían del lago para darme la noticia del fallecimiento del pobre infeliz, llegaron corriendo y se hicieron cargo. Investigo el número telefónico del parque; llamo. Θ Señorita, el domingo pasado hubo un horrible accidente, ¿recuerda?, sí, fue día del padre, un hombre chocó y se mató; yo estuve ahí; necesito su ayuda; me contagió de algo muy malo, la enfermedad que le causó la muerte; sí, ya sé que falleció por el choque, pero entiéndame, él ya venía enfermo desde antes, ¿de qué?, no lo sé, ¡es lo que trato de explicarle!; estoy muy mal y tengo que averiguar… no, no es una broma, ¿usted es sólo la secretaria del gerente y su jefe no está?, por ahí hubiéramos empezado, le dejo mis datos, dígale al gerente que me llame cuanto antes.
6
El desierto
No recibo ninguna llamada, así que vuelvo a marcar Θ ¿Estoy hablando al parque de los lagos?, sí, soy la misma persona de hace rato; ya le conté mi problema ¿quiere que se lo explique de nuevo?, ¿no hace falta?, pues tómelo en serio; ¿cuándo llega su jefe?, ¡eso me dijo hace tres horas!, sí, se lo encargo mucho; es importante. // Cuelgo; percibo que la asistente me cree un lunático; no me comunicarán con el gerente; hay que ir al parque en persona, pero yo no puedo moverme, estoy paralizado; me pongo en cuclillas; miro el reloj, mi esposa no debe tardar en llegar, anhelo verla, aunque sé que de todas formas estaré solo con mis dolores; así se siente un enfermo: solo. Años atrás, después de que operaron a mi madre, la vi sufrir una larga convalecencia; sus hijos y familiares la acompañábamos, pero en realidad le servíamos de poco; desde entonces razoné que cualquier traumatismo, cirugía mayor o dolencia crónica, abaten a tal grado a la persona, que la hacen sentir agotada, débil, sedienta, afligida, a punto de desfallecer, cual si se hallara atravesando el peor desierto; lo curioso de esta analogía es que familiares y amigos del enfermo ¡van junto a él dándole ánimos y consejos desde arriba de un auto, todo terreno, con aire acondicionado, comiendo deliciosas viandas y viendo una pantalla de entretenimiento! Claro, los familiares también sufren porque hubieran querido no verse obligados a desviarse de su carrera por autopistas lisas para tener que disminuir la velocidad y acompañar a su allegado en esas aburridas dunas de arena (¡cómo se pierde tiempo con los enfermos!), pero sólo el enfermo sabe lo que se siente atravesar el desierto a pie. Recuerdo que le dije a mi madre durante su malestar: Θ Veo que estás sufriendo, quisiera ayudarte más, pero no puedo, deberás cruzar el desierto sola mientras tus seres queridos te contemplamos a través de un cristal. (Ella sonrió y respondió): Θ Verlos ahí, aunque sea detrás de ese “cristal”, hace más llevadera mi enfermedad; no se vayan.
Deja una respuesta