Enfócate en resultados

INTRODUCCIÓN

 

La gente necesita saber. 

Pero no lo que le enseñan en la escuela.

Por desgracia, a pesar de los grandes avances del mundo, la educación sigue haciendo énfasis en las materias académicas de siempre (técnicas, científicas, matemáticas, de humanidades). 

Pero las nuevas generaciones tienen hambre de saber cómo negociar, cómo ganar y gestionar dinero, cómo posicionar su nombre para hacerlo una “marca” confiable, cómo expresarse para convencer. Esos conocimientos aplicables a la vida y al trabajo desafortunadamente no se aprenden en el bachillerato ni en las universidades típicas. Y la gente los busca por su cuenta.

Además (hay otro problema), las personas comunes ya no leen. Aprenden viendo videos en el celular, usando aplicaciones y redes sociales. El conocimiento de temas valiosos se difunde en cápsulas informales de entretenimiento. Eso genera un aprendizaje pobre y disociado.

Hablemos sobre resultados.

Lo primero es entender que todos los resultados provienen de dos factores fundamentales: personas y procesos

Si en un lugar no hay crecimiento solo puede deberse a cualquiera de estos dos factores. O a los dos. Incluso todo problema en una empresa u organización nos lleva siempre al mismo embudo. Y disyuntiva. Personas y procesos

Aquí aprenderemos a ser personas de alto rendimiento, y a realizar procesos efectivos. ¿Para qué? Para lograr lo que llamamos designios mer: dinero, prestigio, fortaleza y poder. Crecer en esas cuatro áreas también nos brindará mayor libertad y tiempo libre. Por todos lados ganamos. 

Aprende el método y enséñalo.

Si eres maestro, directivo o coordinador académico de una escuela de nivel medio superior, superior o posgrado; si eres conferencista, coach de vida o de negocios, empresario, capacitador, o si tienes injerencia en el entrenamiento de un equipo, enseña los conceptos de este libro. Tienes en tus manos un material diseñado para que, quien lo estudie y haga los ejercicios propuestos, viva un cambio positivo en su ritmo productivo. Está pensado como herramienta para autodidactas, maestros y conferencistas. Puede ser un curso completo de liderazgo, marca personal, administración moderna, máximo rendimiento, empowerment profesional, planeación, alcance de metas, alta productividad, etcétera. Ponle al curso el nombre que quieras, pero tómalo, impártelo, promuévelo, hazlo realidad. Tu gente lo necesita. La gente lo necesita. 

El mundo ha cambiado. 

Por lo tanto, la educación y la capacitación deben cambiar. No podemos seguir usando los mismos contenidos de siempre. En este libro encontrarás información fresca, moderna, hecha a la medida de las necesidades urgentes de hoy. 

Si eres autodidacta, aprenderás el método de forma personal y directa. Si eres líder puedes impartir un curso. Está conformado por tres bloques de siete sesiones y un examen cada uno. Puedes repartir las 24 sesiones en un semestre, un cuatrimestre, un trimestre o una semana intensiva. 

¿Te animas? Ya estás aquí. 

Démonos un apretón de manos a la distancia. Te propongo esto: voy a darte lo mejor de mí a cambio de que quieras estudiarlo y aplicarlo. Si ambos lo hacemos, te garantizo que nuestros resultados van a mejorar (en ti, en mí, en nuestros equipos de vida y trabajo). Y eso, amigo, amiga, es lo que de verdad importa

Te mando un abrazo

Carlos Cuauhtémoc Sánchez

 

 

 

 

 

Primera parte

PERSONAS

Cuando algo va mal en una marca, ya sea individual o corporativa, el problema solo puede tener dos orígenes: personas o procesos. Durante la primera parte de este libro estudiamos a las personas.

 

 

 

 

 

Primera sesión

MENTALIDAD DE GOLEADOR

Nota para el maestro/conferencista: Imparte a tus alumnos una conferencia de una duración aproximada de 30 minutos basada en la información de este capítulo. El propósito es explicarles la importancia de generar resultados (goles) en todo lo que hagan. Dales ejemplos (o muéstrales videos) de deportistas que fallan, operadores que causan accidentes, o personas que hacen mal su trabajo. También háblales de los buenos resultados de gente que ha cambiado el mundo. Pídeles que hagan los ejercicios del capítulo, hazlos participar y resuelve sus dudas.

Los dueños de un equipo en España estaban desesperados porque sus jugadores no metían goles. Sabían que si seguían con esa racha de fracasos terminarían siendo expulsados de la liguilla. Entonces decidieron invertir millones de dólares para contratar a cuatro futbolistas extranjeros: dos centrales y dos delanteros. Con esa nueva alineación, los dueños creían que lograrían revertir la suerte del equipo. Pero no fue así. Los jugadores nuevos tenían una historia de rivalidades y odio entre ellos. Ocurrió lo impensable. A pesar de sus buenas referencias y su impecable historial, no pudieron meter goles en toda la temporada. El equipo descendió a segunda división.

DIFERENTES GOLES PARA DIFERENTES PERSONAS

Los partidos solo se ganan con goles. 

Cada individuo juega un juego distinto. Los goles del futbolista no tienen nada que ver con los del contador, el albañil, el vendedor, la maestra, el estudiante, el cocinero, el ama de casa; cada ser humano se encuentra en un partido diferente, pero todos ellos están obligados a meter sus goles.

Considerando el juego que tú juegas en la vida, ¿cuáles son los goles que debes meter?, ¿qué tendrías que hacer en una jornada para que pudieras decir que has anotado un gol y que vas ganando el partido? La respuesta para cada persona es distinta. 

Todos los equipos de trabajo deben tenerlo claro. ¿Cuáles son sus goles de cada día? Si la gente no sabe en qué momento anotará un gol, no jugará con entusiasmo. 

Tener una mentalidad enfocada en resultados es: vivir cada minuto sabiendo que todo lo que hacemos tiene un único propósito: meter goles. Por increíble que parezca, muchas personas no entienden algo tan elemental. 

Los goles no son retrospectivos; los que metimos hace un mes no sirven para ganar el partido de hoy. La calidad de un artista no se mide por su historial, sino por su último concierto. El currículo solo enseña lo que hicimos en el pasado, pero no es una garantía de lo que podemos hacer en el presente. Tener diplomas, títulos y premios es inútil si no generamos resultados ahora.

DESIGNIOS MER 

Participamos en cuatro torneos de copa: en los designios MER (Mentalidad Enfocada en Resultados). Les llamamos designios porque son “propósitos de entendimiento que designamos como resultados cúspide”. Son cuatro: 

  1. Dinero
  2. Prestigio 
  3. Fortaleza 
  4. Poder

Los cuatro designios MER se pueden medir: cuánto dinero hay en nuestra cuenta, cuánto valen los activos que tenemos, cuánta gente nos admira y respeta; cuánta fuerza mental y física tenemos; en cuántas personas influimos. En este curso vamos a aprender a subir nuestros números. Y a medirlos.

DOS DIMENSIONES DE ACCIÓN

A Jorge no le gustaba trabajar en ese lugar. Veía tantas fallas que siempre estaba enojado y hablando mal de su compañía. Decía: 

―¡Detesto este sitio, es horrible, el ambiente laboral es pésimo, hay desorden y errores! Me avergüenza trabajar aquí.

Un día el director lo mandó llamar y le dijo:

―Jorge, nuestra empresa entrará a un concurso con otras; será evaluada por las autoridades. Quiero pedirte que nos ayudes y nos digas qué podemos hacer para mejorar. Presenta propuestas y cambios. Yo te apoyo. 

Jorge quiso protestar, pero el director se le acercó y lo miró a la cara: 

―Óyeme bien, Jorge. Tú no metes autogoles ni juegas en este equipo para hacernos daño. Juegas aquí para hacernos ganar. 

Jorge se quedó estático, sin habla. Salió de la oficina caminando despacio. Volteó alrededor. Respiró hondo. La mala notica era que había mucho por hacer; la buena, que él estaba ahí.

Todos trabajamos en dos dimensiones: INDIVIDUAL Y ORGANIZACIONAL. 

Dimensión individual:es obligatoria porque no podemos renunciar a ella, representa nuestro propio progreso, nuestra marca personal. ¿Cuánto gano yo?, ¿cuánto crezco yo?, ¿cuánto poder tengo yo?

Dimensión organizacional:son las organizaciones a las que pertenecemos; familia, matrimonio, club, iglesia, escuela, empresa. Podríamos renunciar a ellas si quisiéramos. Pero en realidad las necesitamos. Y nos necesitan. Son nuestros equipos. 

Si eres independiente trabajas para ti; como individuo solitario y aislado los goles que anotes te beneficiarán solo a ti. Pero si en algún momento contratas empleados, decides alquilarte como asalariado, decides unirte a una iglesia, casarte o formar parte de cualquier organización, entonces automáticamente los goles que anotes ya no solo te beneficiarán a ti, sino a tu equipo también. 

Haciendo crecer a tu equipo, tú crecerás. Y viceversa. Creciendo tú, tu equipo crecerá. Serás responsable del éxito de ambos

Tu misión en la vida es, pues, generar resultados que te beneficien tanto a ti como a las organizaciones a las que perteneces. 

EL PODER DEL ENFOQUE

La gente común vive distraída, haciendo mil cosas a la vez, llevando a cabo procedimientos largos para justificar su permanencia insignificante y aburrida en un lugar. En términos de futbol, a las personas les gusta lucirse dando pases laterales en vez de meter goles.  

Martha fue al hospital. Le dolía la espalda; casi no podía caminar. El médico en turno la obligó a esperar dos horas en la recepción. Luego, su asistente la pasó a una salita para hacerle un larguísimo cuestionario. Por fin el médico la atendió, y le pidió una enorme lista de exámenes de laboratorio. Martha tardó varios días en reunirlos. Mientras tanto, seguía sin poder caminar. Dos semanas después volvió a visitar al médico. Él le explicó que su padecimiento podía tener varias causas: mala nutrición, lesiones, o incluso enfermedades raras. Le pidió más exámenes, y mientras tanto le sugirió que se alimentara sanamente. Días después, al fin le dijo que su dolencia era producto de condiciones hereditarias y le describió un pronóstico aterrador. También le comentó que había descubierto que sus arterias estaban tapadas, y que debería someterse a un cateterismo. Martha lo miró con lágrimas en los ojos. Se dijo para sí misma: “Qué médico más inepto y fantoche; me hizo gastar dinero y tiempo para acabar diciéndome que me quiere operar de otra cosa diferente”. 

Se puso de pie para retirarse. El doctor le insistió:

―¿Cuándo le programo su próxima cita? ¿No quiere darme un anticipo para la cirugía?

CULTURA DE HABLAR MUCHO Y HACER POCO

Es casi un problema cultural. La gente quiere aparentar que sabe, pero no hace nada. Mientras más ególatra sea un individuo, hablará más y actuará menos. Hay muchos como estos:

Críticos de libros (según ellos, expertos en letras) que no saben escribir. 

Arquitectos que hablan de espacios, luces, ubicaciones, y no construyen. 

Abogados que conocen normas y códigos legales, pero pierden los juicios.

Médicos que cobran honorarios por procedimientos que el paciente no necesita.

Vendedores a los que les encanta hacer análisis del mercado y estudios de cómo podrían vender, y no cierran ventas.

Trabajadores que cobran por día y alargan las horas sin terminar sus pendientes. 

Demasiados individuos hablan mucho y hacen poco: adeptos a diagnósticos fatalistas, expertos en decir por qué todo está mal y por qué (no es su responsabilidad, claro) será tan difícil corregir el rumbo. Muchos logran ser contratados porque enarbolan pronósticos oscurantistas (y dicen que solo ellos conocen soluciones), pero después de unos meses los patrones se dan cuenta de que cometieron el error de contratar a otro (¡otro más!) de los millones de habladores que solo son buenos para dar excusas. 

Martha cambió de médico. Este nuevo doctor salió a recibirla personalmente. Casi no la hizo esperar. De inmediato se centró en darle una solución a su dolor de espalda. Le hizo preguntas específicas. Aguzó sus sentidos y echó mano de toda su experiencia para determinar las posibles causas. Le hizo estudios ahí mismo. En menos de sesenta minutos ya tenía un diagnóstico preciso. Le explicó a Martha el problema, pero le habló también de soluciones. Le recetó un tratamiento específico. 

Casi de inmediato ella se sintió mejor. 

Martha se volvió su paciente habitual y lo recomendó con todas sus amigas.

Es una pena decirlo: hay pocos médicos así. Y también pocos estudiantes, abogados, ingenieros y administradores. Poca gente progresa. A la persona que logra resultados los clientes la aman, los jefes la cuidan, la organización la valora. 

¿Queremos progresar? Enfoquémonos en los resultados.

EVIDENCIA DE APRENDIZAJE

Nota para el maestro/conferencista: Pide a tus alumnos que escriban respuestas amplias para las siguientes preguntas. Después pídeles que compartan sus respuestas entre ellos o frente a toda la clase. Haz que la dinámica genere nuevos propósitos de acción. 

Considerando el juego que tú juegas en la vida, ¿cuáles son los goles que debes meter?, ¿qué tendrías que hacer en una jornada para poder decir que has anotado un gol y que vas ganando el partido? 

Haz una lista de diez diferentes trabajos que conozcas. Para cada uno de ellos escribe cuáles serían los logros que el trabajador debería alcanzar para considerar que ha metido un gol.

Escribe cuál es tu posición en cuanto a designios mer. ¿Cómo consideras que se encuentra ranqueada tu marca personal en cuanto a dinero, prestigio, fortaleza y poder?

¿Cuáles son las organizaciones de las que formas parte? ¿Qué puedes hacer para ayudar a que crezcan esas organizaciones y ganen los equipos a los que perteneces?

Relata una anécdota real en la que hayas visto a una persona que habla mucho y no hace nada. INTRODUCCIÓN

Juventud en éxtasis 2

1

El coche de Cynthia Citlalli estaba descompuesto, así que Efrén fue por ella a la universidad. Estacionó el auto cerca y, mientras esperaba, observó la salida de los alumnos. Eran muchos. Una motocicleta llegó y se detuvo frente a la puerta; su conductor se quitó el casco, sacudió la cabeza y se aliñó el pelo con los dedos. Dos bellas chicas se acercaron al motociclista. Comenzaron a charlar. Después de media hora, la calle se quedó solitaria, excepto por los tres jóvenes. Las muchachas se habían subido a la moto para jugar con el manubrio y el cortejador les enseñaba cómo conducir.

Cynthia Citlalli apareció. Efrén la saludó con la mano. Ella cruzó la calle.

—Hola, papá —lo besó en la mejilla.

—Hola, amor. Tardaste en salir.

—Estuve charlando con la directora. Leyó nuestro libro. Quería preguntarme algunas cosas. Saber si era cierto lo de mi abuelo Asaf y la forma en que conociste a mi madre. Ya te imaginas, no tengo mucha privacidad desde que se publicó esa historia.

Efrén condujo muy despacio camino a casa. Tomó el carril lateral del Periférico. La motocicleta con el galán y las dos jovencitas pasó junto a ellos. Las chicas no traían casco.

—¡Mira, hija! Esos muchachos acaban de conocerse y ahora van a dar un paseo al estilo club sándwich.

El tráfico estaba casi detenido unos metros adelante y les dieron alcance.

—Son compañeras de mi salón.

—¿Y el joven?

—Nunca lo había visto.

Los autos comenzaron a avanzar, la motocicleta se abrió paso. La siguieron con la mirada y advirtieron cómo disminuyó su velocidad para doblar a la derecha en la entrada de un motel.

—¿Viste lo que yo?

—Sí.

—¿Crees que tus amigas lo estén haciendo por su propia voluntad? ¿No necesitarán ayuda?

Cynthia Citlalli dudó, sacó su teléfono celular y buscó en el directorio. Apretó la tecla para marcar. No obtuvo respuesta. Minutos después insistió.

—Hola. ¿Sonia? Habla Cynthia. ¿Cómo estás? ¿Bien? ¿De verdad? No, por nada; es que hace mucho no te veo; ¿de qué te ríes? ¿Te están haciendo cosquillas? Bueno, luego te hablo.

Cynthia guardó su celular. Levantó las cejas como disculpándose por la conducta de sus amigas.

—¿Sabes? —comentó Efrén—, hicimos bien en imprimir algunas copias de nuestra historia.

—Sí… pero… —se detuvo.

—¿Pero..?

Juventud es una novela. Los conceptos se subordinan a la trama y eso provoca que algunos malinterpreten el mensaje. Lo atacan tomando frases fuera de contexto sin considerar que los personajes viven un proceso de cambio.

Su voz sonaba afligida. Hablaba de retórica pero en realidad parecía querer hablar de otra cosa.

—¿Qué sugieres?

—Papá, ayúdame a estudiar el libro. Me lo diste cuando tenía quince años y tal vez no lo he comprendido del todo —bajó la voz con angustia—. ¿Cómo te explicaré? Yo… me siento muy honrada de que hayas escrito todo eso para mí, pero... —hizo una pausa; la voz le falseó un poco—. Pero tengo miedo de decepcionarte.

Llegaron a la casa. Efrén detuvo el auto junto a la acera y se volvió para mirar a su hija.

—¿Qué te sucede?

Los ojos de Cynthia se llenaron de lágrimas. Permaneció callada.

—¿Tú de veras crees... —comenzó a preguntar titubeando—, que los jóvenes no deberíamos tener relaciones sexuales hasta casarnos? ¿De verdad lo crees?

—¿Por qué me preguntas eso?

—¡Ya nadie piensa así!

—Es cierto; los tiempos cambian, pero existen principios de actos y consecuencias que nunca cambiarán…

—Papá, si organizaras los conceptos de otra forma, tú sabes, con más objetividad, en tono más científico, podrías preparar un seminario. Mis compañeros lo necesitan… Yo también… ¡Somos estudiantes del segundo año de medicina!, pero, ¿sabías que Sonia ya estuvo embarazada una vez y abortó...? ¿Sabías que proviene de una familia muy religiosa? ¿Sabías que el hijo de la directora estudia en mi grupo y tiene la más sucia colección de pornografía impresa que puedas imaginar? ¿Sabías que en la universidad hubo, hace poco, una epidemia de blenorragia? Papá, ¡entre compañeros se recomiendan antibióticos como si se tratara de dulces!

—Te noto muy alterada, ¿qué te pasa exactamente? Dime la verdad.

Mantuvo la mirada en el suelo.

—No es nada.

La chica salió del auto. Entró a la casa. Efrén la siguió.

Dhamar estaba en la sala; los saludó; Cynthia pasó de largo y se dirigió a su habitación.

—¿Qué le sucede?

—No lo sé.

—Voy a hablar con ella.

Era obvio que Cynthia enfrentaba algún problema relacionado con su sexualidad y no le tenía la suficiente confianza a su padre para compartírselo.

Efrén se sentó en la cocina a tomar un refresco. Siempre le había sido difícil acercarse a su hija. Recordó cuando ella era bebé. Caminó a su archivo y buscó una hoja que redactó para Cynthia a los pocos días de su nacimiento. La leyó reviviendo los sentimientos encontrados de un hombre que desde los inicios no sabe cómo lidiar con la paternidad.

Hija:

Eres un bebé, un bebé muy pequeño. Tienes apenas diez días de nacida y fuiste prematura, así que eres más pequeña que los bebés normales, pero yo sé que crecerás y serás el mayor orgullo de mi vida.

Estoy a solas contigo en mi habitación. No lo sabes, pero me encuentro aquí, atento a cada movimiento tuyo.

Quiero escribirte porque de algún modo tengo que desahogarme de esta emoción tan fuerte que me daña.

A veces te hablo, te digo con reservas todo lo que te amo. La euforia me inunda y entonces bajo la cabeza para besar tus piecitos y mirarte largamente.

No lo hago muy seguido porque casi no tengo la oportunidad de estar solo contigo. Apenas me encierro para disfrutarte, entra mi esposa o mi suegra y comienzan a hablarte como si fueras tonta y a hacerte ruiditos nasales o cantos absurdos. No sé por qué me molesta tanto que te traten así. A veces me da la impresión de que las visitas te miran como un juguete con vida, motivo de festejos y juegos. Mi cielo, ¡siento tantos celos de la gente que viene, te habla boberías, te da de comer y me aparta como si fuera el hombre inútil que no sabe cómo tratar a un bebé!

Cynthia, cuando te vi por primera vez sentí miedo, sentí la obligación de trabajar más fuerte, de esforzarme para darte lo mejor. Ahora, todo lo que pienso, hago y digo las veinticuatro horas del día, bien o mal, es para ti. Quiero decirte que has cambiado mi vida, que te esperé siempre, que soy el hombre más feliz de la Tierra porque estás aquí, conmigo, en esta habitación. Mi vida, que no me importa que sean las dos de la madrugada, te disfruto y te gozo aun dormida. Por primera vez siento la extraordinaria maravilla de ser padre...

Efrén volvió a guardar el documento y caminó hacia el cuarto en el que su esposa y su hija se habían encontrado por casi una hora. Tocó la puerta.

Dhamar abrió.

—No sé de qué hablan, pero déjenme participar.

Su esposa asintió.

—Platica con Cynthia —dijo Dhamar abandonando el recinto.

Padre e hija se quedaron solos. Ella estaba sentada en la cama con la cara agachada.

—Papá, perdóname...

—¿Qué pasa?

—Tú sabes que Ricardo y yo teníamos planes de casarnos... lo hice por amor… creí en él.

Efrén asintió. En su juventud también fue un donjuán. Sedujo a varias chicas de la edad de Cynthia, semejantes en muchos aspectos a ella. Todo se veía tan diferente desde ese lado... Antaño como un conquistador, ahora como el padre de una joven conquistada.

—No creas que soy como mis compañeras de la motocicleta, papá —el tono de la chica era casi inaudible—. Pero tampoco soy como a ti te gustaría.

Sus palabras mostraban una angustia legítima.

—Tranquilízate, hija… —su voz era amorosa, pero se hallaba desconcertado al ver a su pequeña angustiada por haberse entregado a destiempo. Le extendió un pañuelo para que limpiara sus lágrimas.

—Lo hice por amor... —insistió—. Yo quería casarme con Ricardo.

—¿Y ahora dónde está él?

—Se alejó de mí…

—Deseaba sólo tu cuerpo.

—¿Por qué? ¿Por qué los hombres son así?

El novio de Cynthia siempre aparentó ser un joven serio... Pero dicen que los caballos más mansos son los que dan el peor golpe, por la confianza que inspiran. Lo mismo ocurre con los seres humanos.

—Hija, alguna vez te escribí que si llegabas a tener relaciones sexuales antes de casarte respetaría tus decisiones sin importar que estuviera o no de acuerdo con ellas...

—Sé el párrafo de memoria: “Te querré siempre igual, pero si eliges entregar tu cuerpo hazlo con el conocimiento de lo amargo que vendrá y no sólo de lo dulce del presente”.

Efrén se sentó junto a ella. Por algunos segundos no hablaron.

—Te amo, pequeña.

—¿Todavía?

—Más que nunca.

Se abrazaron.

El huracán llegó inesperadamente. Ignoraban que era sólo el comienzo.

2

Al día siguiente, mientras intentaba concentrarse en el trabajo de la oficina, llegó la siguiente embestida del tifón. La secretaria de Efrén lo llamó por el intercomunicador con voz tensa:

—Señor Alvear, le llama su hija por teléfono.

Apretó el botón de la línea.

—¿Cynthia?

—¡Papá, necesito que vengas a la escuela!

—¿Qué pasa?

—Es importante que vengas. Ya estamos bien.

La última frase lo hizo saltar. ¿Estaban bien? ¿De qué?

—Voy para allá.

—Búscame en la cafetería. Entra por la puerta de atrás.

Salió corriendo. Su mente imaginaba mil posibilidades. Tal vez se trataba de un asalto, un incendio, un derrumbe...

Manejó con rapidez. Al llegar a la universidad se dio cuenta de que sus sospechas eran reales. Dos pipas de bomberos estaban frente al edificio. Varios policías desviaban el tráfico. Los autos avanzaban lentamente. Después de unos minutos eternos, logró estacionarse, bajó del coche a toda prisa y cruzó la avenida esquivando vehículos. El acceso principal de la escuela estaba cerrado; la banqueta, acordonada; rodeó a bomberos y policías para correr hacia la puerta de atrás. Esquivó con dificultad el río humano que caminaba en sentido contrario y llegó a la cafetería. Cynthia, de pie en el rincón, hablaba con una chica que estaba sentada con la cabeza hundida.

—Hija, ¿qué pasa?

—Alguien arrojó una bomba casera a la puerta de la escuela.

—¿Cómo?

—No era tan potente como para matar a alguien. Pero dos estudiantes sufrieron quemaduras.

—¿Por qué? ¿Aquí?

—Sonia cree que querían lastimarla a ella —se refirió a la chica sentada a su lado—. Mira, papá; te presento a Sonia.

—Hola —Efrén la saludó de mano—. No entiendo.

—Un motociclista pasó frente a la universidad a toda velocidad. Sonia y yo estábamos platicando cuando lo vimos. Ella se puso un poco nerviosa. Entonces regresamos a la escuela. El sujeto pasó otra vez y arrojó la bomba.

—¿Reconociste al muchacho, Sonia? ¿Quién es?

Hubo un largo silencio. Cynthia aguantó la respiración.

—Papá... es el mismo motociclista que vimos ayer.

—¿El que llevó a tus dos compañeras al motel?

Asintió.

—¿Y tú, Sonia? ¿Lo conocías desde antes?

—Lo conocí ayer.

Efrén recordó:

— ¿Sabías que Sonia ya estuvo embarazada una vez y abortó...?

La muchacha habló sin poder detener el temblor de su cuerpo:

—Señor Efrén, por favor, no se lo diga a nadie...

Tenía al menos que decírselo a Dhamar. La invitó a cenar. Camino al restaurante la puso al tanto de los acontecimientos.

Llegaron al mismo restaurante escondido, de luz tenue y abundante ornamentación vegetal, en el que, muchos años antes, le declaró su amor. El lugar no había cambiado.

En esa ocasión, el estado de ánimo de la pareja distaba mucho de ser romántico.

—Estoy preocupado —le dijo él apenas tomaron asiento.

—Yo también —dijo Dhamar—. Nuestra hija tiene sobre ella una influencia que puede perjudicarla.

—Sí. Hace años me ayudaste a escribir nuestras vivencias entretejidas con las enseñanzas que aprendimos de uno de los mejores terapeutas sexuales de nuestra época. Nos basamos en investigaciones e informes científicos y creímos que con eso habíamos cumplido nuestra parte en la educación sexual de nuestra hija, pero nos equivocamos. La teoría no es suficiente. Lo que tú y yo vivimos en la juventud no puede compararse en nada con lo que Cynthia y sus amigas viven ahora. Los tiempos han cambiado.

Dhamar ordenó un café. Efrén la miró. Después de tantos años de haberle declarado su amor en ese mismo lugar, se seguía sintiendo cada vez más atraído por ella. Era psicóloga especializada en terapia para el manejo de duelos y dirigía un prestigioso consultorio.

—Tengo una paciente que se llama Laura, con sida. Cuando la veo no puedo evitar pensar en Cynthia. Son de la misma edad y se parecen físicamente. Laura no ha querido decírselo a sus padres. Está tan abatida que ha intentado suicidarse... En mi consultorio lo veo todo el tiempo. Los jóvenes se encuentran inmersos en una guerra, sin armas para defenderse. Les hemos dado información, pero no formación; les hemos dado la vida pero no les hemos enseñado a vivirla; conocen técnicas pero no ética.

—Tienes razón.

—¿Platicaste con Sonia?

—Sí.

—¿Qué te dijo?

—Textualmente confesó: “Magdalena y yo salimos con ese muchacho de la motocicleta ayer. Pero la cosa se puso muy fea. Apenas nos encerramos en la habitación, el hombre nos ató y nos vendó los ojos. Creímos que estaba jugando, pero luego comenzó a golpear a Magdalena. Traté de desatarme. No pude. Me tapó la boca y me arrancó parte de la ropa. Me amenazó. Estuve luchando por liberarme hasta que lo logré. Cuando me desaté vi a Magdalena en el suelo. Empujé al tipo con todas mis fuerzas y salí corriendo a la calle, subí a un autobús y fui a encerrarme en mi casa”.

—¿Y Magdalena?

—No regresó. Nadie sabe de ella.

—¡Efrén!, ¡no me digas que la chica desapareció!

—Sí. Cynthia y yo llevamos a Sonia con el jefe de la policía. Casi tuvimos que obligarla a declarar.

Dhamar permaneció con los ojos fijos. Por primera vez se daba cuenta de la magnitud del huracán.

—¿Qué vamos a hacer?

—Cynthia me pidió que impartiera un curso.

—¿Y vas a aceptar?

—Sólo si me ayudas.

—¿Cómo?

—Tú eres la psicóloga. Me proporcionaste todo el material técnico para escribir nuestro libro. Yo sólo soy un empresario que sabe redactar historias, pero tú eres mi cerebro izquierdo y mi brazo derecho. Además trabajaste con mi padre y escribiste la colección completa de revistas de su consultorio médico, tienes la esencia de Asaf Marín...

—¿Y por qué no le pedimos ayuda a él?

—Le afecta la altura de la ciudad. No podría venir a impartir el curso.

—Claro, claro, pero sí podría darnos consejos. Estoy segura de que aún conserva algunos papeles de sus seminarios.

Efrén asintió. No perdían nada con intentarlo.

Para llegar a la casa de Asaf Marín había que viajar por carretera más de siete horas.

Fue un largo trayecto en la sierra a través de un sinfín de curvas. Efrén siempre se preguntó por qué su padre había elegido un lugar tan inaccesible para pasar los años de su jubilación.

En contraste con el camino, su finca era un lugar hermoso, rodeado de exuberante vegetación, montañas y lagos. Después de las tensiones de la semana, llegar ahí fue como encontrar un oasis.

Asaf los recibió con gran alegría. Abrazó a su hijo, a su nuera, y a su nieta, conmovido de verlos aparecer de improviso. Los llevó a conocer el potrillo pinto que había nacido el mes anterior. Después desapareció unos minutos para darse un baño. Cynthia montó una hermosa yegua alazana y comenzó a trotar alrededor del ruedo. El potrillo seguía a la yegua. Dhamar miraba nerviosa la escena y en cada vuelta recomendaba a la amazona que tuviera cuidado.

Cuando Asaf volvió, perfumado y con ropa limpia, Efrén sintió primero ternura por él al ver la forma en que le entusiasmaba la visita y después culpa por no haberlo visitado desde hacía casi un año.

—Algo grave debe de ocurrir para que hayan llegado sin avisar.

—Sí, papá —Efrén caminó con él—. Aunque, la verdad, cualquier excusa es buena para venir a verte.

—No finjas. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Necesitas dinero?

—No... Necesito algo mucho más valioso...

Efrén le contó lo acontecido a Sonia y a Magdalena; le habló de la bomba casera, de la confesión de Cynthia, de su petición de ayuda... Asaf se mostró preocupado. Amaba mucho a su nieta.

—Todavía conservo el material de mis seminarios. No es un curso, pero tal vez pueda servirles.

Mientras Dhamar y Cynthia desfogaban sus deseos reprimidos de convivir con la naturaleza, Asaf llevó a Efrén a la cabaña. Encendió su computadora y buscó algunos archivos.

—Supuse que tendrías traspapelados los apuntes de tus charlas.

—No. Esos documentos valen mucho para mí. Los viejos tenemos poco que hacer. He invertido tiempo en digitalizar el material.

—¿Puedes enviarme los archivos?

—Claro. Y úsalos. Me siento muy orgulloso de poder ser útil todavía.

Efrén lo miró sin hablar. Se dio cuenta de que a su padre le había ocurrido lo que a muchas eminencias: se retiró huyendo del cúmulo de compromisos asfixiantes y después de un tiempo lamentó no poder seguir ayudando a las personas de las que huyó.

—¿No te gustaría ir a la ciudad a impartir tú mismo el seminario?

—Sí me gustaría... pero estoy enfermo y el médico me ha prohibido viajar. Sobre todo a la ciudad. Además, Efrén, cuando mis dos hijos se hallaban en medio de los más terribles problemas sexuales, estudié y trabajé intensamente para sacarlos adelante. Ahora se trata de tu hija. Es la ley de la vida. Yo te apoyo, pero el problema es tuyo...

Efrén tomó el mouse y revisó el material en la pantalla. No podía pedir más.

Dhamar y Cynthia entraron agitadas comentando a grandes voces lo briosa que era la yegua de cría.

Efrén mostró el documento a su esposa en la pantalla, mientras Cynthia platicaba con el abuelo sobre caballos.

El rostro de Dhamar se iluminó al reconocer el material en ese nuevo formato.

—Es lo que necesitamos.

Escribieron una carta para la directora de la facultad.

Dos días después la llevaron a la rectoría.

Apreciada doctora Norma Escandón:

Supimos que usted platicó con Cynthia sobre nuestro libro. También supimos que su hijo es compañero de ella y que tanto Magdalena, la joven desaparecida, como su amiga Sonia, estudian en el mismo grupo. Por eso nos atrevemos a escribirle. Los jóvenes viven una época de adelantos tecnológicos extraordinarios pero también están más cerca que nunca de la degradación inducida por el relativismo ético.

Estadísticas serias aseguran que la aplastante mayoría de los muchachos tienen sexo antes de los veinte años de edad, que los chicos con una vida sexual activa dicen haber comenzado a tenerla en promedio a los catorce años, los varones, y a los quince años, las mujeres; más de la mitad tuvo su primera experiencia sexual en la casa de él o de ella. De cada diez mujeres, al menos tres han sufrido abuso sexual alguna vez en la vida y más de sesenta por ciento de los abusos sexuales fueron llevados a cabo por novios o exnovios. Uno de los negocios más lucrativos de las grandes ciudades son los hoteles de paso. Éstos se ubican cerca de las escuelas, puesto que buena parte de su clientela son estudiantes.

Doctora, aunque en las escuelas y universidades sobreabundan los conocimientos anatómicos, escasean los referentes a la faceta conductual de la sexualidad. Me refiero a estudios modernos, prácticos y científicos de lo que el joven debe saber para normar su vida íntima. Tristemente, son los mismos profesores liberales quienes con la autoridad de que les inviste su posición, se alzan frente a sus grupos para brindarles pautas controversiales.

Los muchachos están hartos de oír prohibiciones sin fundamento.

Hoy, para cada no exigen una razón convincente. Demandar disciplina sin dar explicaciones es la forma antigua de educar. Ya no se pueden seguir los mismos esquemas. Los jóvenes están cansados de prohibiciones huecas, pero en el fondo comienzan a asquearse también de la liviandad ilógica.

El reto es muy complejo.

Queremos proponerle un curso extracurricular sobre conducta sexual para los alumnos de su facultad. Dostoievski afirmó que mucha de la infelicidad abatida sobre el mundo ha sido a causa de las cosas que se quedaron SIN decir.

Nos ponemos a su disposición para dirigir el curso.

Si cree que podemos ser de utilidad, con toda humildad nos apuntamos en su lista de voluntarios para servir.

Efrén y Dhamar Alvear

Entregaron la carta y al día siguiente visitaron a la directora de la facultad universitaria.

Ella salió a recibirlos.

—Hola. ¿Quieren pasar?

—Sí. Gracias.

Caminó por delante.

—Es muy interesante lo que me escribieron. La semana pasada terminé de leer también el libro que habla sobre su familia. Me encantó.

—Gracias —profirió Efrén.

Se sentaron frente al escritorio. La directora era una mujer rolliza, de cara redonda y grandes ojos negros.

—Las cosas han estado mal por aquí —comentó—. El jefe de la policía vino a verme y me dijo que usted había llevado a esa chica Sonia a declarar... Se lo agradezco. La muchacha no lo hubiera hecho por su propia voluntad.

—¿Tiene noticias de Magdalena?

—Todavía nada. La policía está investigando —se aclaró la garganta como si le desagradara el tema—. Lo que dicen en su carta es cierto. Muchos padres vivimos en la ignorancia total de los problemas sexuales de nuestros hijos.

La directora mostró un gesto de preocupación. Quizá sabía que su único heredero era coleccionista de pornografía especialmente sucia. El silencio se alargó.

—¿Cuándo empezamos el curso? —preguntó Dhamar sin más rodeos.

—Bueno. En estos casos debo realizar una reunión con el consejo académico para discutirlo, pero... —abrió su cajón muy despacio, tomó un calendario y lo extendió—. No lo haré. Ustedes son dos personalidades que no puedo darme el lujo de rechazar. Pongan la fecha.

Efrén marcó con un círculo el lunes de la siguiente semana y miró a su esposa para consultarle con la vista. Ella asintió.

—Sería bueno impartirlo en todos los grupos —añadió Dhamar—. Pero nos gustaría comenzar con el segundo año de medicina, donde estudia nuestra hija Cynthia y las chicas involucradas en el problema con el motociclista.

La directora les tendió la mano, cerrando el trato.

—De acuerdo, en ese grupo también estudia mi hijo Lucio —los miró de frente—. Gracias.

Luz en la tormenta

PRINCIPIO 1

Creer

Tener miedo es contrario a creer.

Creer nos da paz, fortaleza y seguridad de que cuanto deseamos es verdad.

Esa tarde, Ruth, asistente de Relaciones Públicas recibió en su pequeño privado a la madre de un niño muy enfermo. 

—¿En qué puedo servirle?

—Ruth —dijo la mujer, después de leer el gafete de la empleada—, vengo a pedirte un favor. Permite que nuestro hijo permanezca aquí. Hoy nos dijeron que debíamos llevárnoslo. No hemos encontrado un donador. Mi esposo está viajando, investigando, visitando centros de salud especializados. Hemos gastado todo lo que
tenemos. Yo no me despego de la cama de Tony y pido por él día y noche. 

Ruth analizó el expediente. Su labor consistía en tratar con los familiares de pacientes y, en su caso, rechazar a aquellos cuyos requerimientos excedían las posibilidades del hospital. 

—Lo siento, señora —contestó—. Pero su niño…

—Llámame Iris —dijo la mujer con una plácida sonrisa—. Y háblame de tú. Las dos somos jóvenes. Madres jóvenes. Porque también tienes hijos ¿Verdad? 

—Sí, Iris. Tengo dos. Como te decía. Tu pequeño está en etapa terminal. Es mejor que lo lleves a casa…

—¡No voy a hacer eso! —la voz de la madre tuvo una extraña inflexión enérgica y cordial a la vez—. Hallaremos un donador; mientras tanto, mi hijo estará clínicamente atendido.

—Iris, tu niño tiene un síndrome fatal. Necesita transplante pancreático de tipo sanguíneo muy escaso y ahora presenta un cuadro agudo de cardiopatías. Está desahu… —tapó su boca—, lo siento.

—Entiendo tu posición, pero entiende la mía. Si los médicos se dieron por vencidos, mi esposo y yo no lo haremos. Vamos a creer y a proceder conforme a lo que creemos que es verdad. 

—Cla… claro…

—¿Puedo hablar con tu jefe?

—Él no te ayudará —Ruth bajó la voz y miró hacia los lados—, mi jefe es un hombre insensible. Mejor habla con el dueño del hospital. José Chérez.

—¿Por qué me haces más difíciles las cosas? Tú podrías auxiliarme, si quisieras

La última frase sonó con un eco implacable. Iris miró a Ruth a los ojos. Su expresión era cordial, pero profunda, decidida, exigente. La asistente de Relaciones Públicas carraspeó. 

 —Está bien. Dejaré a tu hijo aquí por un tiempo. 

Iris le puso una mano cariñosa sobre el brazo y le dio las gracias. 

Ruth sintió un estremecimiento. 

¿Qué tenía esa mujer? Irradiaba paz y fortaleza. 

No pudo borrarla de su mente durante el resto del día. 

Esa tarde fue a buscarla a la habitación del niño. 

Halló un cuadro conmovedor. Iris acariciaba la cabeza de su hijo, inconsciente, y le hablaba al oído. Ruth se atrevió a interrumpir.

—Hola. ¿Puedo pasar?

—Adelante.

—¿Cómo se encuentra Tony?

—No sé. Le estaba platicando cuánto lo amo y lo dichosa que me he sentido de ser su mamá durante estos diez años… 

—¿Te estás despidiendo de él?

—Todos los días antes de dormir, me despido de mi esposo y de mi hijo. Les digo lo mismo. La vida es un don muy breve.

—Eres una mujer diferente. Estás pasando por una adversidad terrible y pareces tan tranquila. 

Iris suspiró. Luego, dijo:

—¿Alguna vez leíste sobre la espina clavada que tenía el apóstol Pablo? Quizá se trataba de un dolor crónico o de una enfermedad incurable. La historia es interesante. Suplicó con todas sus fuerzas para que le fuera quitado el sufrimiento, pero Dios le contestó algo así como te quedarás con tu espina, pero a cambio te daré mi fortaleza; mientras más débil aceptes que eres ante mí, más fuerte serás, gracias a mí.  

—No entiendo. 

—Ruth. Yo no cuento con una fuerza propia en estos momentos. Es mi debilidad la que me hace fuerte. 

—Ah. Ya veo. Te apoyas en la religión.

—No. Me apoyo en el Ser Supremo. Hacer eso me quita el temor.

—Pues yo soy un poco escéptica. 

—Bueno. Siempre tendrás esas dos opciones: tener miedo o creer. 

Lo dice este pasaje. 

MAR 5,35  Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña: –Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro? 36 Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, le dijo al jefe de la sinagoga: –No tengas miedo; cree solamente. (DHH)

Con la última frase descubrimos que tener miedo es contrario a creer.

También vea éste:

MAT 8,24 Se levantó una tormenta muy violenta en el lago, con olas que cubrían la barca, pero él dormía. 25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: “¡Señor, sálvanos, que estamos perdidos!” 26 Pero él les dijo: “¡Qué miedosos son ustedes! ¡Qué poca fe tienen!” Entonces se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo volvió a la más completa calma. (BL)

Detectamos palabras de enojo y reproche ¡qué miedosos! ¡Qué poca fe tienen!  Y así vislumbramos el mensaje implícito. Nuestro barco puede pasar por fuertes tempestades, pero jamás se hundirá si el Poder Superior va en él. 

No temas, cree solamente

Algunos dicen: ¿Y cómo voy a creer en alguien que no puedo ver? Yo no tengo fe. 

Error. Todos tenemos. 

Esta es la definición.

HEB 11,1 Ahora bien, la fe es garantía de lo que esperamos, prueba de lo que no vemos; (N-C)

Creer es afirmar lo que no podemos ver ni comprobar. Y usted cree muchas cosas que no puede comprobar. 

Hagamos un ejercicio para demostrarlo. Piense en un familiar que ame mucho y que no se encuentre con  usted en este momento. Ahora le pregunto. ¿Está vivo? ¿Puede asegurarme que en los últimos minutos no sufrió un accidente y murió? “Imposible”, dirá.  ¿Imposible? ¡En realidad no lo sabe a ciencia cierta pues hace algún tiempo que no lo ve! Sin embargo, cree que vive porque espera que así sea. Da este hecho por cierto sin cuestionarlo. Es un asunto de confianza. Así, usted cree lo que no puede ver y da por cierto lo que espera con todo el corazón. 

Sin el proceso de imaginar lo que deseamos y creer que es así, no podríamos vivir. Estaríamos escondidos en un sótano, aterrados por todo lo que no podemos comprobar. 

Creemos muchas cosas a diario. 

El problema es que no creemos en Dios. ¿Por qué? 

La respuesta es simple. 

JN 10, 26 pero ustedes no creen porque no son ovejas mías. 27 Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen. (BL)

Un profesor de literatura le decía a sus alumnos: La Biblia es un libro muy antiguo escrito para personas de otra época. No la espiritualicemos. Cuando yo leo, por ejemplo, las cartas que aparecen en ella, sé que no son para mí. Es como si leyera correspondencia ajena. 

Así piensa  mucha gente. 

¿Alguna vez ha descolgado el teléfono por error cuando dos personas conversan en la línea, o ha leído las cartas que le llegan a alguien más? Se siente como un intruso. ¿No es así? Pero, ¿cómo cambiaría su sentir, al momento en que alguien le dijera, las cartas son para ti; eres bienvenido en la conversación; contigo queríamos charlar?

Si llega a una fiesta en la que no fue invitado, sentirá incomodidad, pero si trae consigo una invitación de honor, se moverá a sus anchas. Todo es cuestión psicológica. 

Ya está leyendo este libro, así que arriésguese. No podrá sacarle provecho a menos que crea. Alguien puso su nombre con letras doradas en el destinatario. Alguien le hizo una convocatoria personal. Todo está escrito para usted. 

Por supuesto, que no basta con cerrar los ojos y pujar para creer. Tampoco nos servirá de mucho entonar cantos gregorianos colgados de cabeza a la luz de la luna. Para incrementar nuestro grado de confianza en el Ser Supremo no se necesita hacer un esfuerzo místico. Sólo hay que leer la Biblia con la actitud correcta. 

ROM 10,17  Así que la fe es por el oír,  y el oír,  por la palabra de Dios. (RV)

El verso es claro. Creemos porque leemos, oímos y estudiamos el Libro. Cualquier persona que se reúne con un grupo para este propósito de forma sistemática y, además, lee por su cuenta; poco a poco, sin esfuerzo, incrementa su confianza.

Creer nos quita el temor, pero hace más. Mucho más. 

HEB 11, 6 En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. (NVI)

¿Alguna vez ha querido agradarle a alguien? ¿Ha intentado ganarse el aprecio de una persona? ¿Qué ha hecho para lograrlo?

Bueno, pues para agradar a Dios, sólo le pide que crea.

Compruébelo leyendo de nuevo el versículo. Ahora deténgase en la última frase. ¿Dice que recompensa a quienes lo buscan?¿De qué manera? 

Ciertamente hay vastos ejemplos en los que a la gente que cree le va bien. Tienen lo que otros llamarían buena suerte, y que en la Biblia se menciona como el favor de Dios, o una protección especial. En Job 29, el protagonista hace remembranza a esa protección que le daba privilegios, luz en la oscuridad, un hogar maravilloso y el reconocimiento de jóvenes y ancianos. Millones de personas en el mundo que decidieron creer pueden testificar sobre hechos inexplicables que les han sucedido para su beneficio.      

Todo eso es cierto, sin embargo, “la buena fortuna del creyente”no es un principio. 

No a todos los que creen les va bien siempre

La Biblia dice: en el mundo tendrán aflicciones

JN 16, 33 Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo (DHH)

¿Los conceptos se contradicen? ¿Cómo podemos ­sufrir y, a la vez, tener recompensa? ¿Cómo pueden converger en una sola vida dos circunstancias aparentemente opuestas? ¿Aflicciones y premios? 

La primera frase del versículo anterior nos da la respuesta. 

Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo.

Existe otro pasaje que lo menciona de forma más contundente. Diferentes versiones acotan: “no se angustien por nada”, “no se preocupen”, “no se inquieten”, “no se aflijan”, “en vez de eso, crean, de todo corazón y entonces, sólo entonces, les sobrevendrá una paz interior que la gente a su alrededor no podrá comprender”. 

FIL 4, 6  No se inquieten por nada;  más bien,  en toda ocasión,  con oración y ruego,  presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. 7  Y la paz de Dios,  que sobrepasa todo entendimiento,  cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (NVI)

¿Estamos afanados, inquietos, preocupados? 

¿Los problemas nos impacientan? 

¿Nos desvelamos pensando en cómo salir de los atolladeros? 

Entonces, vale la pena comprender: 

Ante situaciones adversas una persona puede “preo­cuparse” o “creer”. Lo primero le causará angustia, lo segundo, fortaleza y paz.

Repase el principio.

Tener miedo es contrario a creer.

Creer nos da paz, fortaleza y seguridad de que

cuanto deseamos es verdad.

Ruth negó con la cabeza. 

—Esto es demasiado para mí. 

—Pues baja la guardia —contestó Iris—. ¿Contra quién estás peleando? Imagina que mi esposo y yo, en este lugar, nos la pasáramos maldiciendo y protestando contra los médicos y contra Dios… Nos volveríamos locos…

—Como les ocurre a muchos…

En ese momento llegó el marido de Iris. Venía agitado, se veía optimista. Saludó a Ruth, como si la conociera. Besó a su esposa y caminó directo hasta su hijo inconsciente. Le tomó la mano y comenzó a susurrarle al oído cuánto lo amaba y cuán feliz se sentía al ser su padre. 

Era cierto. Esa familia tenía algo que Ruth no podía comprender, así que suspiró y salió caminando despacio del lugar.

PRINCIPIO 2

Buscar dirección

Si queremos ganar la batalla en tiempos difíciles 

 primero acudiremos a la Fuente de Máxima Sabiduría, y después trabajaremos arduamente.

Ruth solía levantarse a las cinco y media de la     mañana. Apenas le daba tiempo de preparar la comida y dejar todo listo antes de subirse al auto para recorrer la ciudad entera. Su esposo sufrió una embolia por hipertensión. No tenía ingreso alguno. Ella lo mantenía. A él y a dos hijos adolescentes. 

Esa mañana se sentía especialmente abrumada y confundida. Manejando el auto, llamó por teléfono al hospital y pidió que la comunicaran a la habitación del ­chico desahuciado. Contestó Iris.

—Hola. Habla Ruth. ¿Cómo está Tony?

—Mejor. Hoy estuvo consciente por varios minutos.   

—Qué bien —no quiso darle falsas esperanzas.

—¿Y tú?

A Ruth le costó trabajo abrirse. Al fin lo hizo… 

—Iris, te conocí ayer, pero me hiciste reflexionar. Perdona que te llame. Necesito un consejo. Estoy desesperada. Mi vida es un asco.

—¿Por qué dices eso?

—La semana pasada mi jefe me hizo una insinuación sexual a cambio del aumento de sueldo que pedí. Sebastián es un mujeriego, adicto al juego. Tiene cuarenta y tantos años y apenas se casó. Pero no respeta a su esposa. Sigue con los mismos hábitos de antes. Yo he sido testigo de sus correrías. Creí que a mí no me molestaría, pero ahora encontró la oportunidad. 

—¿Ya hablaste de esto con el jefe de tu jefe?

—Mi departamento es una prestadora de servicios ­independiente. José Chérez no es jefe de mi jefe; si me quejo con José, Sebastián lo negará todo y me despedirá de inmediato. Lo sé. ¡Estoy en un hoyo! Necesito dinero y Sebastián puede dármelo. 

—¡Pero a cambio de que seas su amante!

—Sí.

—¿Y qué piensas hacer?

—No sé. Prometí pensarlo. Si me rehúso, tal vez pierda el empleo. Si acepto, tendré lo que necesito y descansaré en los brazos de alguien más fuerte. ¡Hoy debo darle una respuesta! 

—Tranquilízate, Ruth, y hazte un favor. No vengas a trabajar hoy. 

—¿Cómo?

—¿Conoces el lago en medio del bosque rumbo a la montaña? 

—Sí.

—Ve ahí. Sólo manejarás un par de horas.

—¿Para qué? 

—¡Tómate el día! Siéntate en la orilla, respira el aire fresco, mira las cosas desde otra perspectiva y platica con tu Creador. 

—¡Pero si falto al trabajo me descontarán dinero! 

—¿Qué importa eso? Lo que hay en juego  no se puede pagar con dinero. Una vez que te conviertas en amante de tu jefe ya no podrás recuperar tu dignidad. 

—No sé… ¿Platicar con Dios? Ayer te dije que eso no va conmigo. 

—Te equivocas Ruth. Tú me llamaste a mí porque sabes cómo pienso e intuías lo que te iba a decir. Te sientes sola y tienes mucho temor. Se nota en tu voz. ¡Necesitas algo más que el consejo de una persona! Busca la Fuente de Máxima Sabiduría. Sólo si haces eso tendrás claridad de juicio. 

—¡Iris, sé realista! ¿Me estás diciendo que en vez de ir a trabajar,  maneje dos horas hasta las montañas, me siente a contemplar un lago en medio del bosque y le pregunte a Dios lo que debo hacer? 

—Exactamente.

—¿Y él me hablará? Perdón que me ría.

—Te hablará a través de tu conciencia. Sólo necesitas apartarte de todo. Si prefieres ir a otro lugar diferente al que te sugiero, está bien. Pero hazlo.  Ocurrirá un cambio en tu interior y sabrás qué decidir. 

—No, Iris. Creo que la Biblia dice: ayúdate que yo te ayudaré. ¡Es lo que estoy haciendo! No tengo tiempo de rezar. ¡Cuento con manos y cerebro para moverme! Perdón, tengo que colgar. Ya llegué a la oficina. 

Apenas entró a la policlínica, se topó de frente con Sebastián. Él le guiñó el ojo y le preguntó si se iban a ver por la tarde. Ella dijo que sí. Luego fue a su cubículo repitiéndose: si tú no te ayudas, nadie lo hará

Ruth se equivocó.

Nos ocurre a muchos. 

Corrientes banales de motivación nos han metido a la cabeza frases como “tú puedes” “eres triunfador, poderoso, grande”, y al creerlas sin profundizar, nos volvemos arrogantes. Entonces tomamos muchas decisiones malas, considerándonos sabios y autosuficientes. 

Cuando llegamos a pedir ayuda, acudimos a personas igualmente limitadas y arrogantes. Difícilmente reconocemos la necesidad de un Poder Superior. Sin embargo, la Biblia es muy clara respecto al porqué nos estamos secando

JN 15, 5 Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada. 6Al que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman. (BL)

¡Somos como ramas separadas del tronco! 

Piense en su vida como en la de una rama llena de flores o frutos. Ahora imagine que esa rama es cortada y separada del tronco. ¿Cuánto tiempo cree que permanecerá viva?

Usted y yo hemos sido contaminados por el mal ejemplo de personas religiosas. Quizá conoció a un líder espiritual incoherente, tramposo o hasta doloso. Los hay.Entonces decidió separarse de Dios. Pero cometió un gran error, porque debió separarse sólo de la persona tramposa, pero nunca del tronco que le da vida y savia a usted. 

El concepto es sostenible aún desde el punto de vista científico: Psicoanalíticamente se ha comprobado que quienes hacen oración a diario tienen un mayor desarrollo en su inteligencia moral1

Si queremos progresar, necesitamos regresar a la Fuente, y permanecer en ella.

Parafraseando. La Inteligencia Infinita dice: Yo soy el tronco y tú eres una de mis ramas. Si estás lejos de mí, a la larga, te secarás.

Para evitar secarnos, necesitamos creer (primer principio), luego, buscar su sabiduría en nuestra conciencia. Eso nos dará una perspectiva exenta de envidias y ambición. Veamos:

SAN 3,16 Y donde hay envidia y ambición habrá también inestabilidad y muchas cosas malas. 17 En cambio la sabiduría que viene de arriba es, ante todo, recta y pacífica, capaz de comprender a los demás y de aceptarlos; está llena de indulgencia y produce buenas obras, 18 no es parcial ni hipócrita. Los que trabajan por la paz siembran en la paz y cosechan frutos en todo lo bueno. (BL)

Repasemos: La sabiduría que viene de arriba es recta, pacífica, comprensiva, inspiradora de buenas decisiones…       

En este caso, el pasaje no habla de sabiduría humana, porque las personas fallamos, incluso los líderes espirituales fallan. La sabiduría de lo alto no tiene nada que ver con gente, sino con permanecer unidos a la vid. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada.

Iris pasó por el despacho de Relaciones Públicas.

La asistente parecía nerviosa mientras guardaba sus cosas en las gavetas. 

Era la hora de salida.  

—Hola Ruth —dijo la madre de Tony—. Me dejaste preocupada. 

—Lo siento, Iris. No debí hablarte por teléfono. Tú tienes tus propios problemas. 

—¿Qué vas a hacer?

—Lo que siempre he hecho. No mezclar mis sentimientos con el trabajo. Estoy en este puesto por pragmática. Tú fuiste la primera persona que me hizo modificar un dictamen.

—¡Ruth, deja de cargar el mundo tú sola! Tienes un gran corazón. Posterga las decisiones difíciles hasta después de que te hayas retirado a reflexionar con humildad. 

—Ya le pedí consejo a algunas compañeras de trabajo y todas opinan que si me vuelvo amiga íntima de Sebastián adquiriré dinero y poder sobre él. 

—Pues yo he comprobado que los amigos y hasta los familiares se equivocan en sus consejos muchas veces. Mira, voy a contarte algo. Mi esposo es científico. Hace años hizo un pacto para encargarse de un importante proyecto. Cuando los empresarios habían comprado todo el equipo y le habían puesto el laboratorio más sofisticado, Miguel dudó. Tuvo miedo. Me preguntó qué opinaba y yo le dije retráctate; pide más dinero, te van a explotar, él comentó pero di mi palabra de honor, le contesté no importa; sé práctico. Entonces mi esposo corrió a pedirle consejo a su compadre, quien le confirmó: no has firmado ningún contrato, así que ¡pide más dinero! Él lo consultó con la almohada y la almohada le aseguró: eres demasiado talentoso, demanda más. Así fue como triplicó sus exigencias, faltó a su promesa y ocasionó grandes pérdidas a quienes confiaron en él. Lo rechazaron y desacreditaron. Su carrera se fue a pique. Tardamos años en levantarnos, y todo porque consultó a cualquier persona, ¡yo misma le di un mal consejo!,  pero jamás consultó a la Fuente de Sabiduría a través de su conciencia. En la Biblia dice que sólo permaneciendo en él daremos buen fruto; separados no podemos hacer nada.

—Aprecio tu insistencia —contestó Ruth—, pero mi filosofía sobre Dios es otra. 

—¿Ayúdate que yo te ayudaré?

—Exacto. Y también “al que madruga Dios le ayuda” y “a Dios rogando y con el mazo dando”. ¿Hay algo de malo en ello?

—¡Nada! Todas esas frases son correctas. Sólo que contienen un pequeño error de orden…

A veces la colocación de factores, puede alterar el producto.

Analicemos. 

¿Qué significa la frase ayúdate que yo (Dios) te ayudaré?

Significa que si nos esforzamos y actuamos con valentía, el Ser Supremo estará de nuestro lado. 

¿Y eso aparece en la Biblia?

Para sorpresa de muchos, la respuesta es sí.

La Biblia dice.  

Esfuérzate y sé valiente, no te desanimes y yo tu Dios estaré contigo

¡Increíble! ¡Es exactamente la misma idea! 

El problema radica en que, presentada así, está fuera de contexto. Necesitamos leer el verso anterior para comprender un hallazgo de orden. Qué va primero y qué va después. Es tan contundente que nos deja sin habla. 

1)   JOS 1, 8  Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas lo que éste ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien. 

2)  9 Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas. (DHH)

Eso significa: Primero acude a la Inteligencia Infinita, aprende de ella, escúchala, y después ayúdate a ti mismo, con la confianza de que (ahora sí), recibirás una ayuda especial. 

Primero lo primero. 

También lo menciona otro famoso verso.

MAT 6, 33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. (JER)

El principio es claro.

Si queremos ganar la batalla en tiempos difÌciles 

 primero acudiremos a la Fuente de M·xima SabidurÌa, 

y después trabajaremos arduamente.

Sebastián interrumpió la conversación de las dos mujeres. 

—¿Ruth, nos vamos?

Era la hora de salida. El momento decisivo. 

Ruth se despidió de Iris, tomó su bolso y caminó resuelta. 

Llegó con Sebastián al estacionamiento. 

Ella subió al auto de su jefe.

Emprendieron el camino hacia un motel. 

Sin querer, Ruth comenzó a temblar. Abrió la ventana y dejó que el aire la despeinara. 

—¿Te sientes bien?

—Voy a vomitar en cualquier momento. Comí algo que me cayó mal.

Su jefe disminuyó la velocidad. No quería que esa empleada fuera a ensuciar su auto que acababa de ganar en el juego. Tampoco le apetecía acostarse con una mujer que podía volver el estómago en la cama. 

—Si prefieres, podemos dejar nuestra reunión para otro día. 

Ella vio que la estrategia funcionaba. Arqueó el estómago y fingió que estaba a punto de vomitar, pero al hacerlo se dio cuenta de que en verdad tenía nauseas. 

Sebastián regresó a la policlínica y ella pudo bajarse del lujoso auto para subirse al suyo, compacto y austero. 

De vuelta a casa manejó más de una hora en medio del tráfico. Esta vez no encendió la radio para oír las noticias. Tampoco puso música. Habló en voz alta. Al principio se sintió un poco ridícula, pero después comprendió que era fácil creer. Sólo había que enfocarse en la certeza de lo que no podía ver. Comenzó reclamando. Gritando. Protestando. Su vida era caótica. Aunque la gente la consideraba una mujer segura de sí misma, se sentía sola, frustrada. Siguió hablando hasta que los reproches fueron bajando de tono. 

Entonces tuvo vergüenza. 

Quiso detener el auto en una iglesia, pero no encontró ninguna en el camino. 

Llegó a su casa. 

Atendió plácidamente a sus dos hijos y fue especialmente cariñosa con su esposo enfermo. Luego tomó un baño, se puso ropa cómoda y subió a la azotea de su casa. Miró el cielo y pidió perdón. Había sido doloroso, pero comprendió que necesitaba esa intimidad secreta con el Poder Superior para tomar mejores decisiones. Poco a poco el fuego de su interior dejó de quemarle y vio las cosas desde una nueva perspectiva. Tuvo la convicción secreta de que si hacía lo correcto ante su conciencia, a la larga todo le saldría bien. La crisis que había estado a punto de aplastarla se desvaneció poco a poco. 

Por primera vez en mucho tiempo sintió que todo en su vida estaba bajo control.

PRINCIPIO 3

Doblegar nuestro orgullo

El orgullo produce estancamiento. Nos impide crecer.  Para recuperar terreno perdido, requerimos  doblegarnos; reconocer y rectificar nuestros errores. 

A Sebastián le gustaban las mujeres, pero su verdadera obsesión era apostar. 

Después de dejar a Iris en la policlínica, manejó sin rumbo. Se había hecho a la idea de que tendría sexo con su asistente esa tarde, así que estaba excitado. 

Sólo jugando póquer podría calmarse. El juego lo cegaba. 

Cinco de siete noches en la semana iba al casino. Había tenido buenas rachas. Hasta ganó un auto deportivo que después volvería a perder. Apostaba dinero; cuando se le acababa, ponía sobre la mesa facturas, escrituras y títulos. 

Había caído en una espiral descendente de la que no había retorno.

Así le ocurrió lo esperable. 

Meses después se quedó sin nada. 

Una noche entró a la casa de sus padres ancianos y abrió la caja fuerte. Sabía la combinación. No la habían modificado en años. Les robó. Apostó lo robado y se recuperó por un tiempo, pero a la larga volvió a malograr todo.

Cierto día hizo lo inverosímil. Apostó a su esposa. La perdió en el juego. Ella tendría, según lo acordado, que pasar la noche con dos rufianes, pero Sebastián le avisó por teléfono y ella huyó.

Días después, los acreedores llegaron a buscarlo a su oficina. Entonces toda la podredumbre de su vida salió a la luz. 

La prestadora de servicios para el hospital Chérez, tuvo que despedirlo. Se quedó sin familia, sin trabajo, perseguido por voraces reclamantes.

José Chérez le tendió la mano, y evitó que lo metieran a la cárcel; después lo llevó a un grupo de recuperación. 

Sebastián asistió y se sentó en medio, sin hablar durante varias sesiones, preso de la depresión.

—Puedes restituir tu credibilidad y confianza —le dijeron en el grupo—. Quizá hasta reconquistes a tu esposa, pero debes dar el primer paso.

—¿Cuál? 

—Doblegarte. ¡Reconoce que te equivocaste y promete hacer un cambio radical!

—Pero yo no tengo la culpa de lo que hice. ¡Estoy enfermo! ¡Soy adicto al juego! 

—Te equivocas. Eres culpable de permitir que la adicción te domine. Si no aceptas tus errores, jamás te levantarás. 

El primer paso para rehabilitarse es la humildad.

Sólo cuando una persona se para frente a otras y les dice: Estoy aquí, porque no puedo controlar mi vida y necesito ayuda, comienza su liberación.

La falta de humildad general ocasiona decadencia. 

Pueblos, ciudades, naciones, vea las noticias, están hundiéndose. No hay recuperación posible ni para individuos ni para grupos humanos, mientras no medie una actitud de retracción y vergüenza por el mal que hemos hecho. 

Necesitamos humillarnos para iniciar nuestro proceso de mejora. Sólo quien acepta sus errores puede dejar de cometerlos. 

Lo dice la Biblia. 

2 CR 7,14 si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra (JER).

El pasaje es una promesa condicional. La condición para que nuestra tierra (familia, empresa, matrimonio, salud) se sane son tres pasos. Desglóselos. Así deducirá el principio. 

1. Humillarnos.

2. Buscar el rostro del Creador (doblegándonos).

3. Volvernos de nuestros malos caminos (rindiéndonos aún más).

El orgullo produce estancamiento. Nos impide crecer.  Para recuperar terreno perdido, requerimos  doblegarnos; reconocer y rectificar nuestros errores. 

Los principios son inmutables en cualquier tiempo y lugar. Además se relacionan y refuerzan entre sí. 

Para que Sebastián pudiera comprenderlo, en el grupo le recomendaron que leyera la historia del rey David.  

El rey más importante de la antigüedad. 

De niño mató al gigante Goliat, de mayor, llevó a su pueblo a un esplendor nunca visto. Sin embargo, David deseó sexualmente a su vecina Betsabé. A pesar de ser casado (y ella también), la mandó llamar después de que la vio desnuda, bañándose. Entonces tuvo relaciones sexuales con ella. Betsabé quedó embarazada y David sintió miedo. Su liderazgo se vería comprometido. Betsabé era esposa de Urías, un importante miembro del ejército en batalla. 

David hizo traer a Urías de la guerra para que “descansara” unos días junto a su esposa. Sabía que tendrían relaciones sexuales y todos podrían decir que el hijo de Betsabé había sido engendrado por su propio marido. Pero Urías resultó tener mayor integridad que David. Consideró indigno dormir en casa mientras sus hombres estaban luchando. Por honor, prefirió concentrarse en las estrategias de guerra. Así que David lo emborrachó. Hizo todo lo posible para que cambiara de opinión y fuera a dormir con su esposa. Urías no lo hizo. Entonces David le dio una carta para que la llevara al general del ejército en la que daba órdenes de que lo pusieran en la primera línea de batalla. De esa manera lo matarían. Urías fue asesinado…

¿Cómo pudo David hacer cosas tan terribles y aún así pasar a la historia como alguien ejemplar? 

Entre muchas otras razones, quizá la más importante es esta: 

David doblegó su orgullo.

Es cierto que no basta con mostrarnos arrepentidos para borrar los errores del pasado, pero es el primer paso. Una persona que ha fallado de forma grave sólo iniciará el largo proceso de recuperación propia y sanidad a terceros cuando haga un alto total, se vea al espejo y diga “¿qué he hecho?, ¡esto no puede seguir! Me degradé, dañé a otros y ofendí a Dios”.    

Cuando David lo entendió, escribió un salmo muy famoso. Miserere. Por favor visualice a este hombre
llorando, gritando, consumido por el remordimiento. Luego disfrute, con David, su mayor descubrimiento:

Un corazón quebrantado y arrepentido recibe siempre el abrazo y aceptación del Creador. 

Por ese corazón quebrantado y arrepentido, Dios no despreció a David, a pesar de lo que hizo… 

Por eso no me despreciará a mí a pesar de lo que hice.

Ni a usted…

Sería bueno cerrar la puerta de la habitación. 

En secreto. Ponernos de rodillas, y hablarle con un corazón quebrantado y arrepentido por primera vez. 

Ahora sí, veamos como David comprendió sus errores de forma cabal y suplicó por ser perdonado. 

SAL 51 Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. 2 Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado.  3 Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. 4 Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. // 6 Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. 8 Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. 9 Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. 11 No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. 12 Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga.// 17 El sacrificio que te agrada  es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias  al corazón quebrantado y arrepentido. (NVI)

¿Quién no desea ser purificado, quedar limpio, recibir alegría y gozo en sus huesos quebrantados? ¿Le gustaría apartarse de la suciedad, que sus maldades, sean borradas, recibir una firmeza sobrenatural para sostenerse?  

Otra vez imagine a David de rodillas, llorando en un lugar secreto y suplicando desgarradoramente las palabras anteriores. 

Ahora volvamos a nosotros.  A usted y a mí.

Recordemos las tonterías que hicimos.

¿Algunas escenas del pasado le avergüenzan? A mí, sí.  

Si deseamos salir de la crisis tendremos que asumir las consecuencias de cada error, pero no con nuestras propias fuerzas, sino doblegándonos ante el Ser Supremo, dejando que él rompa las cadenas de prisión mental que nos han esclavizado a creencias de fracaso y nos brinde el beneficio de no volver a sufrir humillación ni vergüenza.

¿Seremos capaces? Lea lo siguiente. Es una nota de su Padre del Cielo escrita especialmente para usted:

IS 54, 4 »No temas, porque no serás avergonzada. No te turbes, porque no serás humillada. Olvidarás la vergüenza de tu juventud, y no recordarás más el oprobio de tu viudez. 7 Te abandoné por un instante, pero con profunda compasión volveré a unirme contigo. 8 Por un momento, en un arrebato de enojo, escondí mi rostro de ti; pero con amor eterno te tendré compasión.// 15 Si alguien te ataca, no será de mi parte; cualquiera que te ataque caerá ante ti... 17 No prevalecerá ninguna arma que se forje contra ti; toda lengua que te acuse será refutada.  Ésta es la herencia de los siervos del Señor, la justicia que de mí procede. (NVI)   

¿Alguna vez ha sentido que su vida va mal? 

¿Que le llueve sobre mojado? No es una casualidad. 

El pasaje dice en los versos 7 y 8: Te abandoné por un instante, en un arrebato de enojo escondí mi rostro de ti… 

¿Por qué Dios pudo abandonarlo(a) por un instante, tener enojo contra usted y esconderse? La respuesta es simple: ¡Porque usted estaba siendo arrogante con él, infringió sus principios, no creía, no buscaba su sabiduría a través de su conciencia, y era incapaz de reconocer sus faltas… así que él se enfadó y le volvió la espalda. Y usted cayó hondo. 

A Sebastián le costó trabajo doblegarse. 

Al fin lo hizo. Pidió perdón, gritando, llorando, de rodillas, con más convicción que el mismísimo rey David. 

Cuando se sintió perdonado, le quedó un trabajo más difícil aún: Aceptar las consecuencias de sus actos.

Eso lo llevó al siguiente principio.

El Virus

1

Día del padre

Celebramos en un parque público con lagos artificiales; estamos preparando la comida cuando escuchamos el escalofriante estruendo de un accidente automovilístico a escasos metros de distancia; giramos la cabeza; hay gritos. Buena parte de la valla que limita el parque se ha caído; un hombre, tal vez borracho, se salió de la carretera y acaba de estrellarse con la enrejada de los jardines en donde muchas familias conmemoran el día del padre; por fortuna no hay chicos jugando cerca; corremos a ayudar al conductor; soy el primero en llegar, la escena resulta macabra, no permito que se aproximen mis familiares, pronto llega el auxilio médico. Vamos a otro paraje lejos de ahí, comemos en mesas improvisadas sin poder borrar de nuestro cerebro la impresión del accidente; ya entrada la tarde organizamos un partido de fútbol, participamos hombres, niños y mujeres; comienza a llover; algunos desertan del soccer y van a refugiarse; la mayoría continuamos corriendo detrás de la pelota; la lluvia se vuelve chaparrón; niños y adultos empapados, llenos de adrenalina, disfrutamos el disparate de hacer lo que no debemos; el partido termina, pero la lluvia arrecia; seguimos correteando; cerca, hay un lago artificial de aguas turbias, poblado por decenas de patos que igualmente gozan del aguacero; nos metemos con ropa y zapatos para jugar guerritas de agua; estamos en plena diversión cuando llegan dos policías obesos, parecen muy enojados; me llaman; quieren hablar conmigo; tengo la cabeza llena de lodo y fango; mi primo Héctor se encargó de embadurnarme; salgo del agua sin quitarme los lirios que me cuelgan de las orejas, los niños se ríen; sé que los policías me regañarán por haber comandado la irrupción en el lago; me equivoco, quieren decirme otra cosa: el hombre que chocó con la valla del parque, falleció.

2

El difunto

Θ Nuestro jefe cree que el difunto estaba huyendo de alguien (me dicen los policías) usted lo vio cuando agonizaba; venimos a preguntarle si lo escuchó decir sus últimas palabras; no parece haber tenido motivos para salirse de la carretera. (La conversación me causa molestia). Θ ¡Es día del padre!, (contesto) estamos celebrando, déjenme en paz, ya me había olvidado de ese horrible incidente. Θ ¿Pero el hombre dijo algo? Θ No, no dijo nada. // Empapados, tiritando, familiares y amigos nos despedimos; conduzco el auto a casa sin poder quitar de mi cabeza la imagen del accidentado; se salió por el parabrisas, no llevaba puesto el cinturón; cuando le tomé la mano como para darle ánimos y preguntarle si estaba bien, tosió sangre; fue una de sus últimas convulsiones; tenía el rostro muy rojo y los globos oculares desorbitados; no todos los días se presencia de cerca la muerte de un hombre; me conozco; sé que la espantosa escena me acompañará durante días hasta que la redacte; sólo escribiendo los recuerdos desagradables puedo olvidarme de ellos: aprendí desde joven la “catarsis del escritor”; antes usaba papel y pluma, ahora, computadora. Esta vez, mi práctica no funciona, después de escribir, sigo pensando en el moribundo y soñando con él. Durante tres noches seguidas tengo pesadillas; la cuarta noche, antes de acostarme, siento un piquete en la faringe, como un alfilerazo o una descarga eléctrica; me llevo ambas manos al cuello y salto de la cama; alarmo a mi esposa: Θ ¿Qué pasa? Θ No sé; la garganta me quema. Θ Todos tenemos un poco de tos y gripe por habernos empapado el domingo pasado; descansa, te sentirás mejor. Θ Sí. // Hago el intento, no lo logro; el malestar sube de tono minuto a minuto; cada vez que intento deglutir saliva me contraigo de dolor; estoy en la frontera que divide el mundo rutinario del fantasmal; ignoro que pronto me convertiré en una zombi que se azotará contra las paredes. 

3

Monólogo

Θ ¿Qué haces aquí?, ¿otra vez pasaste la noche escribiendo? Θ Sí mi amor, nunca me acosté. Θ ¿Y avanzaste mucho? Θ Bueno, escribí esta frase, la adversidad nos invita  a renovarnos y a replantear objetivos, también pensé en el título del nuevo libro, se llamará Luz en la tormenta. Θ ¿Cómo?, ¿sólo escribiste eso?, te noto extraño, ¿por qué hablas como gangoso? Θ ¡Porque estoy grave!, necesito un médico. // Mi esposa me observa con sus libros de trabajo bajo el brazo, se le ha hecho tarde para ir a la universidad; me da un antibiótico de amplio espectro y promete que a medio día, si sigo sintiéndome mal, me acompañará al doctor; sale corriendo, la veo alejarse para atender sus propios asuntos. Hasta este momento ni siquiera sospecho lo que me sucederá; no logro olvidar las últimas sensaciones ligadas a la tragedia: el susto por un horrible ruido de fierros impactándose a corta distancia, el escalofrío por los arañazos de un hombre agonizante que me agarra del brazo con todas sus fuerzas y el tormento por los calambres ácidos en mi garganta. Quiero mantener una actitud positiva; uso mis mejores recursos; digo un monólogo en voz alta: Θ Ninguna adversidad es más fuerte que yo; hay personas que encuentran problemas en cada oportunidad, yo hago lo contrario, hallo oportunidades en los problemas; así que (me aprieto los oídos) ¿cuál es la infeliz, desgraciada, miserable, oportunidad escondida en este maldito problema? (resoplo una y otra vez con rapidez) a ver, cálmate, con un demonio, tú eres un vencedor, te caes, pero no te quedas tirado, así que levántate y encuéntrale sentido a esto; todo sucede por algo, algo, algo, algo (camino en círculos, grito) pero ¿qué?   

4

Diagnóstico apático

Paso la mañana dando saltos de angustia con ambas manos sobre el cuello para producirme calor; el calor me calma un poco; cualquiera pensaría que intento ahorcarme; no logro comer ni beber, ni siquiera pasar saliva; en varias horas frente al teclado sólo he escrito miles de signos de admiración; estoy enloqueciendo; apago la computadora y voy al auto, manejo hasta la farmacia, el boticario me sugiere paliativos comerciales. Θ Yo necesito algo más. // Voy a la torre médica; un doctor apático me revisa y dice que tengo algo-itis.Θ No (reniego), esto es más que una infección, créame, no estoy loco ni me gusta hacerme el mártir. // El médico insiste en su diagnóstico; salgo con una receta de antinflamatorios; bajo las escaleras del sanatorio y subo a mi auto; me limpio algunas lágrimas furtivas; el dolor excede los límites que puedo soportar, me atacan espasmos que duran tres o cuatro minutos por tres o cuatro de descanso; los calambres me ensordecen y paralizan la cara; cuando acometen siento que me desmayo; manejo muy despacio por el carril de baja velocidad, algunos conductores me agreden con el claxon, hago esfuerzos por no zigzaguear, por seguir consciente; descubro ante cada ataque que preciso bajar la vista, taparme la boca con la mano y resoplar muy despacio para provocar que el vaho tibio regrese a la garganta y atenúe ligeramente el ardor; me desespero, acelero sin querer, casi pierdo la vía y paso rozando el enrejado de un parque; ¡de un parque!, ¡no puede ser!, los policías me dijeron que el difunto se accidentó porque estaba huyendo; ¿huyendo de qué?, ¿sería posible?, ¿el hombre huía de su propio dolor?, ¡él me contagió del mal que lo llevó a la tumba! 

5

Secreciones sospechosas 

Conduzco hacia mi casa con suma lentitud repasando detalladamente mis recuerdos; cuando ocurrió el accidente del parque, la gente cercana se alejó del lugar, yo fui el único que corrí al revés, acercándome al hombre que había salido proyectado por el parabrisas; le dije: Θ ¿Está bien?, ¿me escucha? // Pero él se limitó a aferrarse a mi antebrazo como si estuviese a punto de caer por un despeñadero y yo fuese el único asidero que evitara su caída; al principio lo apreté conmovido, pero después me asusté y quise quitarme sus dedos crispados en forma de garras; me clavó las uñas y tosió dos veces; al hacerlo me salpicó sangre a la cara; no pude limpiarme de inmediato, pero detecté en mis labios el sabor metálico de una gota de su sangre tibia; titubeé, tanto por repulsión como por compasión; percibí la presencia de mis hijos y sobrinos detrás de mí, me arranqué las uñas del moribundo y dije: Θ Vámonos de aquí, no vean esto. Θ ¿Qué tienes en la cara, tío? Θ Nada. // Restregué mi rostro con ambas manos y escupí; durante varios minutos seguí percibiendo el desagradable gusto alcalino de la sangre de ese hombre en mi boca. Por fortuna los dos policías obesos que después me sacarían del lago para darme la noticia del fallecimiento del pobre infeliz, llegaron corriendo y se hicieron cargo. Investigo el número telefónico del parque; llamo. Θ Señorita, el domingo pasado hubo un horrible accidente, ¿recuerda?, sí, fue día del padre, un hombre chocó y se mató; yo estuve ahí; necesito su ayuda; me contagió de algo muy malo, la enfermedad que le causó la muerte; sí, ya sé que falleció por el choque, pero entiéndame, él ya venía enfermo desde antes, ¿de qué?, no lo sé, ¡es lo que trato de explicarle!; estoy muy mal y tengo que averiguar… no, no es una broma, ¿usted es sólo la secretaria del gerente y su jefe no está?, por ahí hubiéramos empezado, le dejo mis datos, dígale al gerente que me llame cuanto antes.

6

 El desierto

No recibo ninguna llamada, así que vuelvo a marcar Θ ¿Estoy hablando al parque de los lagos?, sí, soy la misma persona de hace rato; ya le conté mi problema ¿quiere que se lo explique de nuevo?, ¿no hace falta?, pues tómelo en serio; ¿cuándo llega su jefe?, ¡eso me dijo hace tres horas!, sí, se lo encargo mucho; es importante. // Cuelgo; percibo que la asistente me cree un lunático; no me comunicarán con el gerente; hay que ir al parque en persona, pero yo no puedo moverme, estoy paralizado; me pongo en cuclillas; miro el reloj, mi esposa no debe tardar en llegar, anhelo verla, aunque sé que de todas formas estaré solo con mis dolores; así se siente un enfermo: solo. Años atrás, después de que operaron a mi madre, la vi sufrir una larga convalecencia; sus hijos y familiares la acompañábamos, pero en realidad le servíamos de poco; desde entonces razoné que cualquier traumatismo, cirugía mayor o dolencia crónica, abaten a tal grado a la persona, que la hacen sentir agotada, débil, sedienta, afligida, a punto de desfallecer, cual si se hallara atravesando el peor desierto; lo curioso de esta analogía es que familiares y amigos del enfermo ¡van junto a él dándole ánimos y consejos desde arriba de un auto, todo terreno, con aire acondicionado, comiendo deliciosas viandas y viendo una pantalla de entretenimiento! Claro, los familiares también sufren porque hubieran querido no verse obligados a desviarse de su carrera por autopistas lisas para tener que disminuir la velocidad y acompañar a su allegado en esas aburridas dunas de arena (¡cómo se pierde tiempo con los enfermos!), pero sólo el enfermo sabe lo que se siente atravesar el desierto a pie. Recuerdo que le dije a mi madre durante su malestar: Θ Veo que estás sufriendo, quisiera ayudarte más, pero no puedo, deberás cruzar el desierto sola mientras tus seres queridos te contemplamos a través de un cristal. (Ella sonrió y respondió): Θ Verlos ahí, aunque sea detrás de ese “cristal”, hace más llevadera mi enfermedad; no se vayan.  

La fuerza de Sheccid

1

¿El trabajo? ¿Cuál trabajo?

Voy caminando sobre el pavimento mojado cuando un automóvil rojo se detiene junto a mí.

—¡Hey, amigo! —el conductor abre la ventana—. ¿Sabes dónde se encuentra la Escuela Tecnológica?

—Claro —contesto—, de allá vengo. Regresa por esa calle y después...

—No, no —me interrumpe—. Necesito que me lleves personalmente. Como un favor especial.

Titubeo un poco, aunque sé lo que debo contestar.

—Discúlpeme, pero lo más que puedo hacer es indicarle dónde está.

La ventanilla de atrás se abre y aparece el rostro de un compañero de mi salón.

—¡Ratón de biblioteca! No tengas miedo, sube al coche... El señor es profesor de biología y vende algunos productos para jóvenes. Quiere que lo llevemos a la escuela. Anímate. Acompáñame.

—¿Qué productos?

—Sube, no seas cobarde. Ya te explicará...

—Pe... pero tengo algo de prisa. ¿De qué se trata exactamente?

—Es largo de contar —interviene el hombre—; te interesará. Además, al terminar la demostración te daré algo de dinero.

Por la promesa económica, pero sobre todo por la evidente decencia del profesor de biología, la belleza del automóvil y la mirada confiada de mi compañero de escuela, accedo a subir. Es impensable que un hombre tan pulcramente vestido y de tan fina expresión pueda tener malas intenciones. Cuando me percato de mi error de apreciación ya es demasiado tarde.

Un viento helado silba en la ranura de la ventanilla haciendo revolotear mi ropa. Intento accionar la manija de la ventana pero ésta no se mueve. Está bloqueada.

—¿Cómo vas en la escuela?

—Pues bien... muy bien.

—No me digas que te gusta estudiar.

Lo miro a la cara. Conduce demasiado rápido, como si conociese perfectamente la colonia.

—Sí me gusta; ¿por qué lo pregunta?

—Eres hombre... supongo. Aunque te guste estudiar, piensa. Quizá no te gusta tanto y el trabajo que te voy a proponer es mucho más satisfactorio. Algo que le agradaría a cualquier hombre.

¿El trabajo? ¿Cuál trabajo? ¿No es usted profesor? ¿No vende productos? Mire... la escuela es por allí.

—Ah, sí, sí, lo había olvidado, pero no te preocupes, conozco el camino.

Percibo un sudor frío. “¡Estúpido!”, me repito una y otra vez. He sido engañado fácilmente. Me doy la vuelta en el asiento para ver a Mario, pero éste parece encontrarse en otro mundo. Hojea lentamente unas revistas, con la boca abierta.

—No te asustes, quiero ser tu amigo —el hombre sonríe y me mira rápidamente; de lejos, el saco y la corbata le ayudan a aparentar seriedad, pero de cerca, hay algo anormal en su persona; su mirada esdesagradable, tiene el cabello largo y grasoso—. Confía en mí, no te pediré hacer nada que te desagrade.

—Regréseme a donde me recogió.

—Claro. Si no eres lo suficientemente maduro para el trabajo te regresaré, pero no creo que haya ningún problema; supongo que te gustan las mujeres, ¿o no?

El hombre acelera; parece no importarle conducir como loco en plena zona habitacional. Estoy paralizado. Si sufrimos un accidente tal vez pueda huir, pero si no... ¿Adónde vamos con tanta prisa?

—¿Alguna vez has visto desnuda a una muchacha? No creo, ¿verdad? Y nunca has acariciado un cuerpo, ni lo has besado, ni lo has... —el hombre suelta una carcajada, hace un gesto obsceno y agrega—: Mario, pásame una revista para que la vea tu amigo.

Mi compañero escolar obedece de inmediato.

—Deléitate un poco con ella. Es una ocupación muy, muy agradable... —la portada lo dice todo—. Vamos. Hojéala. No te va a pasar nada por mirarla.

Abro la publicación con mano temblorosa. He visto en otras ocasiones algunos desnudos, incluso revistas “para adultos” que mis compañeros escondían como grandes tesoros, pero jamás algo como esto... El sentimiento del hombre, degradado hasta el extremo, extiende sus límites en mis manos. Me siento confundido. Toco las fotografías con las yemas de los dedos; son auténticas; estas personas realmente fueron captadas por la cámara haciendo eso... Lo que estoy mirando va más allá de la exhibición de desnudos. Llega a la más grotesca perversidad.

—¿Ya se te puso duro? —pregunta el sujeto.

Separa la mano derecha del volante y la lleva hasta mi entrepierna. Estoy paralizado, sin alcanzar a comprender lo que intenta hacer. Con un ágil movimiento introduce su mano en el pantalón y palpa mis genitales como queriendo corroborar la madurez de su presa. La inspección es rápida y siento una gran repulsión. Retira la mano para sentenciar:

—Necesito fotografías de chicos y chicas de tu edad. El acto sexual, como ves, puede hacerse con una o con varias parejas simultáneamente. Es muy divertido. También realizamos filmaciones. ¿Nunca has pensado en ser actor?

El auto desciende por una hermosa unidad habitacional, rodeada de parques y juegos infantiles. Tardo unos segundos en reconocer el lugar.

—¿Qué te parece esa muchacha?

Miro al frente e identifico a una joven vestida con el uniforme de la escuela. No tengo tiempo de hablar, el auto llega hasta ella y se detiene. Una cara conocida se vuelve con alegría. Se trata, ni más ni menos, de la chica pecosa que hace un par de meses presentó públicamente a la nueva compañera en la ceremonia cívica.

“¡Dios mío! —me digo agachando la cabeza—. Esto no puede estar pasando”. Durante dos meses he vigilado casi a diario a la joven de recién ingreso, profundamente conmovido por su estilo y he aquí que, antes de que ella sepa de mi existencia, me encuentro con su mejor amiga en las peores circunstancias.

—Qué tal, linda —dice el tipo llevando ahora la mano derecha a su propia entrepierna para acariciarse por encima del pantalón mientras habla—. Necesitamos tu ayuda. Nos perdimos; no conocemos estos rumbos y queremos encontrar una escuela de jóvenes.

—Pues, mire, hay una muy cerca.

—No, no. Queremos que nos lleves. Vendemos ciertos productos y posiblemente tú conozcas a alguien que se interese. Si nos acompañas te daré una comisión.

“¿Si nos...?”. La chica pecosa se percata de que hay dos personas más en el automóvil.

—¿Por qué no lo llevan ellos?

Cierro rápidamente el ejemplar de la revista, sujeto el portafolios y muevo la manija para abrir la portezuela. Ésta produce un ruido seco, pero la puerta no se abre. El tipo se vuelve con la velocidad de una fiera, me mira y sonríe burlón.

—Está asegurada... Tranquilízate o te irá mal —susurra.

La manija ha sido arreglada para que no pueda accionarse desde el interior. Me siento atrapado. La ventanilla tampoco se abre.

—¿Cómo te llamas?

—Ariadne.

—Tú debes de conocer a varias muchachas y ellos no —comenta el tipo jadeando—. ¿Qué dices? Si nos deleitas con tu compañía unos minutos te regresaré hasta aquí y te daré algo de dinero.

—¿Qué productos venden?

El hombre me quita la revista y se la muestra a la chica, cerciorándose de que no hay nadie cerca.

Mario ha dejado su propio entretenimiento e inclinado hacia delante sonríe, atento a lo que sucede, pero la vergüenza y la sospecha de saberse cerca de su primera experiencia sexual lo hacen esconderse detrás de la cabeza del conductor.

Ella se ha quedado inmóvil con un gesto de asombro sin tomar la revista. El hombre la hojea frente a ella.

—¿Ya te calentaste, pequeña?

Ariadne permanece callada; parece muy asustada, pero paradójicamente no deja de observar las fotografías. El hombre saca una caja de debajo del asiento, vuelve a cerciorarse de que no hay nadie en las proximidades y se la muestra.

—Esto es para cuando estés sola... ¿Lo conocías? Funciona de maravilla. Como el verdadero. Vamos, no te avergüences. Tócalo. Siente su textura...

La chica mira de reojo el pene artificial y luego a mí.

—Ya te sentirás con más confianza —asegura el hombre al tiempo en que continúan sus acaloradas caricias sobre el pantalón—. Tenemos muchas otras cosas cautivantes que te relajarán. Ya lo verás.

En ese instante la joven parece captar el peligro, pero llevada por una idea incomprensible, se presta a seguir el juego. El hombre le hace preguntas sobre su constitución, sus sensaciones, sus problemas, y ella responde con monosílabos y movimientos de cabeza.

—Está bien —asiente al fin con un viso de suspicacia—, los acompañaré a la escuela, pero con la condición de que me regresen aquí después.

—¿Vives cerca?

—Sí. Por la esquina donde va cruzando aquella muchacha.

—¿Es tu compañera? ¿La conoces? ¡Trae el mismo uniforme que tú!

—Estudia en la misma escuela.

—Llámala. ¿Crees que querrá acompañarnos?

Me quedo literalmente helado. No puede ser verdad. ¿De qué se trata? Es demasiada desventura. La hermosa estudiante de nuevo ingreso...

2

¡Te voy a enseñar!

El conductor toca la bocina del automóvil y saca el brazo para hacerle señales a la muchacha, invitándola a aproximarse.

Me tapo la cara con ambas manos.

Recuerdo que hace dos meses, cuando la conocí, el cielo amenazaba tormenta; había rayos durante la ceremonia cívica. Ariadne anunció por micrófono que había llegado una nueva compañera cuyo padre era diplomático y acababa de mudarse a nuestra ciudad. Después comunicó que dicha estudiante pasaría al frente a declamar un poema. A muchos, el asunto nos tenía sin cuidado. Vigilábamos con recelo las traicioneras nubes negras, pero cuando la recién llegada comenzó a hablar nos impactó su presencia. Como estaba en la primera fila, no pude evitar dar un paso para observarla mejor. Algunos payasos me imitaron en una parodia de querer irse sobre ella. La hermosura de la chica era insólita, pero lo más impresionante era su seguridad, su aplomo, la fuerza de carácter que reflejaba en su voz... En ese momento el fulgor de un nuevo rayo nos iluminó y casi de inmediato se escuchó el estridente trueno. Comenzó a lloviznar, pero nadie se movió. Fue un fenómeno interesante. La concurrencia quedó atrapada con la enérgica declamación.

Durante los siguientes días no pude detener la avalancha de emociones contradictorias. Me sentí enamorado, feliz, temeroso, expectante. La espié. Le escribí poemas. Imaginé que cuando ella me conociera a mí, también debía de impresionarse. Acerté a ese respecto. Me conocería ahora, como ayudante del promotor pornográfico a medio camino de seducir a su amiga la pecosa...

El conductor insiste llamando a la chica.

—¡Ven! —la llama y luego comenta en voz baja—: Así se completan las dos parejas.

—Prefiero ir sola —interviene Ariadne—, no la conozco bien y tal vez lo arruine todo.

La miro atónito. Miente... ¡Por supuesto que la conoce bien! Es su mejor amiga.

—Como quieras —dice el hombre—; vamos, sube entonces. No nos tardaremos mucho —esconde la revista y sonríe con malicia—. Sube al asiento de atrás. Por la otra puerta. Sólo se abre desde fuera.

La pecosa rodea el auto. El hombre sonríe mirándonos a Mario y a mí alternadamente en señal de triunfo.

El movimiento de la mano de Ariadne es lento y nervioso. El pestillo de la cerradura trasera se destraba con un chasquido metálico. Después abre también la portezuela delantera y comienza a dar pasos hacia atrás, alejándose del vehículo.

—¿Qué haces? ¿Adónde vas? Me lo prometiste, no tardaremos, vamos, ¡sube ya! Los dos muchachos son buenas personas, verás como no te dolerá. Todo te gustará mucho. Vamos, ¡sube ya!

Ariadne echa a correr calle arriba. El hombre, furioso, comienza a tocar el claxon.

—¡Mario, ve por ella!

El chico obedece; aprovecho para saltar del auto, pero apenas he dado unos pasos reparo en que he dejado mi portafolios. Regreso, me inclino para alcanzarlo y el hombre me coge de la muñeca.

—Espera, cretino, tú vienes con nosotros.

Me sacudo pero es inútil. Llevo la mano libre hasta la de mi opresor y trato de arrancarla de mi antebrazo.

—¡Suélteme…! —murmuro mientras le entierro las uñas en la piel y le empujo la mano.

El tipo es mucho más fuerte de lo que jamás hubiera pensado o yo soy mucho más débil. Veo la enorme cara llena de hoyuelos y sus ojos que me miran sin mirarme.

¡Te voy a enseñar a que no seas un maldito cobarde! Te voy a enseñar.

—¡Suélteme!

—Te voy a enseñar... —y empieza a arrastrarme al interior del auto.

Desesperado, forcejeo y casi logro zafarme, pero el hombre me detiene con el otro brazo. Como último recurso, le escupo a la cara, entonces me suelta dando un alarido. Empuño mis útiles y echo a correr, pero mi cuerpo no se ha equilibrado con el peso del portafolios y éste se me enreda entre las piernas haciéndome trastabillar. Me voy al suelo de frente y meto las manos un instante antes de estrellar la cara contra el pavimento. Mi portafolios rueda; por fortuna no se abre. El auto rojo está a media calle. Veo cómo Mario regresa al vehículo sin haber alcanzado a su presa, me grita algo que no entiendo, vuelve a subirse al asiento trasero, cierra su portezuela mientras el conductor cierra la delantera; veo cómo se encienden los pequeños focos blancos de las luces traseras y escucho al mismo tiempo el ruido que produce el engranaje de la caja de velocidades cuando el tipo intenta embragar la reversa con prisa.

Me pongo de pie. Voy hasta el portafolios, lo levanto y, vislumbrando la entrada de un extenso campo lleno de árboles, inicio una nueva carrera, desesperado por alejarme. El automóvil viene en reversa hacia mí. Puedo sentirlo, puedo escucharlo. Está a punto de alcanzarme cuando llego a la banqueta y giro hacia la izquierda sin dejar de correr. Mi mente es un mar de ideas contradictorias, de imágenes excitantes y repugnantes a la vez.

Cuando me he alejado lo suficiente y veo que no me siguen, aminoro el paso y me tiro exhausto en el césped.

3

Mario tomó agua de mar

Al llegar a casa, voy a mi habitación, ofuscado, desorientado. La noche me sorprende antes de que pueda tener alguna conclusión clara. Cuando calculo que todos se han dormido ya, salgo de mi cuarto y voy al pasillo de los libros. Enciendo la luz y trato de encontrar algo que me ayude a razonar mejor. Alcanzo varios volúmenes, sin saber lo que busco y me pongo a hojearlos en el suelo. Hay obras de sexología, medicina, psicología. Trato de leer, pero no me concentro. Después de un rato me levanto y deambulo por la casa; al fin me detengo junto a la ventana de la sala.

No puedo apartar de mi mente las imágenes impresas que vi. Regresan una y otra vez. Pero van más allá de un recuerdo grato. Son más que un estímulo sexual; llegan a ser un nauseabundo sobreestímulo.

Con la vista perdida a través del vidrio, abandono la ingenuidad de una niñez que me impulsaba a confiar en todos.

De pronto me embarga la intensa sensación de estar siendo observado. Giro despacio y doy un salto al descubrir a mi madre sentada en el sillón de la sala...

—¿Pero qué haces aquí?

—Oí ruidos. Salí y te encontré meditando. No quise molestarte.

Agacho la cara sin acabar de comprender. ¿Qué significa eso? ¿Ha escuchado mis murmullos? ¿Ha detectado mi desesperación y tristeza? ¿Por qué penetró sin anunciarse en mi espacio de intimidad?

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunto.

—Como media hora.

—¿Sin hacer ruido? ¿Sin decir nada?

—Quise acompañarte... eso es todo.

No comprendo. Incluso me siento molesto.

—Vi que revisaste varios libros. ¿Buscabas algo en especial?

—No, mamá. Mejor dicho, sí... No sé si contarte...

—Me interesa todo lo que te pasa. Estás viviendo una etapa difícil.

—¿Por qué dices eso?

—En la adolescencia se descubren muchas cosas. Se aprende a vivir. Los sentimientos son muy intensos.

Me animo a mirarla. La molestia de haber sido importunado en mis elucubraciones se va tornando poco a poco en gratitud.

Me agrada sentirme amado, ser importante para alguien que está dispuesto a desvelarse sólo por hacerme compañía.

—No todas las personas de buen aspecto son decentes, ¿verdad?

Ella guarda silencio. Es una mujer preparada. Tiene estudios de pedagogía y psicología. Quiere escuchar más para darme una opinión.

—Fui convencido por un farsante que se hizo pasar por profesor de biología.

—¿Convencido de qué?

—Soy un estúpido.

—¿Qué te pasó?

—Un hombre... me invitó a subir a su coche. No te enojes, por favor, sé que hice mal, pero parecía un hombre digno de confianza.

Permanece callada esperando que aclarare las cosas.

—Ninguna editorial, marca o compañía distribuidora avalaba la impresión de esas revistas.

—¿Qué revistas?

Me da vergüenza describirle a mi madre lo que vi. Mujeres mostrando groseramente las partes más íntimas de su anatomía; aparatos extraños usados por ellas para profanarse; cópulas simultáneas de dos hombres con la misma mujer, de dos mujeres con el mismo hombre, coito de niñas y niños con adultos.

—¿El hombre que te invitó a su coche era promotor de material obsceno?

—Sí...

—¿Te hizo algo malo?

—No. Escapé. Pero Mario, un compañero de mi salón, se fue con él. Parecía muy entusiasmado con el trabajo.

—¿Qué trabajo?

—El de actor...

Mi madre tiene la boca abierta. Me observa asustada. Respira y asiente muy despacio.

—Tenemos que dar aviso a las autoridades.

—Sí, lo entiendo.

—La pornografía infantil es un negocio que cada vez crece más. Hay que ayudar a detener esto. ¡Dios mío! Nunca pensé que estuviera tan cerca de mi familia. Ve las noticias. Abundan adolescentes secuestrados que son objeto de abuso, jóvenes atrapados por bandas de drogadictos, falsas agencias de empleos que solicitan modelos jóvenes para embaucar a los chicos que llegan y enrolarlos en la prostitución…

—Sí. Ahora lo sé.

—¿Qué sucedió en el coche de ese hombre?

—Nada. Sólo me mostró algunas cosas. No puedo apartarlas de mi mente... Sé que son sucias pero me atraen. Me dan asco pero me gustaría ver más. No entiendo lo que me pasa.

Se pone de pie y camina en círculos; respira hondo como controlando un furor que quiere explotar. Luego viene hacia mí.

—Te voy a contar algo. En un naufragio, los sobrevivientes se enfrentan con la más terrible tentación: Beber agua de mar. Quienes lo hacen, lejos de mitigar su sed, la acrecientan y mueren muy rápido. Lo que ese hombre te ofreció es agua de mar... Los adolescentes son como náufragos con sed. Lo que has descubierto parece apetecible, pero es veneno. Amárrate al mástil de tu embarcación si es necesario, como lo describe Homero en la Odisea cuando habla de las letales sirenas que cantaban atrayendo a los marinos a una muerte segura.

Mario tomó agua de mar.

—Sí, pero eso no significa que tú estés a salvo. Volverás a recibir ofertas.

—Y cuando ocurra no voy a correr; no debo asustarme de todo lo que veo. Si existe una realidad que yo ignoraba debo enfrentarme a ella y aceptarla.

—Estás en un error. Tú sabes que existen serpientes. Eso no significa que debes convivir con ellas. Son traicioneras. Un domador de circo pasó trece años entrenando a una anaconda. Parecía tener el control del animal. Se ufanaba de ello. Preparó un acto que funcionó bien, pero una noche, frente al público en pleno espectáculo, la serpiente se enredó en el hombre y le hizo crujir todos los huesos hasta matarlo. Miles de muchachos mueren asfixiados por una anaconda que creyeron haber domesticado.

Hay un largo silencio. Recuerdo las publicaciones.

—Ahora entiendo por qué ese material no tenía el sello de ningún productor. Es un delito y los creadores se esconden en el anonimato.

—Sí, hijo; poco a poco los comerciantes están siendo cada vez más descarados. El negocio de la pornografía y de los “juguetes para adultos” reporta utilidades multimillonarias en todo el mundo. Es como la droga. Los empresarios que están detrás de esto son capaces de comprar a funcionarios y conseguir permisos para difundir sus productos. ¿Quién autorizó que hasta en los puestos de periódicos se venda parte de ese material? ¿Cuál es el límite de lo que pueden vender? Los promotores de promiscuidad se enriquecen chillando que tienen derecho a la libertad de expresión y que nadie puede probar que sus productos sean dañinos, pero es un hecho que millones de personas son afectadas directa o indirectamente por esa basura. Cuando la policía registra las pertenencias de los criminales, siempre se encuentra con que son aficionados a la más baja pornografía y a todo tipo de perversiones sexuales.

Me incorporo y camino hacia mi madre para abrazarla. Por un largo rato no hablamos. Es innecesario.

—En la maestría de pedagogía debes de haber leído muy buenos libros. ¿Podrías recomendarme alguno?

—Claro. Vamos.

Tomo como tesoro en mis manos los cuatro volúmenes que me sugiere cuando llegamos al pasillo del librero. Regreso a mi cama y los hojeo. No puedo leer. El alud de ideas contradictorias me impide concentrarme lo suficiente. A las tres de la mañana apago la luz y me quedo dormido, sin desvestirme, sobre la cama.

4

Vaya que vienes decidido

Miércoles 20 de marzo

Quisiera ser escritor. Como mi abuelo. Escribir es una forma de desahogo cuando la sed nos invita a beber agua de mar.

Por eso inicio este diario.

Tengo muchas cosas que escribir.

La primera, la más importante y con la que quiero fundamentar esta libreta, es una pequeña historia de amor que me contó mi abuelo y con la que me identifico:

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Un hombre cayó prisionero del ejército enemigo. Lo metieron a una cárcel subterránea. Su nuevo mundo era oscuro, sucio, lleno de personas enfermas y desalentadas. Poco a poco se fue dejando vencer por el maltrato hasta que la hija del rey visitó la prisión. Era una princesa hermosa, única. Se llamaba Sheccid.

Fue tal el desencanto de la princesa Sheccid, que suplicó a su padre para que sacara a esos hombres de los calabozos y les diera una vida más digna. Pero el rey no lo hizo.

Sheccid lloró de tristeza.

El prisionero del ejército enemigo comenzó a soñar con Sheccid. La había visto claramente. La escuchó hablar, observó su mirada, contempló su llanto. Quedó cautivado y se preguntó qué tendría que hacer para alcanzarla y conquistarla. En primer lugar, salir de esa cárcel. Escapar. Después, emprender un intenso trabajo personal para ser mejor y llegar a pensar, actuar y vivir como un príncipe; alguien digno de ella.

Así fue como desplegó una compleja estrategia.

Se escapó de la cárcel y se entregó en cuerpo y alma a su propósito. Siempre motivado por el secreto amor hacia su princesa.

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Quiero pensar que este diario lo escribo para alguien muy especial.

Mi princesa:

He pensado tanto en ti durante estos días. He vuelto a soñar contigo de forma insistente y clara. Tengo miedo de que tu amiga Ariadne se me anticipe y lo eche todo a perder antes de que me conozcas. Por eso, la próxima vez que te vea me acercaré a decirte que, sin darte cuenta, me has motivado a escapar de mi prisión y ser mejor.

Me encuentro sentado en una banca del patio transcribiendo en mi libreta un poema, cuando la veo a lo lejos.

Algunas veces su rostro se oculta detrás de los transeúntes, otras se descubre en medio del círculo de amigas con todo su fulminante parecido al rostro que me atormenta en sueños. Las manos me sudan, los dedos me tiemblan. La boca se me ha secado casi por completo. Tengo que acercarme. Lo he prometido. Echo un último vistazo al poema que copié antes de cerrar mi libreta.

Yo no sé quién eres ni cómo te llamas;

no sé si eres buena, humana y piadosa,

o eres como todas, como tantas otras,

insensible y falsa. Te conozco apenas,

a través del velo de mis fantasías

y mis esperanzas. Ignoro tu vida,

tus glorias pasadas, y las ilusiones

que para el mañana hilvana tu mente.

Y hasta tu mirada me es desconocida,

porque no he tenido la suerte de verte

de cerca a la cara. Sé que puedo amarte,

porque me haces falta y estar a tu lado

cuando tú lo quieras, y para tu historia

¡ser todo o ser nada! No obstante que ignoro

quién eres, cómo eres... y cómo te llamas.

Martín Galas Jr.

Veo a la chica fijamente. Pienso que mientras esté rodeada de tantas personas me será imposible abordarla, pero de pronto el grupo de muchachas comienza a despedirse y en unos segundos la dejan totalmente so... ¿la? Me pongo de pie. Camino unos pasos dudando. No dispongo de mucho tiempo, pronto terminará el descanso y ella se esfumará nuevamente. Avanzo sin pensarlo más.

Me mira y al hacerlo percibo una mueca de desagrado como mostrando absoluta indisposición para atender a ningún conquistador. Me detengo a medio metro de la banca. Frente a ella compruebo que de cerca es más hermosa aún. Al ver que no digo nada, enfrenta mi mirada con intensidad en pleno gesto interrogativo.

—Hola —la voz sale de mi garganta insegura pero cargada de suplicante honestidad—. ¿Puedes ayudarme?

Ella frunce las cejas, como si hubiese esperado otras palabras y otro tono de voz.

—Sí. ¿De qué se trata?

—Se trata de... bueno, hace tiempo que deseaba hablarte... En realidad hace mucho tiempo —su postura trasluce una primera buena impresión, pero, ¿cuánto tiempo durará si no encuentro algo cuerdo que argumentar? Debo pensar bien y rápido. Comienzo a construir y descartar parlamentos en la mente a toda velocidad: Es difícil abordar a una joven como tú... No. Muevo la cabeza. Eso es vulgar; entonces: Si supieras de las horas en que he planeado cómo hablarte me creerías un tonto por estar haciéndolo tan torpemente... Sonrío y ella me devuelve la sonrisa. No puedo decir eso, sonaría teatral, preparado, pero tengo que decir algo ya.

—Te he visto declamar dos veces y me gustó mucho.

—¿Dos veces?

—La segunda lo hiciste para toda la escuela en medio de una tormenta.

—¿Cómo? ¿La segunda?

—La primera lo hiciste para mí... En sueños... —la frase no tiene intención de conquista, es verdadera; tal vez nota mi seriedad y por eso permanece a la expectativa—. Declamas increíblemente —completo—. Estoy escribiendo un diario para ti. Quiero ser tu amigo.

—¿Por qué no te sientas?

Lo hago y las palabras siguientes salen de mi boca sin haber pasado el registro de razonamiento habitual.

—Eres una muchacha muy especial y me gustaría conocerte.

Vaya que vienes decidido.

Muevo la cabeza. Eso fue un error. Tengo que ser más sutil y seguir un riguroso orden antes de exteriorizar mis pensamientos.

—¿Por qué no empezamos por presentarnos? —sugiere—. Mi nombre es...

—Sheccid —la interrumpo.

—Che... ¿qué?

—Mi abuelo es escritor. Lo admiro mucho. Cuando yo era niño me contaba cuentos. Él me platicó la historia de una princesa árabe extremadamente hermosa llamada Sheccid. Un prisionero se enamoró de ella y, motivado por la fuerza de ese amor, escapó de la cárcel y comenzó a superarse hasta que logró entrar a trabajar al palacio como consejero del rey; pero él nunca le declaró su amor y ella se casó con otro de sus pretendientes.

Me mira unos segundos con sus increíbles ojos azules.

—Y esa princesa se llamaba... She... ¿cómo?

—Sheccid.

—¿Así que vas a cambiarme de nombre?

—Sí. Pero no quiero que te cases con otro sin saber que yo existo.

Ríe y mueve la cabeza.

—¿Siempre eres tan imaginativo?

—Sólo cuando me enamoro.

Me doy cuenta de que he pasado nuevamente por alto el control de calidad de las palabras y me reprocho entre dientes:

Que sea la última vez que dices una tontería —pero a ella no le ha parecido así, porque sigue riendo.

De pronto se pone de pie con el brazo en alto para llamar a una chica que camina lentamente cuidando de no derramar el contenido de dos vasos de refresco que lleva en las manos.

—¡Ariadne, aquí estoy...! —baja la voz para dirigirse a mí—. Te presentaré a una amiga que fue a la cooperativa a traer algo de comer.

Al instante siento un agresivo choque de angustia y miedo. La pecosa llega hasta nosotros. Bajo la cabeza pero me reconoce.

—¡Hey! —grita histérica—. ¿Pero qué haces con este sujeto...?

—¿Qué te pasa, Ariadne? ¡Estás temblando! Vas a tirar los refrescos.

—¡Es que no comprendes! —me observa con ojos desorbitados—. ¡Dios mío! ¿No sabes quién es él?

—Acabo de conocerlo, ¿pero por qué...?

—Es el joven del automóvil rojo de quien te hablé.

—¿El de...?

—¡Por favor! ¿Ya se te olvidó? ¡El de las revistas pornográficas! A él y a otro de esta escuela les abrí la puerta creyendo que el tipo que manejaba los tenía atrapados, pero me equivoqué. Corrieron detrás de mí para obligarme a subir con ellos.

—¿Él...?

—Sí.

—¡Increíble...! —murmura—. ¿Conque me viste declamar en sueños y vas a ponerme el nombre de una princesa que inventó tu abuelo? —da dos pasos hacia atrás y se dirige a su amiga para concluir—: ¡Pero qué te parece el cinismo de este idiota!

No puedo hablar. Las miro estupefacto. No vuelven la cabeza. Simplemente se alejan.

Mujeres de Conquista

1

El terremoto

—¿Qué ocurre, hijo?  

—Es un temblor, mamá. Tranquila. 

Se quedaron quietos. Los movimientos disminuyeron y hubo un breve silencio.

—¿Lo ves? Ya está pasando.

Pero en ese momento la vibración reinició con más fuerza. Leonardo vio el espeluznante suceso en cámara lenta: La lámpara sobre el buró oscilando como movida por una mano invisible, las cortinas ondeando, el piso desplazándose cual balsa en altamar. 

—¡Dios mío! No para.

La atmósfera se había cargado de electricidad y las paredes rechinaban; parecía que el edificio entero estuviera respirando. Repentinamente, brotó como un enorme rugido. Leonardo advirtió el rostro desencajado de su madre, sus ojos aterrorizados y sus manos venosas agitándose sin control.

—¡Hijo! El edificio… se… se va a caer…

Quiso acercarse a ella, pero las sacudidas lo echaron hacia atrás. El estruendo de las paredes cimbrándose y el atroz crujido del techo se mezclaron con un fragor de cristales rompiéndose. Otra vibración  lo lanzó dos metros adelante y lo hizo caer de rodillas. Su madre enloqueció. Comenzó a gritar y echó a correr. Leonardo la perdió de vista. 

—¡Sal del depar..! —no pudo terminar la frase porque el pavor y la confusión le cerraron la garganta—. ¡Aisha! —balbuceó después—, ¡mi hermana está dormida! Tengo que despertarla.

Se puso en pie con movimientos torpes. Alcanzó a ver de reojo cómo se partía la pared a su izquierda. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró gritar:

—¡Mamá, sigue corriendo! ¡Sal de aquí! 

Un terrorífico tronido del techo le heló la sangre. 

Era el momento de saltar hacia afuera. Podía hacerlo. Tenía la habilidad y la fuerza para abrirse paso y llegar a la calle en unos segundos, pero su hermana estaba atrapada en la habitación. Regresó a ayudarla.  

Se había abierto una grieta que corría como serpiente. Justo detrás de donde había estado su madre, el techo cayó, y una nube de polvo se extendió con rapidez. 

—¡Esto no puede estar ocurriendo! ¡Aisha! —quiso abrir su puerta, pero estaba atorada por las piedras; la golpeó—. ¡Hermana, despierta! 

La segunda sección se vino abajo sobre la entrada del departamento cerrando el paso con escombros y tierra. 

—¡No! 

Las venas de su cuello se hincharon por el alarido, mas su voz se perdió entre las explosiones provocadas por los desgajamientos.

—¡Estoy soñando! ¡Es sólo una pesadilla!

Los escombros seguían cayendo. La nube de polvo lo envolvió. Perdió el equilibrio. Puso las manos contra el
trepidante piso para avanzar a gatas. Enormes y pesados trozos del techo caían a su alrededor. El instinto de supervivencia lo hizo volver a su recámara y refugiarse debajo del escritorio. Se encogió cuanto pudo, cubriéndose la cabeza con las manos. Fatalmente, el techo y las paredes cedieron. Sintió que el piso se hundía. Por un instante quedó suspendido en un colchón de aire y luego fue succionado al vacío por una descomunal fuerza. El suelo se desmoronó llevándose todo consigo, arrasando muebles y aparatos. En un instante descendió y fue arrojado entre escombros. Un golpe seco, terrible, detuvo su caída. Su fémur izquierdo se partió en dos y el dolor implacable le subió por el muslo al darse cuenta de que una especie de puntal le había atravesado la pierna. A cada respiración tragaba tierra. 

Entonces perdió el conocimiento. 

Estaba enterrado en una tumba de concreto.

Eran las 7:17 del 19 de septiembre de 1985 en la ciudad de México. Los conductores de medios interrumpían sus noticieros y programas de entretenimiento para anunciar, primero con asombro y después con temor lo que ellos mismos estaban sintiendo. 

El epicentro se localizaba en el Océano Pacífico frente a la desembocadura del Río Balsas en Michoacán, sin embargo la intensidad con que las ondas de choque se propagaban a una distancia de cuatrocientos kilómetros estaba superando las peores expectativas para un sismo de este tipo. 

La tremenda fuerza del terremoto derrumbaba todo a su paso. Elevadas construcciones aparentemente sólidas caían una detrás de otra como fichas de dominó. Los gruesos rieles de antiguos tranvías se retorcían separándose del piso; pesadas paredes se hacían añicos mientras los árboles levantaban sus raíces rompiendo el concreto con una fuerza feroz.

En los edificios del centro la gente salía de sus departamentos y corría por los pasillos empujándose frenéticamente en su desesperación por alcanzar las escaleras. Muchos caían al suelo mientras los demás pasaban sobre ellos. Hombres y mujeres aterrados, solos o con niños en brazos, se apretujaban en los elevadores. El ruido de los derrumbes ocasionaba una histeria colectiva. Todos actuaban sin juicio, buscando escapar. 

Quienes dormían no alcanzaron a salir de la cama. Algunos ni siquiera lograron darse cuenta cuando el edificio se desplomó.

El caos hizo presa de toda la ciudad. En los pasajes subterráneos del metro los vagones se detuvieron y la gente que viajaba dentro comenzó a llorar y a gritar en medio de la oscuridad. 

Una espesa nube gris se extendió por la metrópoli al tiempo que la electricidad, los teléfonos y los transportes dejaron de funcionar. Todas las calles se llenaron de personas desconcertadas, que aunque estaban a salvo, sentían pánico porque sabían que miles más habían quedado atrapadas.

Con asombrosa velocidad, las consecuencias del desastre se hicieron evidentes y comenzaron a escucharse gritos de auxilio.

—¡Por acá, por favor! ¡Toda mi familia está adentro!

Se oían los desgarradores lamentos de mujeres desquiciadas y los rumores colectivos que aseguraban cada vez con mayor fuerza las espeluznantes noticias:

—¡Se cayó el Centro Médico!

—¡Se vinieron abajo los edificios de Tlatelolco!

Y las voces llenas de urgencia de individuos que escarbaban en los escombros, destrozándose las uñas, moviendo los brazos como locos, llamando al aire:

—¡Acá, vengan acá! ¡Aquí hay gente viva!

Todas las estaciones de bomberos y policías comenzaron a trabajar con alarma roja tratando de organizarse para combatir los incendios que se propagaban y amenazaban con hacer explotar millones de cilindros de gas, pero el agua para apagar el fuego también faltaba y a los rescatistas se les veía como fantasmas, con los ojos hundidos y los semblantes impotentes. Nadie sabía qué hacer para acallar los estremecedores lamentos que se deslizaban por entre los vidrios rotos y edificios destruidos. 

Leonardo se movió un poco. 

Las vigas que habían sostenido las paredes se doblaban sobre él, acercándose milímetro a milímetro y haciendo su cárcel cada vez más estrecha. Los escombros le cubrían ambas piernas. Tenía la cabeza inclinada sobre su hombro izquierdo y, en conjunto, parecía una marioneta con los hilos sueltos. Toda su ropa estaba desgarrada. Junto a él, la lámpara del buró se encendía y se apagaba con breves intervalos.

Poco a poco, dolorosamente, recuperó la conciencia. Estaba acostado boca abajo. Al tratar de moverse, dejó escapar un gemido de dolor. Su pierna izquierda se había destrozado. Tardó varios minutos en poder abrir los ojos. A cada intento, minúsculas partículas de polvo se lo impedían. Sentía como agujas clavadas por todo el cuerpo, pero lo más terrible era la sensación de asfixia. Abrió la boca tratando de respirar profundo y eso le provocó un acceso de tos. 

Entonces comenzó a sentir claustrofobia. Nunca antes había experimentado una emoción tan pavorosa. Su corazón latió con rapidez y su presión arterial subió al límite. Se movió con desesperación tratando de escapar, pero el esfuerzo lo hizo perder el aliento. Vagamente comprendió que debía hacer aspiraciones cortas, pero la fobia a morir encerrado es una condición cercana a la locura en la que no es posible razonar con claridad y sólo existe el anhelo exasperado de salir a un espacio abierto y respirar aire limpio.

Todo estaba en penumbras. En sus frenéticos esfuerzos logró liberar la pierna derecha. Se le oscurecía la visión y las sienes le palpitaban como si fuera a perder otra vez el conocimiento. Cada espasmo muscular era un suplicio, pero cuando tensó los músculos de la pierna izquierda volvió a desvanecerse por un instante a causa del terrible aguijonazo. Después se quedó inmóvil. El pánico lo tenía sujeto por el cuello como un monstruo demoníaco a punto de matarlo. Gritó:

—¡Dios mío! ¡Ayúdame, por favor!

Su corazón latía con tanta fuerza que estaba cerca de sufrir un infarto. Comenzó a rezar.

—Padre nuestro que estás en el cielo… Pa… padre nues...tro… 

Pero su oración se convirtió en llanto. Llevó ambas manos hacia la cara e hizo un cuenco tratando de usarlo como filtro para el polvo, mientras gemía:

—Dios mío, dame aire. Necesito aire… No importa que no pueda moverme, pero déjame respirar.

Entonces notó la incongruente luz de la lámpara a unos centímetros de sus ojos. Seguía encendiendo y apagando como el brillo de una luciérnaga moribunda enterrada en un denso manto de polvo. Pensó que esa luz tintineante representaba el leve aliento de vida que le quedaba a él y tal vez a su madre… 

Mantuvo la vista fija en la luz hasta que se apagó por completo.

Tlatelolco

¡Quien hubiera pensado que su regreso a casa sería justo unas horas antes del terremoto más devastador que había ocurrido en esa región! 

Entre nubes recordó la forma en que había llegado a la ciudad de México la noche anterior. Se vio a sí mismo como en una película, bajando del avión. En el área de llegadas internacionales había poca gente. 

Giró la cabeza hacia todos lados con desconfianza. 

Temía ser descubierto en público. 

Quizá había cámaras escondidas y la vigilancia del aeropuerto lo estaba analizando. 

Corrió hacia el baño más cercano e irrumpió en él, jadeando. No había nadie adentro. Abrió una llave del lavabo y se mojó la cara. Vio su imagen reflejada en el espejo. Parecía un hombre joven todavía, no mayor de treinta años, pero con evidentes rasgos de tensión y cansancio. Cerró los puños para controlar el temblor de sus manos. Poco a poco fue tranquilizándose, hizo profundas aspiraciones y notó cómo el ritmo de su corazón volvía a la normalidad. 

—Ya relájate, ¿quieres? —se dijo—, huiste de aquí hace cuatro años. Quizá nadie recuerda lo que pasó, ni te están buscando, ni terminarás en la cárcel. ¡Sólo vas a pasar unos días con tu familia! Ellos merecen saber de ti y tú lo necesitas. 

Salió del baño; pasó los trámites de migración y aduana fingiendo naturalidad, pero sus manos sudaban. Después abordó un taxi y pidió que lo llevaran a un hotel. Dormiría un poco y aplazaría con el sueño el momento en que iba a enfrentarse con su pasado. 

Se acostó en la cama sin desvestirse; de inmediato sintió que las energías lo abandonaban. Un momento antes de perder la conciencia, como todas las noches desde hacía cuatro años, en su cabeza resonó una pregunta: “¿Cómo puede conciliar el sueño alguien que ha cometido un asesinato?”

No había sistemas de alarmas sísmicas en la ciudad. Nadie sospechaba del terremoto que estaba a punto de sobrevenir. 

Leonardo despertó muy temprano, se metió a bañar; el agua le devolvió la energía y lo llenó de esperanzas. Desayunó bien y salió del hotel con paso apresurado. Todavía estaba oscuro. Detuvo un taxi y le pidió al chofer que se dirigiera hacia Tlatelolco. 

Esa mañana de septiembre era como muchas otras, ligeramente fría. La ciudad comenzaba a despertar y se veían unos cuantos transeúntes casi corriendo para tomar el microbús. Volvió a sumirse en sus reflexiones. Anhelaba ver a su madre y abrazar a su hermana Aisha, a quien abandonó cuando ella apenas tenía dieciséis años. Respecto a su padre no sabía si deseaba verlo… Siempre fue un hombre enigmático de ideas ambivalentes. Lo recordaba como su entrenador de baseball, enseñándole y dándole ánimos, pero también como el hombre que lo puso en el camino de la degradación. 

Le pidió al chofer que se desviara. Deseaba ver el centro nocturno de su padre. ¿Todavía estaría en funcionamiento? ¿Aún sería de los sitios en los que trabajaban algunas de las prostitutas más selectas de la ciudad? 

El taxista se detuvo frente al edificio. Era una construcción vieja. En la fachada había un discreto anuncio luminoso que en esos momentos estaba apagado. 

—Oiga —cuestionó el chofer con vulgaridad—, ¿se acaba de levantar y ya quiere acostarse de nuevo? ¡A esta hora no creo que encuentre ninguna muchacha sobria!

Leonardo no contestó porque estaba perdido en sus ensoñaciones.

—¿Se va a bajar? —insistió el taxista con impaciencia. 

—No.

¡Cuántos recuerdos ingratos se agolpaban en su cerebro mientras contemplaba la fachada del antro! Mujeres bailando muy despacio, quitándose la ropa poco a poco y haciendo contorsiones alrededor de un tubo. Hombres fumando y bebiendo licor. Dinero. Mucho dinero y su padre sentado en el escritorio panorámico del lugar, charlando con amigos. Casi pudo revivir una de las conversaciones habituales de las que fue testigo. Los borrachos se arrebataban la palabra:

—Las mujeres son como los semáforos: después de las doce de la noche, nadie las respeta.

—O como la tierra, porque es de quienes las trabajan.

—O como los zapatos, porque si no aflojan con alcohol, aflojan con el tiempo. 

Las carcajadas, el ruido del table dance y los grotescos gritos de los beodos daban al lugar un ambiente dantesco.

—Es mejor ser hombre que mujer porque los hombres no somos tan indecisos, no menstruamos, podemos orinar de pie y donde sea, cuando otros platican con nosotros no se la pasan echando vistazos a nuestro pecho, podemos usar el mismo traje y no parecemos retrato, diferenciamos entre amor y sexo, y podemos tener uno sin el otro y, sobre todo, mientras más abultada es nuestra cartera, las mujeres dicen que tenemos mejores nalgas.

—Oiga, señor —protestó el taxista—. Si vamos a estar aquí estacionados, va a tener que pagarme el tiempo. 

—Sí, sí. 

Vio salir por la puerta lateral a Benito, el anciano que se ocupaba de la limpieza desde hacía muchos años. 

Abrió la ventana para saludarlo.

—¡Don Benito! —gritó—. Hola.

El hombre se acercó al taxi, entrecerrando los ojos para enfocar la mirada.

—¿Leonardo? ¿Es usted?

—Sí —se bajó del auto y abrazó al anciano—. Soy yo. Ya regresé. Dígame. ¿Cómo está todo por aquí?

—Mal, muy mal. El negocio se vino abajo. Casi no tenemos clientes. Las muchachas se fueron. Su papá vendió el local. El nuevo dueño está tratando de contratar más bailarinas, pero este sitio está salado…

—¡No me diga! ¿Y mi papá? ¿Dónde está? 

—Me dijeron que quiso poner otro centro nocturno, pero tampoco le fue bien.

El taxista intervino en la conversación sin bajarse del auto.

—Señor, me tengo que ir. Esta es la hora pico de trabajo para mí. No puedo estar parado. 

Leonardo se despidió de don Benito y se subió al taxi. El auto avanzó. 

En las esquinas había pequeños grupos de niños y adolescentes en uniforme; la gente cruzaba sorteando el tráfico. Había ruidos discordantes de motores y cláxones. A los pocos minutos se vio a lo lejos el perfil de la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco. Era un complejo y apretado conjunto de edificios, todos tan parecidos entre sí que mucha gente se sentía perdida al caminar por sus pasillos interiores. 

—Deberían quitar esta plaza —opinó el taxista—, y convertirla en estacionamiento.

—¡Cómo puede decir eso! ¡Estamos en un sitio histórico!

—¿Qué importa? ¿Para qué sirve la historia cuando en la ciudad ya no caben los carros?

—¡Para recordar el dolor y valorar lo que tenemos! 

—¿El dolor? ¿Cuál dolor?

—Éste fue el centro comercial más importante del México prehispánico. Aquí mismo Cuauhtémoc resistió un sitio que duró ochenta largos días hasta que fue hecho prisionero por Hernán Cortés. Los indígenas que no murieron en esas batallas sirvieron después como esclavos de los españoles y construyeron la parte colonial de la zona. Las enormes paredes de la iglesia de Santiago que se ven desde aquí fueron levantadas con la sangre de esa gente desvalida. Muchos años después en octubre de 1968, centenares de estudiantes fueron asesinados en este lugar. ¡Cada etapa histórica de la plaza fue regada con sangre! 

—¡Órale! Usted sí sabe. ¿Es maestro o algo así?

—No. Pero crecí aquí. Luego me fui al extranjero y sólo estando lejos investigué y valoré todo eso. La Plaza de las tres culturas se llama así porque aquí se representan la prehispánica, la colonial y la contemporánea. ¿Ve los restos arqueológicos? Están rodeados de edificios modernos y coloniales. Es una maravilla. 

—Bueno, gracias por la clasecita, pero hay que chambear. ¿Me paga? 

Leonardo le dio dinero, bajó del taxi y caminó con paso vivo. Por un momento se olvidó de la paranoia que lo hizo huir. No pensó más en el riesgo de ser arrestado. ¡Ahora estaba frente a su casa! ¿Cómo lo recibirían? En esos cuatro años no se había vuelto una mejor persona, por el contrario; estaba más confundido y triste que nunca. Tuvo en sus manos todos los elementos para ser feliz, pero no supo aprovecharlos. Se sentía un fracasado. Deseaba encontrarse con su madre y su hermana para llorar con ellas su ruina y hacerles confidencias que jamás les hizo. ¡Deseaba sobre todo charlar con Aisha! Era muy joven cuando la vio por última vez, pero ahora tendría veinte años. 

Estaba seguro de que las encontraría ya despiertas, preparándose para salir, una al trabajo y la otra a la universidad. Su papá, por otro lado, estaría todavía dormido. Se desvelaba tanto que nunca despertaba antes de la una de la tarde. 

El departamento se hallaba en el segundo piso. Sólo había que subir veinte escalones. Lo hizo despacio.  

CITATORIO

Cuando volvió en sí levantó la vista. De entre las piedras se filtraba un pequeño rayo de luz perpendicular. Quiso buscar su reloj. No lo tenía. Si el sol estaba en el cenit serían como las doce del medio día. ¡Eso significaba que había estado desmayado más de cuatro horas! 

Aguzó sus sentidos y pudo percibir el reacomodo de las planchas de concreto. Vio una enorme mole de escombros suspendida por encima de su cabeza amenazando con aplastarlo. Quiso moverse, pero el dolor aguijoneante de la pierna lo paralizó.

Escuchó un leve crujido sobre su cabeza; advirtió la enmarañada red de vigas retorcidas formando una especie de jaula que lo protegía y lo amenazaba a la vez, meciéndose hacia él. A cada crujido la gran mole soportada por largueros cerraba más el espacio. Después el bloque se recargó contra los restos de una trabe y el rayo de luz se desvió hasta casi desaparecer. Debían haber toneladas de concreto sobre él. Vio que a su lado izquierdo, junto a la única pared erguida había una pequeña cavidad irregular como de dos metros cúbicos. Intentó arrastrarse hacia ella y lanzó un alarido de dolor. Al tratar de ayudarse con las rodillas, sintió que el jalón liberó su pierna, pero no pudo ir más allá. Comenzó a llorar y a gritar.

—No, por favor. No, Dios santo. Déjame despertar. No quiero estar aquí. No puedo estar aquí. ¡Esto no es cierto!

El polvo inundaba sus fosas nasales. Con ayuda de los codos volvió a incorporarse un poco y se arrastró hasta el sitio más amplio. El corazón le latía desbocadamente. Estaba sufriendo un nuevo shock; su cuerpo comenzó a sacudirse preso de temblores incontrolables.

—¡Ayuda!, ¡ayúdenme por favor!

Estuvo gritando hasta que se desgarró la garganta y le faltó el aliento. 

Descansó un poco, pero la angustia lo impulsaba a seguir clamando. Reunió las fuerzas y lanzó un bramido estremecedor. 

Entonces vomitó. Su estómago se contrajo varias veces. Se limpió la boca.

Era inútil. Estaba completamente solo. 

Comenzó a llorar. Un intenso terror se apoderó de él. La sensación de encierro en ese reducido espacio era insoportable. Se irguió unos centímetros y su espalda chocó contra los bordes de las vigas. La pierna lo aguijoneó de nuevo pero de una forma sorda, como si hubiera sido adormecida por anestesia. Se desplomó y volvió a perderse en una rara inconsciencia que lo transportaba al pasado. 

Se vio a sí mismo varios años atrás.

Las bailarinas desnudistas más voluptuosas y cotizadas de la ciudad trabajaban para su padre. Era un placer contemplarlas moviéndose sobre la tarima. Aunque su papá decía no sentir atracción por ellas, a Leonardo le extasiaba verlas. 

Él era un joven de veinticinco años. Acababa de terminar la carrera de licenciado en administración de empresas y nunca se imaginó que el restaurante bar de la familia que tanto soñó con administrar, acabaría dando ese giro. 

Cuando le avisaron que había supervisores en la puerta, se puso nervioso. Su papá no estaba en el negocio esa noche, quiso localizarlo por teléfono, pero no lo logró. Esforzándose por parecer enérgico salió a atenderlos. 

En esta ocasión los inspectores de la ciudad venían acompañados de tres mujeres.

—Traemos un citatorio —le dijo el de mayor rango—. Su negocio está siendo notificado por irregularidades graves. 

—¿Perdón? —preguntó Leonardo—, ¿qué dice?

El inspector principal presentó a sus acompañantes.

—Las licenciadas vienen a dar fe de la entrega del citatorio. Según parece, en este lugar se cometen actos de abuso físico y verbal, además de que se infringe de forma flagrante el uso del suelo. 

Leonardo tartamudeó.

—E… eso lo dice… ¿quién?

—Se lo explicarán en la comparecencia. 

—¿Cuál comparecencia? Yo no voy a ir a ninguna…

Leonardo se interrumpió para aguzar la vista. Con la luz mortecina del anuncio exterior acababa de distinguir algo que lo dejó boquiabierto. Entre la comparsa de fiscalizadores había una joven a quien él conocía. 

—¿Eres Denise? ¿Qué haces aquí?

La mujer dio un paso al frente con decisión para encarar a Leonardo.

—Efectivamente me llamo Denise Ciani. Soy abogada y asesora legal del grupo que me ha contratado. Llevo los casos de infracciones y excesos contra mujeres como en los que se inciden aquí.

—Denise… ¿qué te pasa? Soy Leonardo, ¿no me reconoces? 

—Sí, pero eso no importa. Estamos visitando muchos negocios como el de usted.

—¿Por qué me hablas de “usted”?

El inspector intervino.

—Por favor, déjese de juegos y firme aquí.

—¿Firmar? ¡Yo no acepto eso! ¡No tengo por qué firmar nada! 

—Con su firma sólo está indicando que recibió el documento. No significa que acepte los cargos en su contra.

Leonardo se quedó quieto unos segundos sin acabar de comprender. Después garabateó su rúbrica y entró al local. 

Llamó por teléfono a su padre. 

En cuanto el viejo escuchó la historia, se enfureció.

—¿Firmaste de recibido? No seas imbécil. Debiste negarte.  ¿Quiénes eran?

—Los inspectores de la ciudad.

—¿Don Quijote y Sancho Panza? ¡Pero si esos borrachos están en nuestra bolsa! ¿Por qué no hablaste con ellos a solas? ¿Por qué no los sentaste en una mesa para que vieran a las muchachas y les ofreciste un trago? 

—Esta vez no se pudo. Parecían tensos. Venían acompañados por tres mujeres. Una de ellas…

—¿Mujeres? ¡Esto es el colmo! ¿Para cuándo es la cita?

—Para la semana que entra. 

—¡De acuerdo, vamos a ir y te enseñaré cómo se arreglan estos asuntos! 

Leonardo no quiso hacer más aclaraciones a su padre, pero el día indicado lo acompañó a las oficinas de gobierno. 

Fueron pasados a la sala de juntas en donde se celebraría la comparecencia. Alrededor de una mesa rectangular estaba el jefe de licencias y dos damas bien arregladas. Una mayor de edad y la otra joven. En cuanto Leonardo la vio, sintió que su corazón comenzaba a latir con más fuerza. Era Denise. Otra vez estaba ahí. Lo más increíble fue que su padre no la reconoció. 

Todos tomaron asiento. 

—En el citatorio que recibieron —comenzó el director de la oficina—, se les requirió para que mostraran todas las licencias de su negocio. ¿Las traen consigo?

El señor Villa extendió los papeles.

—Aquí están. 

—Muy bien. Déjeme revisarlos.

Mientras el funcionario hacía su trabajo, el padre de Leonardo analizó a las mujeres. La mayor tendría unos sesenta años, era guapa, de aspecto ejecutivo y mirada de cazador. La otra, joven, de unos veinticinco años, vestida a la moda, con cabello negro lacio y mejillas ligeramente sonrosadas. Le pareció familiar, pero de inmediato quiso imaginársela desnuda. La joven se sintió incómoda por la mirada morbosa del hombre y se movió como si la silla quemara. 

—A ver —dijo el funcionario al fin—, señor Villa, iré al grano. Su negocio tiene decenas de condiciones inseguras y todas las licencias vencidas. Voy a tener que cerrarlo.

—¿Cerrarlo? ¡No me haga reír! 

—Además, el uso del suelo en esa zona no permite giros comerciales como el de usted.

—¿Perdón? ¿Oí bien? ¡Hay tres centros nocturnos más por ahí! 

—Todos van a ser clausurados. Mi trabajo es revisar las licencias, pero es sólo el principio del problema. Existe una querella levantada contra los negocios como el suyo, promovida por una asociación civil que vigila los derechos humanos de las mujeres. 

—Sí —mostró los dientes como sonriendo—. Dijeron que cometemos actos de abuso físico y verbal. ¿Nos pueden explicar eso? ¡Somos una fuente de trabajo! Protegemos a las mujeres que laboran con nosotros y les permitimos desarrollarse en la actividad que ellas eligieron. 

El funcionario presentó a las damas que estaban sentadas a la mesa:

—La señora Guadalupe Ferro es fundadora y directora de la asociación civil. La licenciada Denise Ciani es asesora legal del grupo. Ellas le van a explicar. 

Leonardo miró a su padre de reojo. ¡Era increíble que ni siquiera después de escuchar el nombre de Denise la reconociera! Es cierto que había cambiado. Se había vuelto toda una ejecutiva y no quedaban rastros de la niña juguetona y dulce que los visitó con frecuencia durante tantos años… ¡pero seguía teniendo esa fisonomía entre gitana y malagueña que la caracterizaba! 

Ambas mujeres pusieron sus tarjetas de presentación sobre la mesa. Leonardo se apresuró a tomarlas. 

—Nuestra agrupación —dijo la directora—, está dedicada a dar apoyo legal, psicológico, espiritual y financiero a las mujeres con problemas. Promovemos los principios éticos. Cuidamos que no se cometan actos de abuso o discriminación sexual. En negocios como el de usted se explota a las personas, se lucra con la genitalidad femenina, se rebaja a las mujeres tratándolas como mercancías.

—¡Momento! ¡Ya se lo dije! ¡Ellas lo hacen por voluntad propia! Nadie las obliga. Las que llegan a mi local ya se han rebajado a sí mismas. ¡Yo sólo las pongo a trabajar!

—Señor Villa. ¿Ha leído usted un poema clásico de Sor Juana Inés de la Cruz llamado “Hombres necios”? Todo el mundo lo conoce. Por favor, búsquelo en un libro y léalo palabra por palabra. Cuando una mujer se degrada a sí misma es porque ha sido etiquetada como objeto sexual por los sujetos con los que ha convivido. Ninguna de sus empleadas llegó siendo virginal ni ingenua, eso es cierto, pero seguramente cuando usted las conoció ya habían pasado por muchos ultrajes, llanto y humillaciones. Además, señor Villa, fuera de asuntos éticos, su negocio opera al margen de la ley. ¡Está dado de alta como restaurante! “Cocina casera”, para ser exacta, y se dedica a promover la prostitución.

—¡Claro! Es cocina porque damos comida, y es casera porque hay mujeres.

—No entiendo el chiste. 

—Sin que usted se ofenda, señora, voy a hablarle con transparencia. Las mujeres siempre han soñado con cambiar al mundo. Son idealistas, pero al final sólo acaban ejerciendo las funciones para las que fueron creadas. 

—¿De verdad? ¿Y cuáles son esas funciones, según usted? 

—Cuidar la casa, educar a sus hijos, cocinar, dar placer sexual a los hombres e ir a la iglesia —el señor Villa comenzó a sonreír por lo que le pareció un parlamento genial—, si lo analiza con cuidado en mi negocio tenemos todo, ambiente casero, educación de jovencitos, comida, placer sexual y la visita eventual de algunos religiosos.

—No estará hablando en serio. 

—Claro que sí. Ponga los pies en la tierra, señora y deje de crear problemas. Ustedes no van a poder contra mí ni lograrán cerrar los negocios como el mío. Tienen una inquietud legítima, la cual comprendo, pero es improcedente. Yo les sugiero que en vez de rescatar a las mujeres perdidas, traten de prevenir a las que no lo están. ¿Qué les parece? Yo no puedo desperdiciar mi tiempo. ¡Pongámonos de acuerdo! ¿Cuánto dinero quieren para dejarme en paz? 

Guadalupe movió la cabeza. El funcionario de gobierno opinó:

 —Me parece que ahora están hablando un lenguaje de conciliación. Acaben con esto y después, usted señor Villa tendrá que quedarse conmigo para arreglar el tema de sus licencias. 

—No lo puedo creer —intervino Denise—. Esta conversación apesta. 

Entonces el papá de Leonardo miró directo a los ojos de la joven abogada y se quedó estatizado unos segundos. 

Acababa de reconocerla. 

Siempre es un alivio despertar cuando los sueños son malos; Leonardo pensó que había tenido una pesadilla y sintió el alivio de volver poco a poco a la comodidad de su habitación en Cádiz. 

Amodorrado, estiró el pie para tocar la tersa piel desnuda de su esposa, pero al hacerlo sintió el aguijonazo. Entonces abrió los ojos abruptamente tratando de reconocer su alcoba. Quiso alcanzar la lámpara de mesa para encender la luz. ¡El apagador no estaba en su lugar! Había una penumbra densa cargada de partículas nauseabundas. El fantasma negro del pánico se posó sobre él. ¿Sería posible que la cruel pesadilla fuera esa? ¿La vida real?

Lanzó un alarido de desesperación.

—¡Noooooooooooooo! 

Deslizó su cuerpo en el piso para apoyarse en la pared y encontrar la mejor postura. Hizo muchas aspiraciones cortas por la boca queriendo controlar el terror.

—Tal vez haya una salida —murmuró—. Estoy bien. Me encuentro vivo…

Repitió las frases una y otra vez para darse ánimo, luego comenzó a hacer rechinar sus dientes. 

Los ataques de claustrofobia estaban evolucionando a una forma mucho más benigna de dolor.

Se encorvó en posición fetal y cerró los ojos para alejarse del espantoso presente. Como había dicho Denise en alguna ocasión, la mente humana es como una grabadora. Leonardo necesitaba usarla: Sólo debía oprimir el botón de “play” y un extraordinario mecanismo de defensa lo sacaría de su terrorífica tumba y lo haría viajar al pasado. 

4

DEBATE ENTRE SEXOS

—¡Yo te conozco, niña! Te llamas Denise Ciani. ¡Claro! Ya lo recuerdo. ¡Qué giros da la vida!, ¿no? ¡Cuántas veces te abrí la puerta de mi casa y te recibí como huésped de honor para que ahora trates de apuñalar por la espalda a tus amigos!

—Se equivoca, señor Villa —respondió con ecuanimidad de abogada—, si aludimos al pasado, fue usted quien traicionó no sólo mi confianza sino la de su esposa e hija. Sin embargo, no estoy aquí por eso. Mi labor es estrictamente profesional. Ahora trabajo para una organización que desea dignificar a las mujeres. Es cierto que negocios como el de usted siempre han existido y siempre existirán, pero en lo posible evitaremos que se fortalezcan y multipliquen. 

—¿Qué te pasa, Denise? —protestó el papá de Leonardo—. ¡En mi negocio damos un servicio social! ¿Te imaginas un mundo en el que los hombres no tuviéramos a dónde ir para desahogar nuestros instintos? ¡Piénsalo! Habría un caos. Aumentarían las violaciones, los incestos, las infidelidades. ¡Los hombres estaríamos como locos! Cuando un varón puede pagar por ver y tocar mujeres desnudas, se vuelve más equilibrado en la sociedad.

—¿Quién le dijo eso? 

—Es lógico.

—Pues está equivocado. Yo estudié criminalística. Los hombres que asisten a burdeles y prostíbulos son quienes más delitos sexuales cometen. Los registros no mienten. 

—Eso es teoría tonta. 

—Es psicología comprobada. El cerebro funciona como una grabadora de música que reproduce durante el día y la noche las melodías que grabamos en él. En sus neuronas usted tiene esa música horrenda discriminatoria para las mujeres, porque es la que ha grabado y regrabado. Pero entiéndalo. Es más fácil que un cliente habitual de burdeles llegue a una cita y me desnude con la mirada a que lo haga un hombre de familia que anoche estuvo en casa con su esposa e hijos. 

El señor Villa levantó ambas manos y sonrió cínicamente mientras le hablaba al director de la oficina.

—¿Lo ve?, las mujeres siempre acaban refiriéndose a lo mismo: la casa, los hijos, la iglesia, la cocina o el amor, pero no se dan cuenta que su verdadero servicio a la sociedad es el sexo… —se percató de haberse excedido y quiso suavizar el tono—. Lo cual no es algo tan perverso. 

Denise Ciani aprovechó el resbalón del señor Villa para acribillarlo:

 —¡Qué interesante comentario! Por lo que sé, su madre todavía vive. ¿No es así?

—¡No te metas con ella!

—¿Y cree que sólo ha servido para el sexo? 

—Mi madre es una anciana.

—¡Su madre, su esposa y su hija son mujeres! ¿Se atrevería a contratarlas para que se desnudaran delante de un grupo de borrachos?

—Esta conversación es absurda.  

—¿Y las mujeres médicos, ejecutivas, escritoras, abogadas? ¿También servimos sólo para el sexo?

—Tus argumentos son de parvulitos, Denise. ¿Eso te enseñaron en la escuela de abogados? 

—Señor Villa, yo poseo conocimiento de primera mano para el caso jurídico: Usted era dueño de un restaurante en el que trabajaba toda su familia. Su esposa dirigía a las cocineras y sus hijos ayudaban como meseros y en la caja. Yo misma cooperé varias veces ahí. Me consideraba parte de la familia. Hasta que usted comenzó a hacer negocios sucios y a contaminarnos a todos. Envileció a su hijo y humilló a su esposa. Yo fui testigo de cómo adulteró bebidas alcohólicas y prostituyó a las meseras…  

—Eso es mentira. Tendrías que probarlo. ¡Que le pregunten a mi hija! Ella atestiguará a mi favor. 

—Sí, señor Villa. Aisha tiene un velo en los ojos porque usted la apartó del restaurante a tiempo y le prohibió volver, pero tarde o temprano se enterará de que su padre, machista,  valora a la mujer sólo por su aspecto físico y se olvida de que también somos competentes, diestras y tenemos una capacidad intelectual igual a la de cualquier hombre. 

—¡Ahora caigo!, ustedes son de esas feministas; mujeres frígidas y frustradas llenas de rencor, que quieren tomar el poder político para dominar el mundo.

—No, señor Villa —intervino esta vez Guadalupe Ferro—. Yo fundé nuestra agrupación y voy a explicarle algo. No somos feministas. Somos mujeres simplemente, ¡con todas las letras! El reto de nosotras es, sí, conquistar el mundo, pero no para competir con los hombres o lograr el poder político o económico, sino para declarar la paz verdadera, el perdón entre las personas, la comprensión entre naciones, la comunión con el Creador y la victoria de los valores humanos. Las mujeres fuimos dotadas de habilidades distintas a las de los hombres: Espiritualidad, sensibilidad, intuición, resistencia física y emocional. Cuando usamos nuestros dones podemos reconquistar a un marido infiel, borracho o altanero y ayudarlo a convertirse en hombre de bien; podemos reconstruir familias fracturadas o países en crisis. Usted no se equivoca cuando dice que las mujeres pensamos mucho en nuestro hogar, nuestros hijos, la provisión de alimentos, la vida espiritual y el amor. Pero no hay nada de malo en ello. ¡Al contrario! Es lo que le da equilibrio y fuerza verdadera al mundo. Sin la labor poderosa, discreta y a veces desvalorada que las mujeres hacemos, las familias se derrumbarían y la sociedad acabaría siendo una jungla salvaje. Las funciones de las que usted habló, son vitales y me siento orgullosa de ayudar a mantenerlas fuertes. 

—No sueñe, señora… ya le dije que sus argumentos me suenan trillados e idealistas. ¡Este mundo es de hombres! ¿No se da cuenta? ¡De hom…bres!

—¡Lo sabemos! —contestó Guadalupe en un tono mucho más intelectual—. A la mujer, como género, se le condena por haber sido la tentadora “oficial” en el paraíso, y sus encantos se referencían como astucia diabólica; la frase voltairiana típica “las mujeres son seres de ideas cortas y cabellos largos” se cita  incluso por quienes no tienen el menor barniz cultural, y otros dichos autóctonos como “mujer que sabe latín ni consigue marido ni tiene buen fin” sólo manifiestan que existe una corriente de pensamiento casi inscrita en la información genética transmitida de generación en generación. ¡Pero no porque sea algo común estamos obligadas a aceptarla! Todas las corrientes nocivas se pueden romper. ¡Ése es el reto de la mujer! En mi organización hemos declarado que podemos hacer un cambio en el mundo si nos lo proponemos. ¡Y lo haremos conquistando primero nuestra propia familia y entorno! También hemos declarado que la ciudad estará limpia de drogas, vandalismo, prostitución y corrupción. Queremos un ambiente diferente y vamos a luchar por tenerlo. 

—¿Y están comenzando por clausurar negocios como el mío?

—Sí. 

—Señora Lupita. No le importa que la llame así ¿verdad?,  como a nuestra Virgencita. Mire. Mi esposa era igual de idealista que usted. Ella no estaba de acuerdo en el giro que fue tomando nuestro negocio, hasta que se dio cuenta que gracias a él podía vivir mejor y hasta darse ciertos lujos. ¡Ahora los dos comemos de la misma fuente y ella está feliz! ¡Si usted fuera mi mujer, por cierto que Dios me libre, sus conceptos cambiarían! La moral es relativa.

Guadalupe Ferro movió la cabeza y arremetió con más convicción. 

—Yo evito hablar con sujetos que piensan que la moral es relativa. Con esa frase acaba usted de cerrar toda posibilidad de negociación con nuestro grupo. 

—¿Por qué dice eso, Lupita? Ya me di cuenta de que toda su  argumentación es sólo para acabar quitándome más dinero. Pero sólo les voy a dar lo justo… 

—¿Y qué es la justicia para un hombre que piensa que la moral es relativa?

—¡No lo haga más difícil!

—Señor Villa, quienes piensan como usted son los típicos individuos capaces de secuestrar o matar por dinero, los que acomodan las leyes a su conveniencia, los que mienten o deforman la verdad para justificar sus perversiones, los que aseguran que el fin justifica los medios y usan medios deshonrosos para obtener sus fines. Lo siento, señor Villa, pero la moral es única. No puede acomodarse a las conveniencias de nadie. Es inmutable y atemporal. Funcionaba hace tres mil años, cuando Moisés recibió unas tablas en el monte Sinaí, y funcionará dentro de tres mil años cuando el ser humano viva en las galaxias. El verdadero hombre lo sabe, por eso respeta a las mujeres; no usa esa actitud de seductor barato para manipularlas y tampoco se refiere a ellas de manera despectiva.

—¿Despectiva? Sólo estábamos siendo sinceros. 

—¡Claro! Y la sinceridad, para usted, es su mejor forma de ser despectivo, porque sinceramente cree las patrañas que dice. 

—Oiga, señora. No me insulte. ¿Cuándo fue la última vez que usted tuvo sexo? ¿Por qué no se casa para que se les quite lo amargada? Todo el mundo sabe que a las mujeres solteras se les pone agrio el carácter. Por lo menos Denise, pobrecita, cuando yo la conocí era una joven simpática con posibilidades de un buen partido, pero ahora, mírela nada más encorsetada en un traje de abogada que no la deja ni respirar. ¡Es una solterona amargada!

Guadalupe no contestó de inmediato. Denise Ciani aprovechó la pausa para tomar la palabra. Esta vez lo hizo con una mayor vehemencia, sin preocuparse por moderar la voz.

—Señor Villa —comenzó como poniendo las cartas sobre la mesa—. Eso de que las solteras somos amargadas es otro mito machista. Quizá en el secreto de nuestro corazón anhelamos un compañero bondadoso y eso nos causa nostalgia a veces, pero no nos impide crecer, realizarnos, ser exitosas y felices. Ahora, analice esto: Hay muchas más mujeres casadas a quienes se les amarga el carácter, ¿y sabe por qué? ¡Porque el hombre con el que se casaron se dedica a insultarlas, denigrarlas, hacerlas sentir tontas e inútiles! El maltrato a la mujer es el crimen más numeroso sin denunciar. ¡No existe mayor crueldad en el mundo que la violencia doméstica! Las víctimas están atrapadas, sin salida, viviendo con un patán que las humilla. ¡Cuando vea una mujer casada alegre y realizada, felicite a su marido!, sin duda es un
hombre que ha reconocido el valor de su esposa y la ha exaltado e impulsado a convertirse en lo que ella merece y es capaz de ser. Por otro lado cuando vea a una señora insegura o con grandes frustraciones, dígale a su esposo: ¡Arrogante, grosero y patán, te esfuerzas por mantener una imagen de éxito ante el mundo, pero en la intimidad de tu matrimonio te has empeñado en aplastar a tu esposa! ¿Crees que ella es fea? ¿Y no será que tú no la motivas a ser hermosa? ¿Piensas que es sexualmente fría? ¿Y no crees que le falte un verdadero hombre capaz de seducirla y hacerla vibrar? ¡Mírate al espejo, altanero! Eres inseguro de ti mismo y temes perder tu liderazgo. Pero el verdadero líder es amado y admirado, primero que nada por su mujer.

—Por… por lo visto —objetó el padre de Leonardo titubeando un poco—, ahora a ti te… te gustan los afeminados.

—Está equivocado —respondió Denise—. No hay nada más triste que un hombre sin hombría. ¡Es maravillosa la fortaleza masculina!, pero la verdadera virilidad no domina ni manipula a las mujeres, sino las exalta y las defiende del mal. El hombre real es un conquistador que conquista a una sola mujer, participa del progreso de ella y está a su lado en los momentos difíciles. Cuando la mujer se embaraza, él se siente embarazado. Cuando ella tiene hijos, él los ve como parte de sí; guía a su familia con decisión hacia la cima, no le tiene miedo a los retos ni a las peleas contra los enemigos, porque sabe que en el mundo abunda la depravación y está dispuesto a dar la vida si es necesario por proteger a los suyos. 

Leonardo no había abierto la boca durante toda la sesión. Estuvo atento a los movimientos de su padre. Había ido a esa reunión dispuesto a aprender del gran sultán, pero sólo había captado que el jeque era un imbécil y el negocio del que vivían, era indigno y sucio. Cuando todos se levantaron para salir de la sala, Leonardo se quedó sentado por un largo rato. Las palabras de Guadalupe y Denise habían caído en su corazón como viruta de plomo. 

El amor se hace

ES PELIGROSO PERO ME GUSTA

Vamos a reflexionar sobre noviazgo y sexo. 

Si eres estudiante, o adulto soltero, analicemos juntos los recovecos de un romance, un orgasmo, un free, un ligue por Internet, una relación homosexual y otras prácticas parecidas.

Será divertido. 

La etapa que estás viviendo es riesgosa y  deliciosa al mismo tiempo. 

Cuando mi hija mayor ganó sus primeras competencias de equitación, alguien le preguntó qué significaba para ella conducir un caballo tan colérico; la niña de siete años contestó: “Es peligroso, pero me gusta”.

Hoy, enamorarse puede resultar peor que subirse a un potro salvaje. El noviazgo, los free y el sexo suceden a toda velocidad. Hay pasión, placer, riesgo, caídas… 

Mis libros sobre la juventud en éxtasis han sido leídos por millones de personas en todo el mundo. Por ello diariamente recibo decenas de correos electrónicos. En muchos de ellos mis jóvenes lectores se desahogan. Me hablan de sus enamoramientos, sus decepciones, sus aventuras sexuales y sus alegrías en el noviazgo. Con base en todos esos testimonios, una investigación seria y el respaldo de médicos y sexologos, te anticipo que aquí hallarás datos concretos, científicos, objetivos. No intentaré convencerte de nada ni de darte directrices morales. Tú puedes tomar tus decisiones. De antemano las respeto y las elogio, porque lo más loable de una persona es que busque tener el control de su vida.

Si decides casarte a los diecinueve años, a los treinta y cinco o no casarte nunca, está bien, mientras sepas lo que estás haciendo. También está bien si decides te­ner cuatro noviazgos a la vez o irte a vivir con una pareja de tu mismo sexo, siempre y cuandolas decisiones que tomes sean informadas y te hagan sentir una persona honorable. En este punto sí voy a ser insistente. Te lo digo con
anticipación. La dignidad sexual será nuestro hilo conductor. El resto se conformará de información.     

Con esa lógica diremos que tener una relación ar­diente con tu pareja es como estar sobre un caballo muy nervioso. Puede darte satisfacciones, pero también puede matarte. 

En la cima de su carrera ecuestre, mi hija tuvo un accidente que casi le quitó la vida. Su yegua perdió la distancia en un obstáculo triple, cayó sobre el oxer final y dio la maroma completa rodando varias veces sobre su amazona. Todos pensamos que la niña estaría aplastada y con varios huesos fracturados. Fue un milagro verla volver en sí y respirar de nuevo. Desde entonces, las cosas cambiaron. Sigue disfrutando los caballos, pero en lo más hondo de su mente aprendió a ser precavida con las ofertas deliciosas de la vida. 

Quizá este libro te ayude a hacer lo mismo. 

Más que nunca estarás consciente de todas las implicaciones que tiene vivir en tu mundo juvenil arriesgado y delicioso a la vez, respecto al que sin duda podrás decir esa curiosa frase, que se hizo célebre en mi familia: “Es peligroso, pero me gusta”.

1

No doy una en el amor

Vayamos al grano de inmediato.

A ti te hace falta una pareja, pero ¿qué pre­fieres?

¿Noviazgo o free?

Ésta es la definición de noviazgo:

Dos grandes amigos de sexos opuestos[1] que se enamoran y hacen un pacto temporal para ayudarse, respetarse y tratarse con cariño de forma exclusiva.

¿Suena complicado? Tal vez. Por eso el noviazgo está pasando de moda. Hoy, casi nadie quiere comprometerse en exclusiva con una relación de ayuda, respeto y trato afectivo. Muchos dicen “¡qué flojera!”.

¿Mejor “amigos cariñosos”?

A las relaciones “modernas”, que no implican responsabi­lidad, algunos les llaman frees.

Un free se define como la unión eventual de dos conocidos que de­ciden besarse, aca­riciarse o aun tener sexo, sin que entre ellos exista amor de por medio.

Los frees, son relaciones superfrecuentes hoy en día. Las vemos a diario en la televisión y en el cine. Es la forma “normal” de unirse en pareja según las películas. Al coqueteo le si­guen besos y sexo.

Los frees han dejado de ser un cuento de Hollywood para convertirse en un estilo de vida muy apetecible. ¿No te ocurre a veces que cuando miras ciertas escenas, se te hace agua la boca? ¿Te has imaginado que protagonizas esa película y besas al artista de tus sueños o te acuestas con él o ella?

El bombardeo por parte de los medios masivos ha hecho que los frees se vuelvan populares.

Quienes participan de un free tienen prohibido en su propio código decir te amo; ambos saben que entre ellos no hay compromiso y mucho menos amor. Por otro lado, en los frees se permite mantener re­la­­ciones afectivas con otras personas al mismo
tiempo.

Si tu supuesto novio o novia tiene otras parejas además de ti, o si sólo desea experimentar besos, caricias o sexo, sin ninguna responsabilidad, tú estás viviendo un free.

El free parece muy atractivo

Los cuerpos se satisfacen sin obligación para los participantes.

Es como si alguien con mucha hambre llegara a un restaurante de bufé, se sirviera a placer y saliera del lugar sin pagar. Suena bien, siempre que no lo atrape la policía.

Si pudiéramos resumir en una sola frase toda la filosofía de superación humana sería ésta: “Nada es gratis”. Nada. Y mucho menos el sexo.

La palabra free, se traduce al español como “libre”, y también como gratis.

En el capítulo titulado “¿Qué con el free?”, ana­lizaremos cómo una rela­ción de este tipo es todo, menos gratis… Un free tiene costos muy altos e impredecibles. Por lo pronto dejemos establecido esto: cuando tienes novio o novia sabes en lo que te metes y a lo que te comprometes, pero en un free ignoras el precio que debes pagar; por ese simple hecho, el noviazgo es una relación más segura.

Teóricamente debería irte mejor si tienes un noviazgo que un free, pero hay quienes no dan una en el amor…

Muchas veces el noviazgo también sale mal

Lee el siguiente testimonio de una joven de dieci­siete años:

Subí fotos sensuales a mi página personal punto com. Hasta tomé unas bañándome. Claro que sólo se me veían los hombros y la cara mojada. Mis amigas me mandaron notas por e-mail diciendo que me estaba promoviendo demasiado, pero luego ellas también hicieron lo mismo en sus páginas.

Mis contactos, hombres, aumentaron. Comencé a hacer-me popular en la red. Hacía mi tarea mientras chateaba con cinco o más al mismo tiempo. Coqueteaba con todos. Ellos también me decían cosas fuertes. Cuando se pasaban de la raya, dejaba de contestarles por varios minutos. Luego casi siempre se disculpaban y volvían a empezar. Me reía mucho frente a la computadora y mamá preguntaba por qué me causaba tanta gracia hacer la tarea, pero yo ocultaba la página del chat cuando ella se acercaba.

Después de un tiempo empecé a recibir invita-ciones a salir. Yo decía, en mi casa, que tenía que hacer trabajos en equipo. Así salía. Acepté un poco de roce con varios de mis amigos. Tú sabes. Besos y caricias, pero un día las cosas se salieron de control y uno de ellos se puso como loco. Casi me viola. Me asusté mucho. Se lo platiqué a una compañera. Ella dijo que me convenía más tener un novio, porque en el noviazgo las cosas salen mejor. Eso se me quedó muy grabado. Así que cada vez que un amigo quería tener contacto físico conmigo, yo le ponía como condición que fuéramos novios. Uno de ellos se me declaró al fin y yo acepté. Al principio fue increíble. Me trataba con más respeto y perdí la cabeza por él. Era un chavo superguapo. Cuando me pidió que tuviéramos relaciones, acepté. Estaba enamo-radísima. Hasta llegué a creer que a lo mejor nos casaríamos algún día. Se lo dije, y como que se molestó, porque dejó de invitarme. Después supe que andaba con otras. Los celos me mataban. Yo sólo pensaba en él. Era mi mundo. Logré acaparar su aten-ción de nuevo y cada viernes nos íbamos de
antro. Yo tenía mu-chos problemas con mis papás porque re-gresaba tarde, pero mi novio siempre de-cía que todos los pa-dres son iguales y no entienden a los chavos.

Él tenía un carácter fuerte. Un día que le reclamé porque de plano lo vi coqueteando con una tipa en mis narices, hasta me gritó, y me dijo que estaba cansado de mi inseguridad. Me cortó, y a pesar de que le rogué que no me dejara, se portó grosero. Él nunca fue romántico, pero se aprovechó de que yo estaba muy clavada para hacerme como quiso. Ya pasó un año y no puedo olvidarlo. Tengo un sentimiento de culpa porque no sé cómo lo dejé ir.

A la joven del caso anterior le fue mal con sus frees, pero le fue peor con su novio. No daba una en el amor. ¿Por qué?

Analicemos primero el tema del noviazgo. Una re­lación de este tipo puede tener muchos problemas, aunque todos se resumen en tres:

Los errores del noviazgo

Si conoces de antemano estos tres errores, podrás prevenirlos:

Absolutismo.

Premura sexual.

Idealización.

1. Absolutismo

¿Crees que tu no­vio o novia es todo (abso­lutamente) en tu vida?

¿Durante el día completo sien­tes alegría, tristeza, en­fado o preocupación por cómo van las cosas en tu noviazgo?

¿Tienes un gran temor a perderlo?

¿Piensas todo el tiempo en él o ella, sin que puedas evitarlo?

¿Te estás volviendo una persona posesiva y celosa?

Los involucrados en noviazgos absolu­tistas pa­san de­ma­siadas horas jun­­tos. Uno de ellos, o ambos, no sopor­tan estar separados; se llaman por teléfono, se envían mensajes al celular, o e-mails continuamente; no hacen nada sin que el otro lo sepa, o participe. A la larga se sienten prisioneros, sin libertad, perseguidos, asfixia­dos. Pierden individualidad, independencia y espacio íntimo.

El absolutismo es lo que en futbol se llamaría marca personal. Y en psicología dependencia enfermiza.

Esta malformación del noviazgo tarde o temprano termina en ruptura y heridas emocionales.

2. Premura sexual

Ocurre cuando tu cuerpo se enamora de otro
cuer­po
. Suena raro, pero sucede con mucha fre­cuencia.

Tú no eres animal (porque posees también una parte espiritual), pero sí tienes un cuerpo con ins­tintos y deseos como los de cualquier animal.

Dos personas que no se conocen, podrían tocarse y llegar a tener relaciones se­xuales, porque los cuer­pos de un hombre y una mujer se atraen por instinto. Es una cuestión biológica.

Con esto en mente, piensa: los cuerpos de algunos novios tienen tanta química que se atraen de forma exagerada.

Puedes identificar cuando tu noviazgo está enfermo de premura sexual si el cerebro se les desconecta a ambos y sólo quieren fusionarse en besos y abrazos.

Quizá digas: “Sí, nos ocurre eso, pero es delicioso”, el problema es que no has analizado la peligrosidad del principal síntoma: el cerebro se desconecta, y dos personas ex­citadas, con tanta atracción, son incapaces de pensar con claridad, así que se vuelven terriblemente vulnerables. 

¿No concibes una cita en la que tu pareja y tú sólo platiquen o convivan, pues la razón principal (y única) de estar juntos es excitarse con sus caricias mutuas?
Si es así, su noviazgo padece de premura sexual y tarde o temprano va a llevarte a una profunda decepción.

3. Idealización

¿Imaginas que tu novio o novia posee cualidades extraordinarias de las que en verdad carece? Te tengo malas noticias: estás idealizando.

Dicen que el amor es ciego. Mentira. La idealización lo es.

Todo está en tu mente. Has inventado un ideal que no existe. El problema clave aquí es tu imaginación.

Te enamoras del amor. Amas a un simple transeún­te suponiendo que es la persona perfecta.

Cuando idealizas, te sien­tes loco o loca por alguien a quien no conoces a profundidad y supones que contiene una esencia extraordinaria.

La idealización te impide ver los defectos del otro y te hace tolerar maltratos, vicios, infi­delidades o desprecios, creyendo que todo está bajo control, o que la otra persona va a cambiar.

Si leíste el libro Los ojos de mi princesa, recordarás que el protagonista amaba a una compañera de su escuela de manera incondicio­nal y sin límites. La idolatraba. Hizo todo por alcanzarla; como le ocurre a los que sufren idealización, este personaje voló muy alto, y después cayó de forma tan terrible que estuvo a punto de enloquecer.

El enamoramiento por idealización es la primera
causa de suicidios amorosos y depresión en los jóvenes.

Concluyendo:

Ya tenemos un panorama muy completo de lo que no es el noviazgo:

No es un free.

No es una relación absolutista.

No es una relación de premura sexual.

No es una idealización. Ahora estudiemos lo que es.


[1]1. El término noviazgo por tradición es usado para describir la relación de un hombre y una mujer solteros; es muy poco frecuente entre homosexuales; por lo regular ellos se refieren entre sí simplemente como mi pareja.

2

¡QUIERO  PAREJA!

¿Te has preguntado por qué te cuesta tanto trabajo encon­trar a la persona adecua­da?, ¿dónde está?, ¿por qué se te escapa?

No quieres jugar con los sentimientos de los demás, no buscas dañar ni sufrir daño; pero ¿hasta ahora las cosas te han salido mal?

¿Conoces gente buena, y aun así, a veces te sientes como en un desierto de soledad?

¡Necesitas una pareja!

Más adelante hablaremos ampliamente de la opción free, así que en este capítulo analizaremos la alternativa NOVIAZGO.

Veamos de nuevo la definición

El noviazgo es un pacto temporal que hacen dos excelentes amigos de sexos opuestos, para ayudarse, res­petarse y tratarse con cariño de forma exclusiva.

El trato es claro.

NOVIAZGOS CONSTRUCTIVOS

Desglosemos la definición.

Ambos son excelentes amigos que hacen un pacto temporal:

De trato cariñoso.

De ayuda mutua.

De respeto.

De exclusividad.

1. Excelentes amigos

Con un verdadero amigo puedes charlar durante horas. Te sientes cómodo (a) a su lado. No hay nervio­sismo, fingimiento ni temor.

Los amigos se comunican a nivel profundo, pueden pasarla bien, sin necesidad de estar tocándose o besándose siempre.

Los amigos confían uno en el otro y disfrutan su compañía.

Sin amistad previa, es absurdo que dos personas se vuelvan novios. 

Los novios, primero que nada, deben ser los mejores amigos.

Para que exista un noviazgo constructivo, antes, debe haber una buena amistad.

2. Trato cariñoso

Cuentan de dos jóvenes que decidieron casarse. Ella era una gran soprano, verdadera virtuosa del canto, pero a él no le gustaba mucho físicamente. En la primera mañana de su luna de miel, ella despertó a su lado, tal como era, sin maquillaje y con la cara hinchada de dormir. Entonces, él la tomó por los hombros, la sacudió y le pidió, desesperado: ¡Mi amor, por lo que más quieras, canta!

Observa a una persona cualquiera, de sexo opuesto. Ahora imagínate besándola en la boca. ¿Te da un poco de asco? Claro, porque no puedes tener un trato íntimo con cualquiera, ni aunque sea tu mejor amigo.

Para iniciar un noviazgo, se requiere amistad previa pero no basta con ella. Se necesita también la atracción química que propicia el trato cariñoso.

Tratar cariñosamente a alguien es tener gestos y actitudes de amor únicas y especiales, que no usarías con nadie más.

El trato cariñoso se compone de palabras, roces, besos y abrazos. Puede provocar, en mayor o menor medida, excitación sexual.

Como los novios verdaderos son buenos amigos y saben comunicarse, se ponen de acuerdo con respecto a cuáles son las caricias que prefieren y las que no desean.

El tema de las caricias íntimas en el noviazgo es tan interesante que vale la pena estudiarlo en un capítulo aparte.

Ya dijimos que los novios mantienen amistad previa y trato cariñoso. ¿Qué falta?

3. Ayuda mutua

Tú tienes obje­tivos, sueños, anhelos. Imaginas un futuro de éxito y felicidad. Quieres una vida extraordinaria. Pero lograr eso no será fácil. Sabes que necesitas hacer cosas específicas que te lleven hacia ese futuro.

Un novio o no­via de verdad te apoyará para estudiar, entrenar, participar en concursos o presenta­ciones y enfrentar retos. También te motivará a que convivas con tus padres y hermanos e incluso a que te superes espiritualmente.

Lo mismo harás tú para él o ella, porque también merece triunfar y rea­lizarse; necesita ayuda.

Recuérdalo: El noviazgo constructivo es una relación en la que ambos se brindan apoyo para ser mejores personas y alcanzar sus metas individuales.

4. Respeto

¿Sabes que tu autoestima depende mucho de cómo te tratan las personas que amas?

Si tu novio o novia te desprecia, te dice majaderías o palabras que te ofenden; si te hace sentir ignorante, culpable o con miedo; si te infunde la sensación de que vales poco o de que eres como su sir­viente, ¡reacciona! Estás sufriendo maltrato en el noviazgo.

Una relación de pareja en la que no existe cortesía mutua es dañina y debe terminarse.

Los novios construc­ti­vos se respetan de ver­dad, hablándose con pro­piedad; sin usar gritos, insultos, amena­zas, empujones o golpes. Se sienten valiosos y dignos al estar juntos.

Gracias a tu noviazgo, deberías considerarte una persona más respetable  (y no al revés).

5. Exclusividad

En un free, no hay compromiso de fidelidad. Las personas pueden salir con diferentes “amigos cariñosos” durante el mismo lapso.

En el noviazgo las cosas son distintas.

Por definición, sólo puedes tener un novio o novia a la vez.

Ser infiel en el noviazgo es equivalente a mentir, jugar con los sentimientos de alguien más y degradarte.

La exclusividad es el fun­damento central del noviazgo. Te haces novio o novia de al­guien para tener un trato afec­tivo único. Mientras dure su noviazgo, estarán apartados el uno para el otro.

NOVIAZGOS CONSTRUCTIVOS

Los noviazgos constructivos no están enfermos de absolutismo, idealización o premura pasional. Por el contrario, son relaciones que brindan espacio, dan tiem­po y libertad. Facilitan los estudios, el trabajo, el deporte, la unión familiar y el desenvolvimiento social.

En los noviazgos constructivos no hay maltrato, manipulación, amenazas, culpa, miedo, celos o control excesivo. Al revés. Existe trato agradable, confianza mutua y sensación de alta autoestima. Ninguno de los dos se empecina en besos profundos, caricias genitales y relaciones sexuales.

El noviazgo constructivo tiene reglas, favorece el pro­greso individual, motiva, resuelve con­flictos emocionales.

En resumen: el noviazgo constructivo brinda paz interior.

¿Te ha costado trabajo encontrar novio o novia?

¿Te sientes triste porque otros estrenan noviazgos cada semestre y tú ni siquiera has tenido uno que valga la pena?

Relájate. Esta es una de las áreas de la vida en la que no hay ninguna prisa. Más vale la calidad que la cantidad.

Tener noviazgos destructivos hiere tu dignidad, tu autoestima y tus sentimientos.

Si eres emocionalmente sano o sana, ¿para qué quie­res lastimarte? ¿Qué afán de entregar tu cora­zón a alguien que no lo merece? Tarde o temprano co­no­cerás a la persona que anhelas, y vivirás un noviazgo que te haga sentir honorable y con dignidad.

3

  AMOR  MIO, ¿DONDE  ESTAS?

Toño era un joven muy romántico. Le gustaba com-poner canciones y tocar la guitarra. Pertenecía a una religión estricta en la que no se permitía tener novio, a menos que hubiera intención de matrimonio inminente.

Toño se dedicaba a estudiar y a ensayar en el grupo musical de su iglesia. Conocía a pocas chicas, pero estaba convencido de que su pareja ideal llegaría por gracia divina.

Cuando cumplió veintiséis años, los dirigentes de la congregación religiosa consideraron que ya era tiem-po para Toño de casarse. Él nunca había tenido novia
for-mal, así que le consiguieron una. A manera de profecía, le dijeron que Lorena, la gordita que tocaba el pan-dero, era la mujer indicada para él. Toño no estuvo de acuerdo, al principio, pero poco a poco se acostumbró a la idea. Lorena también aceptó los designios y se casaron.

Hoy en día tienen tres hijos y una vida relativamente estable, pero jamás ha habido fuego ni pasión en su matrimonio. En el fondo, son infelices.

Ambos se reservaron demasiado en su juventud esperando al príncipe o a la princesa ideal, y dejaron que, al final, otros decidieran por ellos.   

¿Cuántas parejas tendré

 antes de casarme?

Sin duda, lo ideal sería que tu primera pareja fuera perfecta para ti, pero eso casi siempre resulta utópico. Recuerda la frase popular que asegura: “Todos los extremos son malos”. Tan ineficaz es tener demasiados romances como ninguno. ¿De qué forma vas a sopesar las diferentes opciones de trato y personalidad en tu pareja si no conociste a nadie más? ¿Cómo y con quién vas a casarte si, antes, no tienes al menos un par de
opciones para compa­rarlas?

¡Te puedes equi­vocar al elegir a un novio o novia, pero no a un esposo o esposa!

Un buen noviazgo te da responsabilidades de adulto joven. Te permite ver tus propios defectos y te motiva a superarte. También te da una nueva perspectiva de lo que en realidad deseas para ti en materia de amor.

El noviazgo constructivo te hace crecer porque te obliga a participar en un nuevo rol: el de pareja.

¿Y dÓnde consigues

un buen partido?

¿Te has cansado de buscar?

¿En el sitio donde te desenvuelves no hay nadie que valga la pena o te llame la atención?

Pues muy simple:

Ensancha tu territorio

Dentro de tu cerradísimo círculo de vida, los prospectos escasean y eso te deprime.

¡Despierta!

Tú no naciste para esas cuatro paredes de confinación.

Decide participar en excursiones con otros grupos, retiros juveniles en nuevas zonas, competencias intercolegiales, reuniones de distintas comunidades. Viaja. Muévete. Preséntate en público y atrévete a ser una persona más vista, más vigente en donde haya muchos jóvenes…

Elige el lugar al que vas a asistir

Pregúntate: ¿Qué sitios frecuentará el hombre o la mujer de mis sueños?

No olvides que casi siempre la ideología de la gente coincide con el medio que frecuenta.

Planea.

¿Quieres una pa­reja atleta? ¡En­tre­na y asiste a com­petencias de tu de­porte favorito!

¿Deseas a alguien intelectual? ¡Ve a bibliotecas, veladas literarias o a competencias académicas!

¿Te apetece una persona que milite en determinado grupo político? ¡Inscríbe­te en actividades de asociaciones si­milares!

¿Buscas a alguien darketo, emo, punketo, rockero,  metalero o cacerolaero?, ve a antros o fiestas de ese gremio.

¿Quieres un campeón de baile? Bueno… pues ya sabes. Baila y saca a alguien a bailar.

Encuentra a tu pareja y conquístala

¿Matrimonio y mortaja del cielo bajan?

¡Lo dudo! Por lo menos en la parte del matrimonio.

Tú te casarás con quien elijas.

Puedes echarle la culpa a otros de los malos matrimonios que ves por ahí, pero, la verdad, cada quien elige a su pareja y decide cómo llevar su relación.

La persona de tus sueños no te llegará a la puerta.

Tienes que salir a bus­carla.

Cuando yo era soltero le pedí a la Divinidad que me enviara a una mujer a mi medida exacta.
Hice un pacto. Yo escribiría un libro formal, completo y de calidad. Al acabarlo, conocería a la mujer de mis sueños. Durante cinco años me dediqué a escribir. Cuando logré terminar y puse el punto final al libro (una novela larga llamada Sheccid) salí al parque, me senté en una banca y esperé. Estaba convencido de que la mu­jer más extraordinaria aparecería en cualquier momento. Se hizo de noche. Nunca llegó. A partir de ese día, todas las tardes salí al parque y me senté en la misma banca a esperar.

Algunas mujeres de antaño ponían a San Antonio de cabeza. Yo hice algo parecido. Escribí un libro, hice un ruego y esperé que el amor llegara. No sucedió. No conseguí novia. Sin embargo, con ese libro gané un premio nacional de Literatura. Juan Rulfo avaló la calidad de mi trabajo y se me abrieron muchas puertas. Entonces comencé a conocer mujeres. De todo tipo; ahí fue cuando tuve la oportunidad de conquistar a una, a mi medida exacta.

No pierdas de vista el punto clave: ¡Yo ya no estaba en­cerrado en las cuatro paredes de mi cuarto, escri­biendo! Había sa­lido al mundo
con un libro de setecientas páginas bajo el brazo y un diploma firmado por el presidente de mi país, bajo el otro.

¿Dios me ayudó a hallar una gran mujer? Bueno, quienes tenemos fe creemos que nada sucede por ca­sualidad, pero yo estoy convencido de que al final, invariablemente, nosotros tomamos las decisiones cruciales. El sí o el no es nuestra responsabilidad única. De nadie más.

¿Eres mujer y te han dicho que esperes sentada?

¿Crees en el mito tradicional de que las mujeres decentes permanecen pa­sivas para ser elegidas? ¿Y no
te parece una costumbre degradante? ¿Acaso no vales igual que cualquier hombre y eres
capaz de pensar, sentir o decir lo que quieres?

Mujer, ¡tú tam­bién puedes con­­quistar a tu pa­reja! 

Hazlo de ma­nera inteligente.

No olvides que a los hombres les gusta, por naturaleza, liderar y perseguir. Si te muestras perseguidora o rendida a los pies de un hombre, es posible que él pierda todo el interés en ti. Aprende a jugar el juego de la presa suculenta que se muestra interesada y
alcanzable, pero después desaparece. Haz que el hombre de tus sueños te persiga.

Insisto. No será fácil. Requerirás de estrategia y acción. Rara vez llegará a tus manos, sin ningún esfuerzo, algo o alguien que de verdad valga la pena. Lo bueno hay que buscarlo.

Una vez escuché a un chico decir que todas las mujeres valiosas que conocía estaban casadas o tenían novio. No es siempre así, pero si te sucede, dejemos esto en claro: en aras de la dignidad y honorabilidad jamás deberás enamorarte o buscar el afecto de una persona casada. ¡Olvídate por completo de ese sector de la población!, pero del resto no hay nada escrito.

Si hallas a alguien que reúne tus requisitos, deja que se fije en ti. Con mucha probabilidad tendrás que competir por la mujer o el hombre de tus sueños. Esto es lo interesante en la juventud. El juego de contender, cambiar de opción y elegir la mejor, es permitido y aceptable. Pero juega con elegancia y discreción si no quieres que te rompan la nariz.

Fíjate bien a quién conquistas

El ego puede causarte una mala broma. Si te sientes rechazado o rechazada, quizá llegues a obsesionarte y trates de conquistar a alguien a toda costa. No lo hagas.

A veces cuando ganas pierdes y cuando pierdes ganas.

Lograrás tu verdadera dignidad sexual si te relajas y usas la cabeza. No porque conozcas a una persona atractiva, significa que es para ti. Afina tu puntería. Te diré cómo…

Si quieres casarte con mi hija, debemos hablar

QUERIDO AMIGO:

Yo tengo una bala en el pecho. A medio centímetro del corazón. 

El sujeto que me disparó a bocajarro escondía un arma de bajo calibre; casi muero. Se me colapsó el pulmón. Siempre llevaré el proyectil de plomo conmigo; insertado, encapsulado; no se puede extraer. Los médicos dijeron que mi cuerpo lo aceptaría como huésped inocuo. Tanto que me olvidaría de él. Y así ha sido. Durante varios meses. Pero últimamente ha comenzado a producirme punzadas recordatorias de mi vulnerabilidad. Es entonces cuando tiendo a hablar más claro. Y la gente se incomoda. Espero que tú no. 

Amigo, la vida pasa muy rápido. Y es frágil. No podemos desperdiciar tiempo andando por las ramas.  

He decidido escribirte una carta muy especial, de hombre a hombre, pero como amigos. Ahora que la relación entre tú y mi hija se ha vuelto más seria, necesitamos abordar ciertos temas. Te expondré mis pensamientos con total transparencia; como el jugador de naipes que baja sus cartas y muestra la mano que tenía. Con un propósito: después de que leas esta carta, me gustaría que nos reuniéramos para charlar a solas. 

Mejor antes que después.

No pretendo confrontarte, hacerte advertencias o juzgarte. Al contario; de entrada quiero decirte que te aprecio y respeto. Por una razón muy simple: mi hija te eligió. Ella ha esperado durante años a una persona especial, de modo que si se ha fijado en ti y te considera un buen hombre, es porque debes serlo. No voy a poner en tela de juicio tu calidad humana; solo voy a plantear algunos temas importantes de conversación.

Creo que tú y yo somos parecidos. 

EXISTEN DOS TIPOS DE HOMBRES.

Sé que cuando nos referimos a personas no podemos hacer una clasificación tajante ni dicotomías absolutas tipo blanco y negro, pues hay muchos tonos de gris y todos tenemos diversas etapas de fortaleza y debilidad —a veces estamos más de un lado del espectro y en ocasiones nos movemos al otro extremo—, pero en términos ilustrativos me gusta entenderlo así: 

Existen dos tipos de varones. 

Los hombres—HOMBRES. 

Esoscuya palabra vale: honestos, valientes, vigorosos, seguros, sensibles, enfocados en sus prioridades, coherentes, íntegros; fuente de ayuda e inspiración para otros; negociadores inteligentes; capaces de luchar por su princesa y conquistarla día a día. 

Los HOMBRECITOS. 

Esos que dicen una cosa y hacen otra; mentirosos, cobardes, lloricas, inseguros, egoístas, agresivos; evasores de problemas; acostumbrados a echarle la culpa a su mujer —a quien no saben proteger ni conquistar—, de todo lo malo que pasa en sus vidas.

Por supuesto, considero que tú y yo somos del primer tipo. 

Y los hombres-HOMBRES se ponen de acuerdo. 

Muchas veces ocurre que los socios de un proyecto quieren hacer aclaraciones fundamentales cuando las cosas están avanzadas y es demasiado tarde para desandar el camino. Ésa es la razón por la que ocurren tantas fracturas entre gente buena. 

Como socios, hablemos sobre nuestras preocupaciones, expectativas, roles y estrategias en ese importantísimo proyecto común: la felicidad de la mujer a quien los dos adoramos: mi hija, y tal vez, tu futura esposa…

Sé que esta iniciativa de mi parte puede parecer intrusiva y hasta anticuada. ¿Qué tengo que ver yo en el tema del romance de mi hija (una persona adulta), con otra persona adulta (tú)? ¿No acaso el amor de pareja concierne sólo a la pareja? ¿No se supone que las reglas de sentido común obligan a los familiares políticos (sobre todo, suegros) a mantenerse al margen de las relaciones amorosas de sus hijos para beneficio de las mismas relaciones?

Yo entiendo esos paradigmas y coincido con buena parte de ellos; no te preocupes. Sé que en el futuro, estaré obligado a callarme y alejarme para que mi hija y tú arreglen sus asuntos SOLOS. Sé que deberán aprender, madurar y crecer como pareja sin la intervención o supervisión más que de ustedes mismos y de sus propias conciencias. 

Pero ese momento no ha llegado todavía. 

Éste es el momento en el que tú y yo tenemos que hablar claro. 

Desde hace años he pensado en escribir esta carta. No sabía quién sería el destinatario. Tampoco quería anticiparme a los hechos hasta conocerlo. Pero el tema me robó la paz muchas noches y fue motivo para mí de innumerables insomnios. 

En mis duermevelas, entre amargas y emotivas, he imaginado la siguiente escena:

Un hombre joven, vestido de traje oscuro y peinado con esmero, está de pie, ante el altar, mirando hacia el pórtico de la iglesia. Mucha gente ataviada con elegancia observa expectante. Algunos asoman sus cámaras para fotografiar el pasillo. Se escucha música solemne. Comienzo a caminar despacio, apretando los dientes para evitar que el nudo en la garganta me haga mostrar un gesto contrariado. Tomada de mi brazo camina mi hija. Avanzamos juntos para hacer algo que sólo pensarlo me estremece: Entregarla

¡Entregarla!

En algunas ceremonias, el culto establecido obliga al ministro a formular una pregunta más aclaratoria y (si se me permite el adjetivo) hasta incisiva. Para que no quede duda alguna, en frente de todos los congregantes que se encuentran de pie. La máxima autoridad cuestiona: 

—¿Quién entrega a esta mujer?

Entonces el papá de la novia contesta:

—Yo, su padre —dice su nombre completo, y a veces agrega—: junto con su madre. 

El ministro sienta a la gente y se escucha un canto. 

Entre sonrisas y fotos, en una escena pública que pretende ser romántica, pero en realidad es cruel, al padre le es arrancada una parte de su corazón.

¿Estoy exagerando? No lo creas. Lo entenderás cuando tengas una hija.

Hablando en plata:

El más grande tesoro de mi vida es esa princesa. 

Voy a decírtelo en términos que cualquier hombre-HOMBRE, dispuesto a abrirse paso en el mundo financiero, puede comprender: 

Tú sabes lo que es invertir tiempo, trabajo y dinero en un negocio o en una obra creativa. Lo has hecho. Mientras más de ti has dado en un proyecto, más lo amas. Por ejemplo, cuando le has invertido todo lo que tienes en la casa donde vives, no querrás venderla; pero si necesitaras hacerlo, nunca nadie podría pagarte lo suficiente por ella; la casa en la que has depositado una parte invaluable de ti no tiene precio. 

A las personas también “se les invierte”, por decirlo así. 

Desde que nació mi princesa, he invertido en ella todo mi capital emocional, afectivo, intelectual, económico y espiritual. Trabajando para ella, pensando en ella, comportándome con dignidad para honrarla y generando recursos para tener algo mejor que darle; soñando con su futuro, desarrollando estrategias y tomando acciones con el fin de ayudarla a ser más feliz. 

Nada de lo que he logrado en la vida vale tanto ni es tan importante como mi hija. 

Dejando eso en claro, entenderás por qué desde hace años he soñado (a veces como pesadilla) en el día que alguien (un perfecto desconocido) llegue a pedirme que se la dé. Y peor aún, en el día en que camine con ella por el pasillo adornado para dársela… 

No estoy sugiriendo que ella sea “un objeto sin voluntad susceptible de ser dado o recibido en posesión”. ¡De ninguna manera! Mi hija es una persona autónoma, independiente; se casará con quien ella elija bajo total libertad. Yo no soy nadie para pretenderme su dueño. En términos reales no voy a “dártela”. Si ella se da a ti, lo hará porque quiera hacerlo. Pero en términos simbólicos de protección y cuidado directo, . Yo te la entrego con la condición de que sepas valorarla, de que la ames de verdad…

¡Y nunca en mi vida he usado el verbo amar con más amplitud y fuerza! 

Porque si algo sé del amor, me lo ha enseñado ella. 

Cuando me balearon y estuve a punto de morir, no se separó de mi lado ni de día ni de noche. Yo luchaba por superar los efectos de una reciente hemorragia interna y por entender lo que no tenía explicación. Junto a la cama del hospital, vi entre nubes el rostro de mi princesa, dulce y cariñoso, bañado en lágrimas, pero siempre animándome. 

Días antes, manejaba despreocupadamente por la avenida que conduce a mi casa. Había oscurecido. Las lámparas urbanas alumbraban la calle con un haz amarillento; había poco tráfico. En un crucero frente al semáforo en rojo, observé con asombro a tres sujetos persiguiendo a un joven que acababa de atravesar la avenida corriendo y saltando como liebre por el camellón. Vi que lo alcanzaron para derribarlo frente a mi auto. Ya en el suelo, comenzaron a golpearlo. Primero toqué el claxon tratando de evitar que lo molieran a patadas. Luego me bajé del coche. La escena era grotesca, inadmisible. ¿Cómo podían esos tipos arremeter con tal furia para lastimar a un joven endeble que parecía tan indefenso? ¿Y por qué? Si el muchacho había cometido algún ilícito bastaba con detenerlo y llevarlo a la policía. No era necesario golpearlo de esa forma. 

Me acerqué y grité que dejaran al jovencito en paz. Puse mi mano en la espalda del maleante más sanguinario para tratar de calmarlo, pero se dio la vuelta y me disparó. Jamás vi el arma escondida en su chaqueta. Tampoco anticipé su movimiento. Todo ocurrió muy rápido. Al momento del estallido sentí que mis costillas se fracturaban como si hubiesen sido embestidas con una barra de hierro. Caí al suelo sin poder respirar. Ahí recibí otro balazo en el abdomen. Mi pulmón izquierdo se colapsó y el orificio en el bajo vientre comenzó a drenar la sangre del torrente circulatorio. 

¿Por qué ocurrió eso? Estuve en el lugar equivocado con las personas incorrectas en el momento inadecuado. Pero aún lo más extraño del ayer suele tener una lógica y un propósito que sólo entendemos a largo plazo. Quién sabe; tal vez de no haber pasado yo por ahí, tú habrías muerto ¡y mi hija no estaría pensando en casarse contigo!

Porque el muchacho a quien esos tipos estaban golpeando eras tú.

Cuando los delincuentes huyeron, la víctima original se convirtió en rescatador y el rescatador se volvió víctima. Te moviste rápido. Conseguiste los primeros auxilios que me salvaron. ¡Y permaneciste cerca durante el tiempo que estuve en terapia intensiva! Ahí conociste a mi hija. La viste llorando de rodillas junto a mi cama, tomándome de la mano y suplicándome que me esforzara por vivir.

También te encontraste con mi esposa. Enfrentaste a las autoridades, hiciste declaraciones y diste la cara con valor; pudiendo evitarte problemas, permaneciste presente, atento a mi recuperación. Pensé que tu presencia estaba motivada por un sentimiento de gratitud, pero hoy entiendo que había otras razones: el flechazo de Cupido; los primeros vestigios de cariño hacia una mujer cuyo amor, por otro lado, ha motivado a su padre a vivir y a mantenerse en pie la mitad de su existencia.

Interesante convergencia.  

¿Quién entrega a esa mujer?

—Yo, su padre… 

(Mmmh).

Hace tiempo que había olvidado la bala albergada en mi pulmón. No me había causado el más mínimo dolor. Pero esta semana ha comenzado a punzarme: desde que te paraste en mi oficina para decirme que amas a mi princesa y que tienes “intenciones serias” con ella. 

¡Intenciones serias! Eso dijiste. Simple y llano. Sentí una leve punzada como discreto alfilerazo en el tórax y te prometí que hablaríamos después. 

Como en mi cabeza hay un hervidero de ideas, antes de que charlemos quise escribirte esta carta.

Existen ciertos temas que quiero discutir contigo. Hice la lista. Son doce. Doce conceptos para poner sobre la mesa. Doce preguntas cruciales que todo hombre-HOMBRE deberá formularse alguna vez en la vida y que yo te voy a hacer. También te daré mis propias reflexiones al respecto; después quiero que nos reunamos a solas y me des las tuyas. Te voy a escuchar, pero primero voy a hablarte. Y tú me vas a escuchar. Me lo debes. 

¿Comenzamos?

Pregunta crucial # 1

¿SERÁS CAPAZ DE APOSTAR TODO POR ELLA?

Hace varios meses supe que mi hija tenía un romance contigo. 

Creí que se trataba de algo sin mucha importancia, o al menos prematuro. Hoy veo que no. Ayer platiqué con ella cariñosamente y pude detectar en su mirada un brillo de ilusión; está enamorada de ti, pero también tiene miedo. Aunque cree que eres el hombre de su vida, te ha notado inseguro y temeroso respecto a la ruta hacia la que vas a dirigirte. 

Hay una analogía muy popular.

Explica la diferencia entre estar comprometido y estar involucrado.  Seguramente la conoces; pero te la recuerdo:

Un cerdo y una gallina platicaban en el traspatio de la cocina. La gallina, muy oronda, presumía:

—Hoy, los dueños de la casa van a desayunarse huevos con jamón. De ninguna manera podrían comer ese manjar si no fuera por mí. Soy imprescindible, ¿no te parece, amigo? 

El cerdo, contestó:

—Tu aportación es muy pobre, gallinita, porque esta mañana sólo vas a dar los huevos. Yo, en cambio, para que ellos tengan jamón, voy a dar la vida.

De eso quiero que charlemos, para empezar: ¿darás la vida por lo que amas o sólo pondrás los huevos? (En el buen sentido… y en el malo también).

Voy a hablarte un poco de tu novia. 

La conozco mejor. Ella siempre ha sido soñadora. Le gustan las aventuras osadas. 

Hace muchos años (era una niña con caireles) la vi jugando con avioncitos que sobrevolaban su habitación. Hizo que se lanzaran al vacío, en paracaídas, una Barbie y un Ken mientras el avión se estrellaba y la pareja de enamorados caían en una tierra extraña e inhóspita.

Aunque hoy la veas realizada, en el fondo sigue anhelando hallar al príncipe que la conquiste y con quien pueda lanzarse al vacío para emprender una aventura arriesgada y apasionante a su lado. 

A eso me refiero con apostarlo todo.

La diferencia entre casarse y simplemente vivir juntos es una cuestión de actitud, tamaño de apuesta y nivel de compromiso

Cuando un hombre-Hombre pide matrimonio...

Tácitamente le dice a la mujer: “Estoy dispuesto a todo por ti, vales la pena, me juego la vida entera con tal de estar a tu lado; quiero que crezcamos juntos, y lloremos juntos en los momentos difíciles y riamos en la prosperidad; quiero protegerte, cuidarte y darte lo mejor; imagino formar contigo una familia hermosa (¡claro que se puede!, ¿por qué no?), quizá con hijos a quienes cuidaré y guiaré ayudado por la compañera y complemento de mi vida”. 

Cuando un hombrecito le pide que vivan juntos...

le da este mensaje: “Me reservo el derecho de arrepentirme sin dar explicaciones a nadie de nuestro posible fracaso, porque no estoy seguro de ti, ni de tu calidad como persona a largo plazo, ni de que me llenes lo suficiente; de modo que esto es una prueba (yo te voy a probar y tú a mí), serás mi mujer en exclusiva, me servirás y me darás tu cuerpo sin condiciones todas las noches (claro que tú también tendrás el privilegio de disfrutar el mío); si con el tiempo nos damos cuenta de que no pasamos la prueba, tú te vas por tu lado y yo por el mío sin que se te vaya a ocurrir exigirme derecho alguno”.

Con frecuencia las mujeres ACEPTAN y hasta PREFIEREN la unión libre, avalada por sus padres, no porque sea lo ideal para ellas, ni porque tal propuesta represente de forma remota su sueño de amor, sino porque ven al galán tan timorato, pusilánime y miedoso, que ellas mismas acaban dudando de lo que van a hacer… 

¿Se vale dudar? ¡Claro!

¿Quién quiere casarse con un gallina? 

¿Y quién quiere que su hija lo haga?

El matrimonio no es para cobardes ni para hombrecitos. Sino para hombres-HOMBRES: individuos preparados, valerosos y decididos a progresar, que se atreven a entregarse (con todos los riesgos que eso conlleva) a un nuevo horizonte de posibilidades infinitas. 

Sí, es un paso importante que no debe darse a la ligera, pero cuando se cumplen ciertos principios básicos y se está dispuesto a hacer lo correspondiente por cuidar el proyecto con seriedad, es posible crecer en él y ser (ambos) profundamente felices. 

ES CIERTO QUE MUCHOS NO SE CASAN PORQUE QUIEREN EVITAR Un divorcio.

En el divorcio, la autoestima se fractura, los sentimientos se laceran, la mente queda devastada (ante la evidencia de haber fracasado en el proyecto personal más importante) y la voluntad se debilita para tomar acción en futuras relaciones. Por eso muchos varones optan por pedirle a su novia vivir un periodo de prueba, en unión libre. De esa forma creen que si se separan sería menos traumático. Pero están equivocados. El divorcio duele, no porque se haya firmado un papel ante la sociedad, sino porque romper con una pareja con quien se vivieron relaciones de máxima intimidad afectiva y sexual, produce quebranto del alma: se pierde la confianza en el prójimo, en el amor, en la lealtad, y en uno mismo; se genera una sensación de haber desperdiciado parte de la vida (salud, dinero, dignidad, tiempo)… Y ese dolor les sobreviene igual, tanto a los que se unieron por todas las leyes como a los que se ligaron por un tiempo de prueba. De modo que si vamos a unirnos en pareja, es mejor apostar a ganarlo todo, que invertir a medias y de cualquier manera arriesgarlo todo. 

Yo me casé muy joven. 

Poco antes, recibí comentarios encontrados. La mayoría de mis amigos me aconsejaban: “No te eches la soga al cuello, vive tu vida antes de casarte, conoce el mundo, viaja; disfruta primero”. Pero estaba tan enamorado y convencido de haber encontrado a mi mujer, que les contesté: “Quiero vivir mi vida, con ella; conoceré el mundo, viajaré, y disfrutaré a lado de ella”. Algunos insistían: “¿Con qué dinero? No tienes los ahorros suficientes”. Y yo contestaba: “Ambos somos profesionistas, tenemos trabajo y proyectos, podemos generar dinero, y lo haremos mejor si unimos nuestras fuerzas”. 

¿Mi reina y yo contábamos con las condiciones ­“perfectas” para casarnos? 

¡Por supuesto que no! Pero estábamos decididos a trabajar por construir nuestro imperio. Aunque sabíamos que iba a ser muy difícil, el amor nos daba fuerzas y seguridad. 

¡Cuántos hombrecitosponen como excusa el asunto económico para alargar sus noviazgos por años! Hacen esperar meses y más meses a sus novias con la excusa de que no cuentan con lo suficiente para darles “las comodidades que merecen”; dicen que la situación es cada vez más difícil y que están ahorrando; dicen que necesitan poner (o consolidar o remodelar) un negocio, o lograr un ascenso en su empleo o cambiarse de trabajo para estar en mejor posición de mantener su hogar; dicen que quieren terminar su maestría o doctorado o curso de inglés antes de dar un paso tan importante. 

Con todo respeto, ¿a quién quieren tomarle el pelo?

Poner como excusa el tema del dinero o cualquier otro para alargar por años un noviazgo es una actitud cobarde. También promiscua. 

VAMOS A PONER LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES. 

De manera natural el DESEO SEXUAL de todo solterón que tenga dos testículos, será tan fuerte que él necesitará satisfacerse con prostitutas, masturbándose o buscando relaciones rápidas, tal vez con su misma novia, mientras APARENTA ser el “casto muchachito en espera de ahorrar lo suficiente para dar un paso formal”. 

Los solterones que pululan por el mundo creen que la gente “se chupa el dedo” y que nadie se da cuenta de su sordidez. 

ENTENDAMOS QUÉ ES TENER INTENCIONES SERIAS

El hombre completo se casa, y no le hace perder el tiempo a la mujer. Si va en serio, lo manifiesta. Si no, la deja libre para que ella tenga la oportunidad de conocer a otras personas menos timoratas. 

Así que, una pregunta elemental, antes de comenzar a charlar sobre lo que sería tu vida al frente de un hogar, es ésta: 

¿SERÁS CAPAZ DE APOSTAR TODO POR ELLA?

¿Tendrás valor para asumir el compromiso?

¿No le harás perder el tiempo?

¿También anhelas formar una familia?  

¿Estás dispuesto a ponerte el paracaídas y abandonar tu cómodo avión para arrojarte al vacío tomado de la mano de ella, sabiendo que la caída libre y el paisaje de los primeros instantes serán maravillosos e inolvidables, pero que llegarán juntos a colonizar una tierra virgen en la que ambos tendrán que trabajar en equipo y crear un imperio donde no había nada?

Si eres valiente, no vienes a robarle el tiempo, y estás dispuesto a apostar lo que eres y lo que tienes por forjar un proyecto de vida a su lado, sigue leyendo. De otra manera, ahórrate el trabajo. Tampoco tú pierdas el tiempo. 

En otras palabras, sé honesto: conócela (tiene muchas virtudes, pero también defectos); haz que ella te conozca y cuando los dos estén conscientes de que se aman, no sólo por sus fortalezas sino también a pesar de sus debilidades, ¡tú, como hombre, toma una decisión de lo que vas a hacer! 

Si decides formar un hogar, darás un paso valiente. 

Aunque esta carta la escribo de hombre a hombre dirigiéndome a mi posible futuro yerno, he estado pensando que quizá en algún momento mi hija pudiera leerla. Quién sabe. Es el riesgo de las frases escritas. Si eso llegara a ocurrir, quiero aprovechar tu curiosidad, hija, para pedirte que realices la contraparte que te toca.

 En este punto, si estás convencida de que has encontrado al hombre de tu vida, y él tiene una iniciativa de valor y honorabilidad, tómalo de la mano y ve con él a la aventura; apuéstalo todo para que se sienta confiado y comprometido con el paso que están dando. Dile cuánto lo amas. Dile que crees en él. Dile que todo va a estar bien. 

Los hombres a veces somos más cobardes de lo que podemos admitir y gran parte de la seguridad al tomar decisiones importantes nos la brinda nuestra pareja. 

Porque casarse no es fácil. 

Pero al mismo tiempo es laaventuramás interesante y grandiosa que dos personas pueden enfrentar. Hablo de lo que sé, de lo  que he vivido, lo que puedo testificar como verdad probada.

Muchos hombres dudan en dar ese paso como tú has dudado, porque consideran que será una carga muy grande para su progreso personal. También temen no poder sufragar los gastos implicados. Es entendible. 

Amigo, la mayoría cree que para casarse se necesita tener mucho dinero. Pero no es así. Lo que se necesita es algo más intrínseco y sustancial. 

Mira, ayer mi hija se acercó cautelosa a mi estudio. Me halló reflexionando. Me dijo con una voz dulce que la tratas muy bien y se siente feliz a tu lado. Le contesté que había elementos de análisis de mayor importancia para determinar si un hombre es adecuado para asociarse con él de por vida. Me preguntó cuáles. Pensé en los doce puntos de mi carta. Ella no sabe que te estoy escribiendo. Tarde o temprano se enterará… Contesté refiriendo uno de los elementos prioritarios. Le dije: “Debes observar su carácter; su potencial de progreso…”.

Abrió mucho los ojos. 

De eso quiero que hablemos ahora.

Pregunta crucial # 2

¿TIENES  BUEN POTENCIAL DE PROGRESO?  

Cuando estuve en el hospital, pude hablar contigo. 

Te sentaste en el sillón de visitas, junto a mi esposa; contestaste preguntas y platicaste sobre ti: Naciste en Sudamérica; tu padre le fue infiel a tu madre cuando eras niño y terminó abandonándola. Ella se volvió a casar con un sujeto machista y autoritario. Viviste una etapa de muchas humillaciones. Cuando ibas a la mitad de tu carrera universitaria, tu mamá falleció de cáncer y te quedaste solo con el padrastro maltratador. No aguantaste mucho. Huiste. Viajaste al norte. Hiciste una travesía por tierra durante varias semanas. Llegaste a México e ingresaste a una universidad privada, pero no podías pagar colegiaturas y gastos básicos, así que cometiste el error de pedir dinero a prestamistas de poca probidad. No cumpliste con los plazos que te impusieron. ¡Y entonces estabas ahí, en el sillón de ese hospital! Sin poder comprender cómo te salvaste de una paliza mortal, y cómo perjudicaste sin querer al hombre desconocido que se hallaba hospitalizado.

A mi esposa y a mí nos agradó tu honestidad. Detectamos cuánto habías sufrido, y decidimos ayudarte. En cuanto me dieron de alta, pagué la deuda de los usureros que te hostigaban y sufragué tus gastos universitarios. Con el tiempo me convertí en tu mentor. Hoy, de alguna forma, eres mi hijo por adopción, ¡y quieres convertirte en mi hijo político! ¡Bonita cosa! Al escribir esta carta percibo esa rara dualidad. Por lo pronto quiero hablarte más como padre y menos como suegro, porque los suegros “normales” sonarían impertinentes y groseros exigiendo parámetros de calidad a un posible yerno. ¡Pero yo sí quiero ponerte parámetros! ¡Te diré las cosas como son! Sin adornos ni máscaras. De entrada, aclaremos esto:

¡TÚ NO TIENES DINERO PARA MANTENER A MI PRINCESA! 

¡No puedes darle el nivel de vida al que ella está acostumbrada! 

¿Eso te descalifica para ser su esposo? 

Veremos: 

Sería injusto pedirte total solvencia económica. 

El hombre joven se halla al inicio de su ascenso financiero. Nadie espera que sea rico. Tampoco su novia. De hecho, los recién casados empiezan desde abajo, construyen los cimientos; bajan ciertos escalones para poder organizarse. Duermen en una habitación austera, compran utensilios baratos, cocinan y comen en casa, viajan menos y se dan pocos lujos. Ambos redoblan su esfuerzo en el trabajo y se concentran en obtener mayores ingresos. Poco a poco las cosas irán cambiando y mejorando. Ése es el asunto en el que deberíamos enfocarnos: ¿Realmente las cosas mejorarán? ¿Qué tan rápido? ¿De qué manera

Lo más interesante de un hombre joven no es cuánto dinero gana hoy, sino cuánto puede llegar a ganar mañana. Más que su capital económico, importa su carácter. Su capacidad para crecer a futuro.  

Se llama potencial de progreso

Pregunta para mí: 

¿PREFIERO A UN YERNO MILLONARIO O UNO POBRE?

La familia de “Luis” era de estrato socioeconómico muy bajo.  Pero Luis  tenía mentalidad y carácter progresista. Estudió una carrera profesional y se especializó en finanzas. Su coraje por salir adelante y su forma de ver la vida lo llevó a ser acaudalado antes de los cuarenta años. 

“Pedro”, por otro lado, hijo de un empresario rico, estudió en las mejores escuelas; toda su vida se rozó con gente de alta sociedad, tenía grandes contactos y mucho mundo; su padre le heredó una empresa... Pero Pedro era irresponsable, blandengue y adicto a los juegos de azar; a los cuarenta años había quebrado la empresa que le dieron y estaba lleno de deudas.

Para esposo de una hija, cualquier padre pensante preferiría a un hombre pobre, pero con potencial alto, como Luis, y no uno con mucho dinero heredado y potencial bajo, como Pedro. 

Espero darme a entender: lo que importa de un hombre joven no es su cuenta bancaria sino “su madera”, corazón, visión y valor… La lista de atributos necesarios para poder progresar, sería muy larga. ¿Cómo resumirla? He pasado varios días estudiando el tema y ya tengo una respuesta clara.  

El POTENcial de progreso de un hombre se mide con base en qué tanto es:

Preparado, Obstinado, Trabajador, Emprendedor y Negociador.

Cuando hice el análisis, resumiendo qué conforma el carácter de un hombre próspero, descubrí con asombro que los atributos necesarios para progresar tienen como iniciales las cinco primeras letras de la palabra potencial. Nunca quise inventar un acrónimo forzado. Pero me encantó la coincidencia porque así nos será  más fácil recordarlo. 

Hablando claro: a cualquiera que desarrolle las CINCO POTENcialidades de progreso, le irá bien, tarde o temprano. Quienes lo hacen desde temprana edad tienen mejores posibilidades de lograr sus metas pronto. Pero nunca es tarde. De hecho, un hombre-HOMBRE se ve obligado a crecer continuamente, sin importar que tenga ochenta años de edad. 

Tu potencial de progreso depende del grado en que seas: 

Preparado 

El progreso exige preparación, no se da de forma automática. Para crecer hay que estudiar más, aunque seas adulto. Los hombres inteligentes cursan diplomados específicos, toman clases de actualización, llevan una libreta de aprendizaje diario. Leen libros (¡caray!, ¿cómo pueden muchos sujetos querer ser competitivos sin leer?). 

OBSERVA ALREDEDOR. Las personas inteligentes y preparadas suelen cometer menos errores en la vida, toman mejores decisiones, dan pasos más sólidos; como capitanes no hunden sus embarcaciones y las llevan a mejores puertos. 

Obstinado

Si a un obstinado le niegas algo y le dices que te llame después, te llama a los diez minutos, y a la hora, y a las dos horas; te manda mensajes, te escribe cartas, habla con tu jefe y con tus compañeros; hace que te lluevahasta que cedas.  ¡No acepta un no por respuesta! 

Los obstinados son grandes investigadores. Dominan el Internet. Se meten hasta la cocina cuando se trata de descubrir soluciones ocultas. Nada los detiene. 

OBSERVA ALREDEDOR. Las personas obstinadas siempre encuentran un camino cuando los demás se dan por vencidos. Son las que consiguen lo que quieren, porque hacen que cualquier resistencia caiga. 

Trabajador

Los hombres trabajadores no se consienten y resisten la brega diaria; ven poca televisión, dejan de perder el tiempo. No se van a la cama sin estar exhaustos. Producen dinero con el sudor de su frente y con el hervor de sus neuronas. 

OBSERVA ALREDEDOR. La gente rica no para. Aunque tenga el dinero suficiente para retirarse, disfruta hacer más y más cosas. Se siente mal si la obligan a estar sentada sin producir nada útil. Sabe que su tiempo es valioso y trabaja, trabaja, trabaja

Emprendedor

De nada sirve ser un genio preparado, obstinado y trabajar como hormiga, si sólo das vueltas en círculos. Para progresar en la vida, necesitarás iniciativa y valor, romper lo convencional.  

Sin ponerte la soga al cuello con deudas, atrévete a llevar a cabo tus sueños de emprendimiento. Sé creativo. Pon manos a la obra y arriésgate más. Deja de agarrarte del barandal y echa a correr por el puente colgante. Confía más en ti. Sé más audaz. Decide. No seas lento ni miedoso. 

OBSERVA ALREDEDOR. ¿Quiénes hicieron posible la existencia de la empresa donde trabajas, de la universidad donde estudiaste, del hotel en el que tomas vacaciones? ¡Hombres emprendedores! Ellos crean al mundo. Lo transforman. Por otro lado, los poco emprendedores se limitan a consumir y a hablar mal de los ricos.

Negociador

Todos tenemos una personalidad visual —como te ven te tratan—, y una personalidad verbal-auditiva —como te escuchas te creen—. En otras palabras, tu integridad y poder para cerrar buenos tratos depende de tu personalidad verbal. Lo que dices y cómo lo dices.   

OBSERVA ALREDEDOR. Las personas importantes saben hablar. Son buenos negociadores. Se venden bien. No tartamudean, balbucean ni se esconden cuando hay que decir unas palabras. Por el contrario, dan la cara; llaman por teléfono; organizan reuniones; toman el micrófono; ejercitan el hablar fuerte, claro, con volumen más alto del normal; miran de frente; saludan con firmeza; preparan sus reuniones de negociación; aprenden términos técnicos y datos interesantes para decirlos en el momento adecuado; llevan un plan de lo que quieren expresar y hablan; hablan con soltura, con elegancia, con determinación… Si es necesario, toman cursos de oratoria, ventas, asertividad, y mercadotecnia personal.

Repasemos.

Tu capacidad para prosperar depende de que seas altamente:

PREPARADO

OBSTINADO

TRABAJADOR

EMPRENDEDOR

NEGOCIADOR

Así que, hijo: 

¿TIENES UN ELEVADO POTENCIAL DE PROGRESO?

¿Cómo te evalúas? 

Te conozco y, a ojo de buen cubero, sé que estás por encima de los hombres promedio en algunas áreas; sin embargo también sé que puedes mejorar en otras. No te diré en cuáles; ni ahora ni en el futuro. Si llegas a casarte con mi princesa, jamás fungiré como vigilante de tu labor. A los hombres no nos gusta que se nos esté evaluando. Aunque soy tu papá, también sería tu suegro. Y a los suegros uno los quiere al margen. Pero evalúate tú mismo. El asunto de quién eres y hacia donde te diriges, es un parámetro de estricta revisión personal. Eso sí, te lo digo con certeza: Si te va mal económicamente es porque algo está fallando en tu POTENcial de progresar. Y viceversa, lo puedo afirmar como principio de verdad: A cualquier hombre que mantenga altos estándares en ser preparado, obstinado, trabajador, emprendedor y negociador, le irá bien. 

Palabras para ella

Sigo pensando que si por error o no, hija, algún día llegaras a leer esta carta dirigida a tu posible futuro esposo, no debes usarla para juzgarlo sino para asumir la parte que te corresponde.

Cuando se casen, él tal vez se sienta desesperado por progresar con rapidez. Apóyalo en su trabajo o negocios. Si lo ves ocupado en algo que considere importante, no le exijas que te atienda “a como dé lugar”. Dale tiempo y libertad de acción. Sé paciente y comprensiva. 

Por otro lado, no hay ninguna diferencia de géneros en cuanto al POTENcial de progreso. También tú tienes retos similares. Prepárate; estudia más cada día. Sé obstinada hasta lograr meta altas. Sé trabajadora al grado de quedar exhausta, si es necesario, por cumplir cabalmente tus compromisos. Sé emprendedora creando ideas originales para nuevos negocios. Sé negociadora y convence a los demás cerrando buenos tratos que beneficien a tu familia. 

Tú serás socia con tu esposo. No puedes fallar en hacer tu parte.  

Más adelante hablaremos sobre el manejo del dinero en el matrimonio. Si ella tiene ingresos, ¿cómo se deberían usar idealmente? ¿Quién y cómo paga cada cosa?, ¿cómo hacer presupuestos, generar ahorros y fundamentar un patrimonio? El asunto económico es de vital importancia para la pareja. Aunque no lo creas ocupará uno de los lugares prioritarios en sus conversaciones de por vida. Pero eso requiere otro análisis distinto (lo haremos al final de esta carta). Por lo pronto, amigo, comprende que los hombres somos el ancla en los vendavales, y tú debes ser capaz de brindar estabilidad económica y emocional a tu reina, tanto en tiempos de vacas flacas como de vacas gordas. Sabes a qué me refiero. 

Tú no viviste esa estabilidad en tu hogar. 

Cuando tengas una familia ¿podrás trabajar mucho sin perder la visión del por qué y para qué lo haces?  

De eso hablaremos ahora.

Pregunta crucial # 3

¿SABRÁS GENERAR CALIDAD DE VIDA?

Estábamos solos en ese cuarto de hospital cuando me contaste tu pasado. 

Derramaste lágrimas de hombre porque no habías alcanzado tus sueños de progreso. También me pediste disculpas por haber propiciado el evento en el que un sujeto armado me disparó. Conmoviste mi corazón. Supe que vivías precariamente y te ofrecí hospedaje en un departamento adjunto a mi casa, con la condición de que le hicieras mantenimiento. Te aprestaste a resanar, pintar y arreglar la plomería del lugar. Lo dejaste como nuevo. Al principio fuiste sólo nuestro huésped en el sitio de visitas, pero con el paso del tiempo te convertiste en parte de mi familia. Un par de años después terminaste tu carrera profesional. Mi esposa y yo estuvimos ahí, en la ceremonia de entrega de diplomas, haciendo el papel de padres. Mi hija te dio unas flores de felicitación al graduarte, pero no como tu hermana adoptiva, sino como tu amada secreta. 

Pensé que regresarías a tu país. No lo hiciste. Te colocaste como empleado en una empresa bursátil. Dijiste que necesitabas titularte y ganar dinero para pagarme todo lo que hice por ti. Sin embargo, hasta la fecha no has obtenido el título y te veo cada vez más agobiado. No tienes tiempo de nada. No has podido estudiar una maestría o un diplomado. Al paso que vas, terminarás neurótico, dando vueltas en círculos, descuidando a tu reina y poniendo en riesgo tu relación de pareja. 

Hijo, eres muy joven y ya se te está cayendo el pelo. ¡Te encuentras inmerso en una rueda laboral sinfín que te causa zozobra y parece no llevarte a ningún lado! 

Al principio de mi matrimonio yo era así. 

Trabajaba de sol a sol. Cuando llegaba a casa estaba tan agotado que únicamente quería descansar. Exigía silencio absoluto. Todo me irritaba. Emocionalmente me sentía solo. Mi esposa se acercaba a mí para tratar de platicar, y yo le pedía, prácticamente, que me dejara en paz. Debía levantarme temprano al día siguiente. 

Aunque era un trabajador perseverante, no tenía salud. Vivía exhausto. 

Es la historia de muchos hombres. La mayoría. 

¿Cómo se logra el equilibrio cuando hay tantos compromisos de pago y todo el peso de solventarlos recae sobre el varón

Ésta es otra pregunta crucial: 

¿SABRÁS GENERAR CALIDAD DE VIDA?

Yo entendí con los años, que el equilibrio es indispensable para darle estabilidad al hogar. Y el equilibrio se conforma de dos aspectos: 

  1. 1. Productividad en el trabajo: Logros y crecimiento profesional constante. 
  2. 2. Tiempo libre: Una vida privada de pareja intensa y completa. 

Por lo regular, la mayoría de los hombres que intentan (a veces ni siquiera eso logran) tener progreso en el trabajo, sacrifican el tiempo libre al grado de acabar con su vida privada, y viceversa. Muy pocos consiguen el equilibrio. Las familias de hoy casi no conocen la calidad de vida. Yo aprendí a lograrla usando una fórmula infalible. El Método Timing para optimizar cada minuto del día. Es, de hecho,  una filosofía de vida. Aunque tú necesitas estudiarla a fondo, te diré las bases.  

En la ingeniería del Método Timing, decimos que los seres humanos  podemos trabajar en diferentes niveles de ritmo: 20%, 40%, 60%, 80% y 100% de nuestra atención y capacidad. 

Para lograr tiempo libre por las tardes, es necesario que durante las jornadas de trabajo matutino te concentres en arrancar rápido y alcanzar un ritmo alto,es decir 80% a 100% de tu concentración y eficiencia.Primero realiza una planeación clara de tus metas priorizadas, es decir, analiza qué de todo lo que haces te produce el mayor retorno o utilidades, y ve por esas metas con decisión y movimiento máximo hasta alcanzarlas. Se trata de lograr inercia productiva. Sin ella, ningún hombre puede llegar al equilibrio de la calidad en su vida privada.  

Para que me entiendas mejor, imagina esta escena:

Un tren de 3,000 toneladas avanza a toda velocidad sobre la vía. El día anterior varios albañiles construyeron un muro de ladrillos, reforzado con columnas de concreto en medio de una larga recta sobre las vías. Visualiza ese tren con sus 30 vagones aproximándose a 80 kilómetros por hora. ¿Qué sucederá cuando se encuentre de frente con la pared? ¡El tren destruirá el muro y seguirá su camino como si nada! 

A eso se le llama poder de inercia.

Ahora imagínate el pesadísimo tren detenido en la estación. Unos niños le ponen polines de madera en las ruedas. Cuando el maquinista eche a andar los motores y trate de avanzar, la mole no se moverá. ¡Unas maderitas lo estarán deteniendo! 

La inercia le brinda poder a cualquier objeto y lo hace imparable en su trayectoria.

Lo mismo pasa con las personas. 

Gran parte de tus problemas en la vida se resolverán si logras generar inercia productiva.

¿Cómo? 

En primer lugar recuerda que el tiempo es tu activo de mayor valor. Si pierdes tiempo, pierdes dinero.

Cada mañana, con objetivos claros, ataca los desafíos más importantes hasta terminarlos. Planea agresivamente, haz llamadas, negocia con eficiencia, convoca a gente, resuelve problemas. No desperdicies minutos valiosos en los intervalos entre una actividad y otra; no postergues, decide y actúa rápido, contagia tu alto ritmo productivo al equipo; mantente sonriente, disfruta lo que haces, produce mucho, logra más que cualquiera, ¡añade valor a todo lo que tocas generando ganancias económicas para tu organización y para ti! 

La inercia productiva te hará imparable. 

¿Y todo eso, con qué propósito?

¡Para que puedas detenerte a las 6 de la tarde, cambiar de chip, y dedicarte a ti mismo, y a tu familia!

¡Establece un límite de horario en tu trabajo productivo! Incluso programa una alarma. ¡Cuando suene el reloj, deberás haber logrado todas las metas profesionales importantes del día! ¡Frena!, ¡cambia de ritmo!, ¡cambia de ropa y vuelve a ser un niño o un joven enamorado! 

Como buen hombre, debes tener dos chips intercambiables. El de máxima productividad y el de gozar tu vida privada.  

Date cuenta:

El hombre improductivo es como un tren detenido; los problemas le parecen enormes y no resuelve ninguno; cuando llega a la casa irradia estrés y quiere continuar trabajando hasta altas horas de la noche. 

El hombre productivo, en cambio, es eficaz y logra un ritmo 80-100, como tren en movimiento, enfrenta problemas, derriba muros, logra resultados y se siente tan satisfecho (cansado, pero feliz) que apaga la computadora por la tarde y genera tiempo de calidad en su matrimonio. 

Voy a decir algo que podría ofender a muchos adictos al trabajo. Pero es verdad.

Una persona que trabajas de más, a deshoras, rompiendo el equilibrio en su calidad de vida, tiene cualquiera de los siguientes tres defectos:

  1. 1. Es ineficiente durante el día: como tren detenido, no logra un ritmo productivo en la jornada de trabajo normal.
  2. 2. Es neurótico: no sabe manejar sus emociones u obsesiones.    
  3. 3. Trabaja para un explotador: debería buscar otro empleo.

Me gusta la analogía del chip mental, que como el chip electrónico contiene toda la programación para que un aparato logre determinado propósito.

Enseña a tu esposa a CAMBIAR EL CHIP

A una determinada hora del día, bloqueen mentalmente todo lo referente al trabajo y concéntrense en actividades familiares. Apaguen el teléfono o no contesten llamadas de negocios. ¡Acostúmbrense y acostumbren a sus conocidos a no mezclar los tiempos! Cuiden su vida personal y de pareja. Creen momentos mágicos. Disfruten haciendo ejercicio físico, viendo un partido, saliendo a un parque con sus hijos, gozando un atardecer, tomando masaje en un spa, yendo al cine, haciendo el amor sin prisas, concentrados en los detalles más románticos.

El tiempo de tu vida personal y familiar no es negociable. No puedes venderlo ni cambiarlo por dinero

Ahora, comprende algo más: Dormir no es vivir. Aunque necesitas dormir para vivir, sólo se vive despierto. ¡Trabaja duro y gánate los momentos mágicos diariamente, sin llegar a ellos hecho una piltrafa que sólo quiere echarse a roncar en la cama! Un buen matrimonio requiere inteligencia y energía. Tú tienes ambas. 

Haz un esfuerzo especial 

por mantener vivos los detalles 

La mayoría de los hombres, con los años, nos convertimos en seres grises, monótonos, aburridos. No te lo permitas. 

Sé creativo.  

Yo tardé mucho en entender todo esto. 

Causé angustia a mi bella mujer en el proceso. Y fue injusto. Ella no se merecía pasar por todo el estrés de tener que lidiar con un hombre desequilibrado que trabajaba como maniático y no sabía generar calidad de vida.

Hoy la pregunta más importante que me hago cada mañana, al levantarme y mirar a mi reina junto a mí, es esta: ¿Cómo puedo hacer mejor la vida de esta mujer?

Algunos todavía creemos en los cuentos de hadas. Creemos que nunca es demasiado tarde ni demasiado temprano. Y luchamos por hacerlos realidad. En su honor. 

Palabras para ella

Muchas mujeres, cuando su esposo llega del trabajo, lo reciben histéricas, desarregladas, con quejas, asperezas, frialdad y mal humor.

Hija. La calidad de vida también la propicias tú. Debes lograr un ritmo productivo 80-100% en tus labores del día, estar satisfecha de los resultados ¡y libre a determinada hora para disfrutar a tu marido! 

Aunque eres una persona muy ocupada, al momento en que él y tú se hayan puesto de acuerdo en cambiar el chip, asegúrate de hacerlo y estar lista. Acepta siempre que te invite a cenar, al cine o a caminar. No lo abrumes con problemas pendientes o temas irritantes; no chatees en el teléfono cuando estés a su lado, no trabajes a deshoras; no pongas a nadie, ni siquiera a tus hijos, como prioridad por encima de él. 

Siempre que puedas, agradécele su esfuerzo por brindarte calidad de vida, elógialo y bríndale detalles. Cuando sea tiempo de disfrutarse mutuamente concéntrate y entrégate por completo.

Hijo. 

La familia bien fundamentada y dirigida hace que la existencia de los dos sea más feliz. Desgraciadamente en muchos casos sucede todo lo contrario. Se genera un cuento de terror, una existencia de pesadilla. 

Al escribirte sobre la calidad de vida, ha venido a mi mente un tema conexo que me alarma. 

Tu pasado. 

Sé que en tu juventud fuiste víctima de maltrato emocional. De niño sufriste el abandono de un padre indiferente y después, los gritos de un padrastro autoritario. Ahora me pregunto cómo serán tus reacciones en los momentos de ira o frustración. Porque la mente humana es traicionera y los patrones subconscientes tienden a salir a flote cuando perdemos el control. Si las heridas del alma no han sanado bien, la persona repite los modelos de conducta que observó. El niño maltratado suele convertirse en adulto maltratador.

De eso quiero que hablemos ahora. Si tienes el valor.

La última oportunidad

Cuando la presión interior estalla 

La epilepsia de nuestro hijo Daniel fue evolucionando poco a poco. Primero tuvo las llamadas crisis focales: constantemente decía oler o escuchar cosas que nosotros no percibíamos. Más tarde aparecieron las ausencias del pequeño mal: lapsos breves en los que suspendía toda actividad y permanecía con la mirada fija, como estatua, sin conocimiento y sin capacidad para responder a los estímulos. Por último, después de un largo periodo en el que no sufrió ataque alguno, padeció la primera crisis convulsiva tónico-clónica del gran mal

Aquella noche también hizo explosión la bomba familiar. Nos disponíamos a dormir cuando escuchamos la voz de Daniel que nos llamaba desde su recámara. Mi esposa acudió de inmediato. Yo tardé en reaccionar. 

—¡Guillermo, ven rápido, por favor! —la voz de Shaden sonó muy alarmada. 

Corrí al cuarto del niño. 

—Tiene alucinaciones... Otra vez. 

Mi pequeño lloraba, levantaba la mano derecha y señalaba a un ente monstruoso que sólo él veía. Su mirada angustiada y sus palabras incoherentes eran muestra inequívoca de la actividad eléctrica desordenada en su corteza cerebral. 

—Cálmate, mi vida —le decía tratando de abrazarlo—. No es nada... Cierra los ojos... 

Pero Daniel seguía gritando, lleno de un terror indecible.

—No quiero que se vayan —articulaba entre gemidos. 

—¿Qué dices? No nos vamos a ir... 

De momento se tranquilizó. 

—Los brazos me hormiguean —balbuceó—, tengo mucho miedo. 

—No pasará nada... —respondí al momento en que lo recostaba en su cama, anticipando lo que podría pasar... 

—Los quiero a los dos... juntos... 

Fue lo último que dijo antes de paralizarse. Entonces comenzaron las convulsiones. 

Shaden y yo habíamos leído respecto a las diferentes manifestaciones de la epilepsia, pero nunca, hasta esa noche, habíamos presenciado de cerca la fuerza de un ataque espasmódico del gran mal. Con torpeza, aflojé la ropa del pequeño para ayudarlo a respirar y puse almohadas a sus costados. La impotencia que me invadió era tanto más terrible cuanto más violentas las contracciones. Se recomendaba no tratar de inmovilizarlo, no introducir objetos en su boca ni darle medicamentos... Sólo esperar... 

Pasados algunos minutos, las sacudidas se fueron haciendo menos intensas hasta que desaparecieron. El niño recobró parcialmente el conocimiento, moviendo la cabeza y quejándose. 

Lo abracé y le susurré al oído que lo amábamos. Shaden también se acercó a acariciarlo. Era muy doloroso enfrentar el sufrimiento de un hijo y no poder hacer nada para ayudarlo. 

—No se divorcien... —articuló pastosamente, como si su mente se hubiese detenido en la misma idea anterior a la crisis. 

—Aquí estamos, mi vida —le dije con un nudo en la garganta—. Los dos, juntos. No te preocupes... Trata de descansar... Todo está bien. 

Ignoro cuánto tiempo pasamos contemplándolo. 

Después de un largo rato me incorporé e indiqué a mi esposa que debíamos dormir. No contestó. Me encogí de hombros. Si quería pasar la noche dándose de topes contra la pared, era asunto suyo. 

Salí del cuarto de mi hijo y me metí a la gélida cama matrimonial. Durante largo rato permanecí recostado con los ojos fijos en el techo. Cuando mi esposa entró a nuestra recámara, simulé dormir. Encendió la luz y se detuvo de pie junto a mí para observarme. 

—Sé que estás despierto. 

Permanecí inmóvil. ¡Qué infame se presentaba ante mi mente la cadena de preocupaciones! Sentía deseos de salir corriendo. ¿Cuánto tiempo hacía que no compartía con alguien mis sentimientos? 

Shaden comenzó a desvestirse. No entreabrí los ojos para admirar sus bellas formas, como lo hacía antaño. Se puso una bata y se acercó para decirme: 

—¿Qué nos está pasando, Guillermo? Me siento muy sola. 

Quise contestar “yo también”, pero mi boca permaneció cerrada. Trató de sentarse a mi lado y, como no halló espacio, se incorporó, confundida y triste. 

Se respiraba una atmósfera nostálgica, como si el aire hubiese multiplicado su densidad y tratara de aplastarnos... 

—¿Qué te ocurre? —insistió—. ¿Estás enojado conmigo? ¿Hice algo malo? ¡Dímelo! ¡Ya me cansé de tu silencio! 

—¡Déjame en paz! —espeté—. Estoy afligido por lo que acaba de suceder, ¿no te das cuenta? 

—¿Y tú crees que yo estoy feliz? ¿Por qué no podemos compartir nuestras ideas ni siquiera en momentos como éste? 

Miré el reloj.

—Van a dar las tres de la mañana. Tengo que levantarme a las seis. No es momento para compartir nada. 

—¡Siempre debes levantarte temprano! ¡Ahora trabajas más y tenemos menos dinero! ¿A qué se debe? ¿Por qué ya no vienes a comer? ¿Por qué llegas cada vez más tarde a casa? 

—¡Ya basta! ¡Déjame en paz! 

—¡No, no basta! Por favor, Guillermo. Explícame qué rayos está pasando. ¿Acaso hay otra mujer? 

—Sería bueno... 

Shaden se quedó quieta frente a mí, tratando de recuperar el aplomo. Un abismo infranqueable nos separaba. 

Recordé haber leído que cuando le preguntaron a cuatrocientos psiquiatras por qué realmente fracasaban los matrimonios, el cuarenta y cinco por ciento contestó que uno de los factores principales era la incapacidad de los maridos para expresar sus sentimientos. 

—Si tú y yo nos entendiéramos mejor, el más beneficiado sería nuestro hijo. 

Su último argumento me aplastó. Yo era capaz de hacer cualquier cosa por mi niño... 

Me senté en el borde de la cama frotándome la cabeza. ¡Cómo necesitaba dar escape a tanta presión interna, expulsar las penas, vomitar las toxinas de mi conciencia! La máscara que me caracterizaba era, en realidad, un mecanismo de defensa para ocultar mi naturaleza vulnerable. Ya no podía llevar más tiempo a cuestas esa carga de preocupaciones, miedos y conflictos irresolutos. ¿Cómo escaparía del laberinto? En el mundo competitivo de los negocios o de la política sólo se triunfa siendo diplomático, suspicaz y frío. Yo era así. Me resultaba muy difícil desahogarme porque estaba demasiado acostumbrado a callar...

—Hace tiempo que dejaste de luchar por nuestro matrimonio —remarcó mi esposa al verme enmudecido—, y Daniel no se merece eso. 

—¡Otra vez lo mismo! —contesté cayendo en la cuenta de que intentaba chantajearme—. ¿Quieres apartarte de mi vista? 

—Mira, Guillermo, yo también me estoy cansando de ti... He hablado con otras personas y todos están de acuerdo en que no puedes seguir tratándome de esa forma. 

—¿Todos están de acuerdo? ¡Vaya! Y de seguro tu madre es la primera en estarlo... ¿Cuándo aprenderá esa señora a no meter la nariz en lo que no le importa? 

—Pues, independientemente de lo que otros opinen, me estoy cansando, y debo decirte que si las cosas no cambian, vas a perderlo todo... 

Me puse de pie, sintiendo cómo la ira comenzaba a calentarme las manos. 

—¿Estás amenazándome? 

Tardó en contestar. Le costó trabajo cruzar ese puente y sincerarse. Al fin lo hizo: 

—Sólo quiero hacerte saber que ya no estoy dispuesta a dejarme tratar como basura... He comenzado a buscar asesoría legal. 

La miré con los ojos muy abiertos. 

—¡Pues pongamos manos a la obra! Diles a tus abogados mañana que envíen los papeles del divorcio a mi oficina. Yo me voy de una vez y para siempre.  

Caminé hasta el armario y comencé a arrojar mi ropa al suelo sin ton ni son. En realidad no deseaba divorciarme ni irme de la casa, pero tampoco podía mostrarme débil ante su desafío. 

Comencé a hacer mi maleta en espera de que se retractara, lo cual solía ocurrir: podíamos alegar durante horas sin llegar a ningún lado, pero en el momento en que yo usaba el recurso de esfumarme, ella cambiaba de actitud, se ponía en medio, me pedía que no me fuera y yo aprovechaba para lanzar blasfemias e insultos superlativos. Era una forma de recuperar mi autoridad. No era la mejor, pero a veces me sentía tan infeliz y devaluado que precisaba echar mano de cualquier recurso para lograr respeto. En la empresa, la gente me trataba con gran deferencia: los empleados me adulaban, las secretarias me brindaban un trato delicado, los proveedores me llevaban regalos y nadie podía entrar a mi oficina sin previa cita. En mi hogar, en cambio, yo era “el viejo”, “el ogro”, “el gruñón”, “el panzón”; cuando llegaba, las risas se apagaban y las conversaciones entusiastas entre mi esposa y mi hijo se desvanecían.

—Tú debiste ser hombre —dije metiendo la ropa sin cuidado en la valija—. Quieres llevar las riendas, pero a mí no me vas a manejar.

—¡Claro que me hubiera venido bien ser hombre para tener derecho a gritar, igual que tú!

—De todas formas lo haces. ¿O es que no te has oído, bruja histérica? Te gusta mandar y disponer, pero lo absurdo es que también quieres que te mantengan.

—¡Lárgate de esta casa!

—Claro que me voy. Ése siempre fue tu deseo, ¿verdad? ¿Por qué no lo dijiste antes?

—Porque te tenía miedo, pero ya no, ¿me oyes?

—Así que ése es tu plan. ¿Y desde cuándo? ¿Las feministas te lavaron el cerebro? ¿Te dijeron que debes estar en la moda de la liberación? Te advierto que si salgo por la puerta ahora, no volverás a verme.

—Ya no amenaces. Inspiras lástima. Vete. ¡Te estás tardando!

Me volví de espaldas y seguí haciendo mi maleta.

Mi esposa me tomó del brazo haciendo un último intento.

—Quiero que cuando estés lejos recuerdes la enfermedad de tu hijo —remató—. Ya viste cómo le afectó la idea de nuestra separación.

Me sacudí su mano.

—¿Le dijiste que estás consultando abogados?

—Sí. Para prevenirlo.

Pateé el equipaje y comencé a dar vueltas por el cuarto.

—¡Maldición! —mascullé—. ¿Sabes que haberle dicho eso pudo ser la gota que derramó el vaso en su sistema nervioso? ¡Maldición, maldición! —repetí dando dos, tres, cuatro puñetazos con todas mis fuerzas en la pared, hasta que un intenso dolor en los nudillos me detuvo.

Esta vez nuestra familia parecía a punto de sufrir un colapso radical. Salí del cuarto. Mi esposa me siguió hasta la sala.

—No podemos ocultarle a Daniel la realidad —dijo—. ¿Crees que es tonto? ¡Se da cuenta de todo! Además, no fue por eso que sufrió el ataque. Hace dos semanas le suspendimos el medicamento, porque los síntomas habían desaparecido, ¿ya no te acuerdas? ¡Por eso pasó lo que pasó!

—¿Dejaste de darle...? —me aproximé a ella respirando agitadamente. Dio un paso atrás.

—Sí. Acuérdate que te lo comenté.

—¡Nunca me dijiste nada!

—Lo hice, pero tienes la costumbre de no escucharme. Cuando hablo, piensas en otras cosas y me contestas a todo que sí.

El organismo de los animales, ante la ira o el miedo, deja de irrigar sangre al cerebro para tonificar los músculos y disponerse a huir o atacar. Algo parecido me ocurrió.

—Vaya. ¡Le suspendiste la medicina al niño y le produjiste angustia diciéndole que quizá sus padres se divorciarían! No cabe duda de que eres una real y reverenda estúpida.

—Y tú eres un cobarde. Como marido dejas mucho que desear.

—¡Cállate!

—¡Nunca has madurado! ¡Te crees muy listo, pero la verdad es que eres un cerdo que se escuda en el trabajo para no cumplir en su casa...!

Entre nubes detecté el peligro de mis impulsos y me volví hacia el vitral que estaba detrás; lo empuje dando un alarido. El emplomado cedió y el cristal se hizo añicos. Sufrí algunas cortadas.

—Todas estas figurillas son basura —bufé—. La casa entera lo es. ¿Qué caso tiene haber invertido tanto en ella si tú estás planeando divorciarte? —caminé batiendo muebles, rompiendo floreros y estatuillas—. Nos divorciaremos —dije acercándome a ella—, pero tarde o temprano me quedaré con el niño. Me iré de tu vida y me llevaré a Daniel.

—¡Estás loco! —gritó—. Vales más muerto que vivo. ¡Desaparece! Eres un maldito psicópata que...

No la dejé terminar. Alcé la mano derecha e impacté el dorso sobre su cara. Rodó por el piso. Se arrastró hacia atrás, aterrada, al tiempo que rompía a llorar.

Todo era inútil ya; nuestro matrimonio se había ido por las cloacas. Miré mi rostro desencajado en el espejo: parecía una bestia sin control. Sentí lástima y rabia.

Me dirigí a la recámara. La escena recién vivida me parecía un sueño incongruente y despiadado… ¡Le había pegado a mi esposa! ¡Yo, que siempre argumenté en contra de la violencia familiar! ¿Por qué? ¿Cómo caí en esa trampa?

Mucho tiempo después, reflexioné en que los hombres solemos incurrir con mayor frecuencia en adulterio, alcoholismo, infidelidad, abandono de hogar o mal humor crónico, no porque la naturaleza masculina sea más proclive a la corrupción ni porque a los hombres nos guste el libertinaje egoísta, sino porque las emociones no habladas, los sentimientos acumulados sin desahogo, ocasionan una presión interna que, tarde o temprano, nos hace estallar en escapes inaceptables y extremos ridículos.

Escuché a mi mujer hablando por teléfono. ¿A quién podría estar llamando a las cuatro de la mañana? Observé la extensión en la mesita del pasillo y me acerqué al aparato color pistache para averiguarlo; estaba a punto de descolgar cuando descubrí sobre la mesa un papel amarillento que hacía años no veía. Había sido colocado de forma evidente para que lo descubriera…

Shaden lo puso ahí. Era una mujer demasiado lista o demasiado ingenua…

2

¿Capacidad técnica o buenas relaciones?

Cinco años atrás, Shaden y yo habíamos participado en un retiro conyugal en el que hicimos una renovación de nuestros votos matrimoniales y firmamos juntos ese papel pergamino… No supe si lo había dejado junto al teléfono para burlarse, para despedirse o para hacerme sentir más humillado por mi brutalidad.

Cuando la oí colgar, bajé la escalera. Estaba sentada en un sillón de la sala. Daniel había despertado y se acurrucaba medio adormilado en su regazo…

Pasé de largo sin verlos, sintiéndome como cucaracha.

Al regresar de tomar agua que no apetecía, nuestros ojos se cruzaron. El rostro de Shaden estaba enrojecido por el golpe. Intente decirle que había visto la hoja con la promesa matrimonial de aquel retiro… que estaba muy arrepentido por haberla abofeteado... Fue un momento crítico, un momento de silencio en el que quise caer frente a ella y suplicarle que me perdonara… De haber hablado… de haber dejado que las lágrimas salieran… quizá la trayectoria que me llevaba directo al mismísimo infierno habría dado un leve viraje. Pero seguí caminando impasible y erguido.

Regresé a mi cuarto.

A los pocos minutos oí el pestillo del portón exterior y el motor del automóvil de mi esposa. Me asomé por la ventana.

Alcancé a ver en el asiento del conductor a Shaden y, junto a ella, los cabellos negros de mi hijo Daniel.

“Perro que ladra no muerde” (por lo menos mientras está ladrando). Yo, que había hecho un teatro amenazando con irme, aún seguía ahí. Ella, que no abrió la boca, ya se iba.

Pensé en detenerla, pero me moví muy despacio, como se mueve la gente atrapada en un episodio de depresión aguda.

Cuando llegué al patio, era tarde. El pequeño automóvil azafranado había dejado el garaje y se alejaba rechinando las llantas por la calle solitaria.

Me quedé dormido en el sillón de la sala, donde había visto a Shaden por última vez. Desperté cerca de las diez de la mañana. Creí que todo había sido una grotesca pesadilla, pero al reconocer el lugar, al verme vestido y con zapatos, me di cuenta con tristeza de que el desastre era real.

Contra toda voluntad, repetía en mi mente un poema de Bécquer que aprendí muchos años atrás. Me sacudía para alejarlo, pero los versos regresaban al pensamiento como moscas a la miel:

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mi labio una frase de perdón;

habló el orgullo y enjugó su llanto

y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: “¿Por qué callé aquel día?”

y ella dirá: “¿Por qué no lloré yo?”.

Encendí el televisor y dejé que las horas transcurrieran, una tras otra, como hipnotizado por un maligno sortilegio. Llamé a la oficina e informé que no iría a trabajar. Me sentía enfermo. Ya de noche me levanté a comer algo. Al pasar junto al espejo del comedor vi mi silueta enjuta y mi cara ojerosa. Recordé que en esos días quizá recibiría un importante ascenso. ¡Qué ironía! Mi estabilidad emocional se había menoscabado justo en el momento en que me encontraba en la cima de mi carrera.

Apagué el televisor y me fui a la recámara. Entre tanta confusión mental tuve la suficiente lucidez de entender que no podía deprimirme al grado de seguir inmovilizado. Al día siguiente me presentaría en la empresa y si lograba ver materializado el sueño de mi ascenso, tal vez la amargura de mi trago familiar se mitigaría con la dulzura de mi éxito profesional...

Pasé la noche dando vueltas en la cama. A las siete de la mañana me levanté con un terrible vacío estomacal. Fui a la cocina y bebí un poco de leche. Me metí al baño y me di una ducha... ¡Cómo necesitaba hablar con Daniel! ¡Explicarle que nunca lo abandonaría, que podía contar conmigo aunque su madre y yo viviéramos separados!

Terminé de arreglarme.

Subí al automóvil, salí de casa, y me encaminé hacia la empresa.

Mi despacho, aunque pequeño, era bastante privado. Cerré puerta y persianas antes de acomodarme en mi sillón ejecutivo para revisar papeles.

Una semana antes, el gerente general de la compañía había renunciado y yo era el principal candidato a ocupar su puesto.

Busqué en mis cajones el bosquejo del discurso que había preparado por si tenía que tomar la palabra y agradecer al Consejo su decisión de elegirme, pero no bien comencé a estudiarlo caí en la cuenta de mi enfermiza arrogancia. Todavía no se llevaban a cabo las votaciones y ya estaba acariciando la idea de dar discursos...

Arrugué el papel y me froté los ojos con fuerza. Sin darme cuenta, permanecí en actitud abatida, hasta que un ruido cercano me sobresaltó.

Karen, la asistente ejecutiva de la hasta ahora vacante rectoría, me observaba de pie en la puerta.

—Discúlpame por no llamar antes de entrar... —me dijo con su habitual tono dulce.

—No hay cuidado —respondí frotándome la cara.

—Guillermo, dentro de dos horas se llevará a cabo la junta para elegir al nuevo gerente general. Debes asistir puntual.

La miré. Era una mujer delgada, de cabello lacio y cuello largo; sus rasgos faciales, un poco toscos, eran suavizados por su culta y elegante forma de hablar. Tenía voz sensual, movimientos delicados, mirada penetrante y comentarios agudos. No podía calificarse como hermosa; sin embargo, cuando estaba a su lado me invadía una sensación de magnetismo. Admiraba en ella la claridad de pensamiento que mi esposa no tenía.

—¿Qué te pasa? —me preguntó—. Te ves muy preocupado.

—No es nada…

Entró al despacho. Cerró la puerta con lentitud y puso seguro por dentro. Quedamos en absoluta intimidad. Se sentó frente a mí con gesto de genuina preocupación.

—Cuéntame... ¿Tienes problemas en tu casa de nuevo?

—Sí... Esta vez son graves... Quizá definitivos...

Permaneció contemplándome muy interesada. Diríase que mi dolor le dolía. Karen era una compañera especial: divorciada y sin hijos. Desde que nos conocimos, cerca de un año atrás, se había dado entre nosotros, sin que ninguno lo provocara, una amistad singular.

—Ojalá mi esposa fuese como tú... —le dije.

Sus ojos brillaron con bondad. Tomó el papel arrugado que contenía el bosquejo de mi discurso y comenzó a alisarlo.

—Pase lo que pase —dijo casi en secreto—, cuentas conmigo.

¡Cómo apreciaba a esa dulce e inteligente mujer! ¿Por qué la conocí ya casado? Me puse de pie. Ella también lo hizo. Me refugié en sus brazos y me estrechó con ternura. No había mala intención de ninguna de las partes, pero el acercamiento se dio. Fue maravilloso sentir su calor, su preocupación por mí.

Le hablé al oído, titubeando, como un adolescente que se declara:

—Gracias, Karen... Eres una gran mujer. Yo siempre te he admirado. He luchado contra eso porque existen normas, pero ya no me importan —dejé de abrazarla para tomarla de las manos. Me observó, callada. Continué—: ¿Sabes?, jamás lo había aceptado abiertamente, pero te quiero mucho...

No se asustó ni se incomodó. Esa mañana la atracción nos envolvió como una llovizna imperceptible y, cuando nos dimos cuenta, ya estábamos empapados. Nuestras miradas cruzaron mensajes tácitos de una química ostensible.

—Yo también te quiero, Guillermo —aventuró con los ojos muy abiertos y el rostro encendido.

Bajé la cabeza y me tapé la frente con el puño de la mano izquierda. Un paso más y nada podría detener la reacción en cadena del episodio sensual.

Apartó el puño de mi rostro con un movimiento suave.

La observé en silencio. Es increíble la forma en que la mente puede analizar posibilidades y evaluar circunstancias provocando en el cuerpo una enorme respuesta sin que haya ocurrido nada aún. Nos abrazamos otra vez y, casi sin permitir lugar al raciocinio, nuestros labios se unieron en un beso largo. Hacia años que no besaba así a mi esposa, y me excité como en los remotos días de la juventud en los que acercarse a las chicas era todo un reto...

Nos separamos. Me tomó la mano derecha y la colocó sobre su cuello para que la acariciara. Lo hice muy despacio; no había ninguna prisa. Cerró los ojos y movió la cabeza en círculos. Al tocarla susurré que me sentía muy solo. Lo curioso era que en la antevíspera no pude decirle lo mismo a Shaden. Deslicé despacio la mano derecha hasta sus senos y seguí la trayectoria a la cintura con la levedad del artista que dibuja el cuerpo de su modelo.

Escuchamos sonidos que provenían del exterior. Me aparté de inmediato.

—La puerta está bien cerrada —murmuró.

La miré sin moverme. Para mí la sesión había terminado. Cuando el hombre sólo experimenta atracción sexual, puede escapar a tiempo, porque sus sentimientos están intactos, pero cuando la pasión se combina con sentimientos de afecto, se trata de algo más peligroso. Lo entendí y quise alejarme para reflexionar, pero Karen me tomó la mano y me atrajo para que recargara mi cuerpo en el de ella. Sus ojos profundos se clavaron en mi rostro. Con la voz más dulce que he escuchado jamás y la mirada más intensa, llena de deseo, que he visto, me dijo:

—Guillermo... hazme el amor…

No era una petición. No era un deseo. Era una orden.

Asentí en señal de promesa. Otro día. En otro lugar.

Unos minutos más tarde me encontraba en la sala de reuniones. La enorme mesa rectangular para juntas brillaba como si hubiese sido barnizada la noche anterior. Se llevaría a cabo la votación del Consejo administrativo para elegir al próximo gerente general. Había un ambiente tenso. Los nominados al puesto éramos un rígido ingeniero, un torpe licenciado en finanzas, una contadora inexperta y yo. Desde mi punto de vista, los dos primeros eran rivales interesantes, pero la tercera estaba descalificada de antemano; nadie se explicaba cómo había llegado tan alto.

Además de los cuatro postulantes, alrededor de la mesa se hallaban el presidente de la compañía, los seis miembros del Consejo Directivo y Karen, la secretaria que transcribiría los acuerdos.

El doctor Vallés, presidente de la compañía, hizo las presentaciones protocolarias, después aclaró las razones por las que el anterior gerente renunció a su cargo y agregó en tono de familiaridad:

—Quiero recordarles que los cuatro candidatos son técnicamente aptos para ocupar el puesto vacante. Cualquiera podría desempeñar con eficacia la función operativa, por eso, para hacer la elección, procuraremos observar el aspecto humano. Nuestra empresa necesita un verdadero líder.

Estos comentarios me pusieron nervioso.

—Estamos viviendo tiempos de cambio —continuó—. Ahora se sabe que los empleados mejores y más productivos no son quienes se entregan al trabajo con amargura para olvidar la pena de tener su vida personal deshecha. La verdadera calidad y rendimiento sólo se da en gente realizada, plena y feliz. Nadie puede gobernar con cordura y equilibrio su trabajo si no ha logrado gobernar su vida. Es del dominio mundial en las altas esferas de mando que en esta era ya no ganan los tramposos, evasores y desleales. ¡En el siglo veintiuno sólo sobrevivirán las empresas éticas, cuya calidad comienza con su gente! 

Hizo una larga pausa. Las manos me sudaban. Karen levantó la vista para mirarme. La ignoré. ¿Es que acaso el decano había tenido noticias de mi “vida personal deshecha”? ¿Se trataba de un plan estructurado para eliminarme? Era una gran mentira declarar que cualquiera de los candidatos desempeñaría bien la función operativa. ¡Todos en esa mesa sabían que yo era la única persona con la preparación y experiencia idóneas para el puesto! No podían eliminarme a menos que se basaran en cuestiones subjetivas. 

El director del Consejo agregó:

—Nuestro procedimiento de elección será sencillo. Cada uno de los cuatro candidatos llenará esta forma para evaluar a sus tres compañeros y a sí mismo. Concluirán diciendo, también por escrito, a quién elegirían para el puesto y por qué. Luego saldrán de la sala para que podamos deliberar.

¡Eso era una cuestión subjetiva! ¿De qué me había servido ser siempre tan exacto en mis cálculos, tan audaz en mis proyectos financieros, si al momento decisivo para subir el escalón clave iban a elegir al más simpático?

Se repitió en mi mente una pregunta que en otras ocasiones me había planteado: ¿Qué vale más en la vida?, ¿el trabajo o las influencias?, ¿el profesionalismo o las buenas relaciones? Siempre navegué con la bandera de que lo principal son los hechos y no los conocidos. En ese momento me pareció una conclusión precaria.

Para tratar de dominar la aprensión que me invadía, miré alrededor. Observé un cuadro del Apolo 11 al momento de su lanzamiento en Cabo Kennedy y mi vista se perdió en la antigua fotografía. Había algo en ella que me hipnotizaba.

Un cohete no puede ponerse en órbita sin la ayuda de un lanzador: otro pequeño artefacto que explota para después desprenderse. ¡Ahí estaba la respuesta! Yo tenía la inteligencia, la capacidad, la energía para desempeñar el puesto, pero necesitaba un lanzador que me pusiera en órbita; ese lanzador era la gente.

Miré a los tres compañeros que me evaluarían. Es importante la capacidad técnica, pero la fuerza propulsora inicial es dada por nuestras buenas relaciones humanas. Las personas y no los conocimientos son, en principio, quienes nos abren las puertas, nos promueven, apoyan e impulsan.

Nos hicieron llegar sendas carpetas con las hojas impresas que debíamos llenar. Revisé las preguntas preestablecidas para valorar a nuestros rivales. Me molestó leer el encabezado que decía “Apreciación de calidad”.

Eso era demasiado. Me puse de pie y dejé caer la carpeta sobre la mesa con energía.

—¿“Apreciación de calidad”? —protesté—. No me gusta este ejercicio. Me da la impresión de que se nos trata de tasar como productos de consumo.

Hubo un silencio cortante. Mi comentario hacía parecer ridículo al presidente corporativo. Todos lo miraron. El hombre se encaró conmigo y explicó despacio:

—Supongo que habrá leído el artículo “Calidad humana” que se publicó en la gaceta del viernes, ¿verdad?

—No, doctor... No lo leí.

—Pues nuestra empresa tiene una nueva filosofía y pretende lograr un estilo gerencial de esa clase.

—¿De qué clase? Le repito que no leí el artículo.

Los presentes me analizaron con descarada recriminación. No me dejé intimidar. Les devolví la mirada.

3

Calidad humana

—Bien —dijo el hombre—. Tome asiento. El primer punto que revela la calidad de una persona, tal como se especifica en el cuadro impreso que repartimos, es su trato sencillo y noble —se detuvo unos instantes para que no hubiese duda en el concepto. 

”¿Alguna vez ha hablado con alguien que mientras lo oye hace otras cosas? ¿Ha negociado con funcionarios a los que les gusta ser adulados y tratados como faraones? ¿Ha visto gente que, por tener un poco de poder, actúa como si fueran los elegidos de Dios? ¿Conoce personas que nos miran de arriba abajo con toda la intención de hacernos sentir inferiores? En realidad son seres de escasa categoría que ocupan puestos de primer nivel. Entiendan esto: cuanto más valioso es un individuo, más sencillamente se comporta, no importa la posición que ocupe o el dinero que posea. Quien da un trato adecuado jamás pasa de largo con hueca altivez; sabe comer en la mesa de los más humildes y de los más opulentos sin cambiar de actitud; disfruta al jugar con los niños, conversar con los ancianos, compartir sus conocimientos. Logra que los demás se sientan cómodos a su lado, como cuando se está con un amigo. ¿Viven ustedes de esa forma? ¡No hay nadie mejor que sus compañeros de trabajo y sus familiares para decirlo!”.

Bajé la cara. Los sufragios se complicaban y el anhelado puesto de gerente general se me iba de las manos. Sin querer recordé cuando mi esposa tuvo su segundo embarazo fallido. Insistió mucho en cambiar de ginecólogo; aseguraba que el nuevo doctor era más competente; yo sólo sabía que cobraba el doble. Al acompañarla a consulta me di cuenta de en qué consistía la “competencia” del nuevo médico: el hombre suspendía cualquier actividad para escuchar a Shaden con la paciencia y atención de quien dispone de todo el tiempo del mundo; contestaba sus preguntas, la hacía sentir en absoluta confianza. El doctor anterior, en cambio, era parco, de pocas palabras, frío, apresurado y en ocasiones sarcástico; se burlaba un poco de nuestra ignorancia y nos trataba como a inferiores. Huelga aclarar cuál de ellos tenía una cartera de pacientes más grande. Poca gente está preparada para medir la calidad profesional de los especialistas, pero cualquier persona puede evaluar la calidad humana, y es evidente que muchos preferimos pagar más con tal de recibir mejor trato.

—¿Quién de los cuatro candidatos cumple con este primer requisito? —preguntó el presidente.

La pregunta flotó en el aire. Yo, definitivamente, no...

—El segundo punto por evaluar es la confiabilidad. Reflexionen, por favor. ¿Qué distingue a las personas en quienes podemos confiar? Muy simple: son incapaces de traicionarnos, sabemos que no dirán nuestros secretos ni hablarán mal de nosotros; la gente confiable es honesta y gusta de decir las cosas cara a cara. Suena fácil, pero personas así no abundan. Con los años aprendemos esto muy bien: muchos amigos parecen confiables, incluso nos dan un trato sencillo y noble pero, al estar lejos, hablan mal de nosotros y nos difaman. ¿Cómo saber si una persona es confiable? Muy sencillo: evita decir cosas negativas de otros y no accede, ni por excepción, a contarnos los secretos de los demás. Quien aprovecha cada oportunidad para difundir los errores y tropiezos de sus conocidos, se queja de todo, o propone acciones que pueden perjudicar a alguien más, es una persona poco confiable. Se fingirá tu amigo mientras le sirvas para algo, pero hablará mal de ti a tus espaldas. El nuevo director de esta empresa debe aquilatar entre sus virtudes principales la confiabilidad. Él mismo debe preferir tener un equipo menos competente, pero más confiable; menos experto, pero con la camiseta puesta. El líder de esta empresa debe ser una persona discreta que no venderá un secreto al mejor postor. ¿Quién de los cuatro candidatos cumple este requisito?

Me sentía flotando en el limbo por la aprensión. En esa sala, varias personas me habían oído hablar de la “bola de brutos” que teníamos en el departamento de ventas. Me volví a ver a Karen como tratando de evadirme. Estaba cruzada de piernas junto al presidente. Mi pensamiento fantaseó con el deseo de estar con ella y hacer lo que me pidió. Dejarme llevar en esos momentos por la enajenación de mis instintos poco confiables me proporcionó un íntimo consuelo al comprender que estaba a punto de fracasar en mi más grande aspiración profesional.

—El tercer punto para determinar la calidad humana de una persona es su positivismo —declaró el presidente corporativo—. Las personas que más valen son positivas. Aunque les vaya mal y el ambiente sea hostil, permanecen optimistas, con deseos de seguir luchando. Las personas positivas no claudican, se caen y se levantan una y otra vez hasta lograr sus anhelos. Todos poseemos dos cristales a través de los cuales podemos mirar hacia el exterior: uno transparente y otro opaco. Quien está acostumbrado a ver por el cristal opaco es una persona negativa, todo le desagrada, no brinda ayuda gratuita ni tolera que le llamen la atención por su conducta. Se concentra en los defectos y acaba detestando a toda la gente con quien convive —Vallés se detuvo mirando a su reducido auditorio y concluyó—: Un vendedor profesional muy destacado decía: “Mi secreto consiste en concentrarme en las cualidades de la persona que voy a visitar; estando en su oficina, ignoro los detalles que me desagradan, y procuro hacerme una buena idea de mi cliente; me esfuerzo por admirarlo, apreciarlo, comprenderlo y hasta quererlo; todo es cuestión de concentrarme en lo bueno. El cliente percibe mi agrado sincero y deja de estar a la defensiva”. Esta cualidad funciona hasta con las cosas. Piensen en todos los defectos del coche que tienen y acabarán aborreciéndolo, y avergonzándose de él; en cambio, concéntrense en lo bueno del automóvil, en el servicio que les da, en lo útil que es, y aprenderán a quererlo, lo cuidarán y se sentirán a gusto conduciéndolo. Ser positivo es buscar lo bueno, es no dejar que las opiniones corrosivas influyan en nosotros. ¿Cuántas veces nos han hablado mal de una persona ausente y nosotros, dejándonos llevar por las habladurías, tomamos partido de inmediato? Este fenómeno es muy común, divide empresas, comunidades y familias.

Hizo una pausa para tomar agua y concluir:

—En este orden de ideas, anotarán en su hoja a cuál de los cuatro candidatos consideran más positivo.

La recepcionista, que se hallaba en el umbral de la puerta, aprovechó la pausa para hacerme llegar una pequeña nota. La leí de inmediato.

“Contador, dos hombres lo esperan afuera. Dicen que es un asunto urgente”.

Tardé en reaccionar. Era inusual que la recepcionista se permitiera interrumpir una junta de Consejo. ¿Qué asunto podía ser tan urgente y por qué no lo mencionaba en la tarjeta?

Me fue imposible abandonar la sala, pues el doctor Vallés continuó explicando el último de los puntos por evaluar y tuve que esperar hasta el final de su disertación para ponerme de pie.

—Las personas con mayor calidad humana —concluyó el anciano— también son generosas; ayudan a otros y hallan el equilibrio entre dar y tener. Piensen en aquel familiar, tío, madre, abuela, amigo, que siempre brinda ayuda, todos tienen algo que agradecerle. Alrededor de la gente buena, giran familias enteras; cuando ellos fallecen, muchas vidas se afectan porque eran la fuente de amor y bondad de la que otros se nutrían. Observen los negocios que prosperan: dan un poco más que los demás por el mismo costo. Siempre tienen algo adicional, un extra, una ganancia para el cliente. Proporcionar servicio real, trabajar más de lo que estipula el contrato, en ocasiones puede parecer injusto, pero quien lo hace resulta doblemente beneficiado. Queremos un gerente de ese corte ideológico: un poco altruista, un poco soñador, convencido de que va a cambiar la empresa para bien, que la calidad abarcará a todos los niveles jerárquicos y llegará al cliente. Queremos a alguien que no mida todos sus actos en dinero, que tenga la calidad humana de dar... ¿Quién de los cuatro candidatos es el más generoso?

Las miradas estaban fijas en el presidente. Su explicación había sido tan detallada que no dio lugar a preguntas.

Mientras los demás compañeros llenaban sus fichas de evaluación, me puse de pie suspirando. No cabía duda de que mi candidatura estaba perdida... Ante tan peculiares cortapisas no tenía nada que hacer ahí.

—Permiso —me disculpé—, ahora vuelvo.

En la recepción había dos hombres jóvenes vestidos con trajes oscuros.

—¿Quién me busca? —pregunté a la recepcionista para obligarla a presentarme a los aludidos.

—Los licenciados Ramírez y Pérez. Dicen ser abogados de su esposa.

Enfado y miedo convergieron en mi mente como un chispazo de neón.

—¿En qué puedo servirles, señores?

—Venimos a entregarle un convenio de divorcio que debe analizar y firmar para abreviar los trámites. El citatorio del juez le llegará muy pronto.

Si una mirada matara, ambos sujetos hubiesen caído fulminados al momento.

—Tanta rapidez significa que la muy... —me mordí el labio—. Ella ya tenía arreglado todo desde hacía tiempo…

—Por favor, revise los términos del acuerdo y firme las actas aquí y aquí. Mañana vendremos a recoger el expediente.

Los tipos me entregaron una carpeta que tomé trabado por la ira y la humillación. No di las gracias ni me despedí de los abogados.

Entré a la sala otra vez. Mi palidez debió ser manifiesta porque el presidente preguntó si todo estaba bien.

—No —contesté—. Cualquiera de mis tres compañeros resultará más sencillo, confiable, positivo y generoso. Yo sólo soy un buen contador. De todos modos agradezco que me hayan tomado en cuenta.

No esperé una respuesta. Recogí mis cosas y me retiré con una vehemencia que dejó a todos absortos.

Subí al automóvil dispuesto a emprender el largo camino hacia la casa de mis suegros. ¿En dónde más podía haberse refugiado Shaden? Si ella desde hacía tiempo estaba planeando nuestra separación, había llegado el momento de demostrarle que yo también sabía jugar sucio.

Dirigentes del mundo futuro

1

CAMPAMENTO EDUCATIVO

El matrimonio de Xavier y Ximena era relativamente estable. En el dintel de su casa colgaron un escudo familiar que hicieron juntos, entrelazando las letras equis de sus nombres. Se sentían orgullosos de esa coincidencia. Quisieron legar a sus hijos el mismo signo y se aseguraron de ponerles nombres que lo incluyeran; a la mayor la llamaron Roxana y al menor Max.

Ella era doctora, jefa de laboratorios en el Hospital Primario de Oriente; a pesar de tener un trabajo tan complejo, procuraba darse tiempo para convivir con su familia. No siempre lo lograba. Él era abogado fiscal, con un despacho próspero al que dedicaba diez horas cada día.

Los sábados Ximena trabajaba medio turno y solía llevar a su pequeño Max, de cuatro años, al hospital. Al salir, acostumbraba ir de compras con el niño.

Nada le indicó que pudiera haber algún peligro aquel día en la tienda de autoservicio... Traía a Max en el carrito. Estaba de mal humor porque su esposo había organizado una cena con sus amigos. Detestaba meterse a la cocina el sábado en la tarde a guisar para un hato de comensales egoístas que sólo sabían beber y contar chistes políticos.

Hastiada de su mala suerte, buscaba sin éxito un frasco de aceitunas negras. Caminó por el pasillo del supermercado. Vio a un joven con el emblema de la tienda y lo siguió para preguntarle. El muchacho atendía a otro cliente. Esperó su turno. Mientras tanto, revisó su lista de compras. El departamento de pescados y mariscos estaba a unos metros. Caminó vigilando de reojo al dependiente; ordenó un kilo de salmón. El joven se esfumó en un parpadeo. Todo indicaba que el pescado de esa noche no llevaría aceitunas. Volvió al pasillo en el que había dejado a su hijo. El carrito de compras estaba en el mismo sitio. El niño no.

La madre pensó que se había bajado por su propia iniciativa. Era muy travieso. Solía hacerlo. Al principio lo buscó con calma; caminó serenamente pensando que con toda seguridad andaría curioseando por ahí. Cuando se dio cuenta de que el tiempo pasaba sin que Max apareciera, comenzó a dar zancadas amplias y a llamarlo por su nombre. No hubo respuesta. Un presentimiento atroz comenzó a oscurecer su claridad de juicio.

“Cálmate” se dijo, “lo vas a encontrar”.

Pero no podía calmarse. Preguntó a las personas que pasaban cerca si habían visto a un chico rubio de escasos cuatro años de edad; ninguna lo había visto. Trató de no dejarse llevar por el pánico. A Max le gustaba esconderse y salir riendo a carcajadas después de un rato. Se aferró a la idea de que en cualquier momento iba a aparecer detrás de algunos anaqueles. Fue a las cajas, se paró de puntas y miró alrededor.

“Mientras no salga de la tienda” comentó en voz alta “no hay problema”. Hizo un esfuerzo sobrehumano para relajarse y acudió a la caseta de sonido.

Vocearon al pequeño.

No hubo respuesta.

Entonces empezó a correr por los pasillos, gritando. Un llanto de desesperación acompañaba sus alaridos. Toda la gente se enteró de que esa mujer había perdido a su hijo. Clientes y dependientes quisieron a ayudar.

La policía llegó. Cerraron las puestas de la tienda.

Xavier recibió el mensaje en su localizador una hora después.

Las letras en la pantalla de cuarzo decían “ven al centro comercial frente al sanatorio, es urgente”. Firmaba su esposa.

No pudo evitar lanzar una imprecación. Detestaba ese tipo de mensajes. La palabra “urgente” era demasiado delicada para usarse sin ton ni son. Su esposa lo sabía. ¿Lo sabía? Eso significaba que en verdad era urgente. Salió de la transitada avenida y tomó el puente de retorno. Cuando llegó al supermercado encontró un gran despliegue policiaco. Varios doctores y enfermeras del Hospital Primario de Oriente rodeaban a su compañera Ximena. Un helicóptero sobrevolaba la zona.

Xavier preguntó qué pasaba. No pudo creer lo que le dijeron.

—¿El niño se perdió? —preguntó—. ¿Se bajó del carrito de las compras? —comenzó a dar vueltas en círculo, tratando de atisbar alrededor—. ¿Ya lo buscaron bien?

El comandante que coordinaba las acciones lo miró de forma impasible.

—Usted no ha entendido —le dijo—. Su hijo no se perdió —hizo una pausa antes de pronunciar las palabras fatales—: Se lo robaron.

Los primeros días fueron aterradores. Iban de un lado a otro pidiendo ayuda. Caminaban como entre nubes incapaces de asimilar la magnitud de la tragedia y dormían junto al aparato telefónico en espera de que los secuestradores llamaran para pedir el rescate.

La angustia consumió a la familia. Xavier echó mano de todas sus influencias, se hizo amigo del comandante policiaco y siguió de cerca las investigaciones. Ximena solicitó permiso en el hospital para dedicarse, con su marido, a buscar. Roxana parecía muy asustada, más por la forma en que veía desmoronarse a sus papás que por el extravío de su hermano menor. Era una niña de nueve años, dulce e inteligente. Una noche escribió:

Papá, mama. Me duele verlos tan preocupados. Yo también tengo miedo, pero sé que vamos a encontrar a Max. Ustedes me han dicho que nada malo puede pasarle a la gente buena. Él es bueno y nosotros también. Los quiero mucho. Mi corazón está roto. Los amo. No lo olviden.

La nota tenía el dibujo de un corazón sangrando. Estaba escrita con trazos geométricos de extraordinaria simetría. No cabía duda de que Roxana era una niña muy madura. Xavier besó el papel y lo guardó en su cartera.

Los secuestradores no se comunicaron con ellos, pero a las tres semanas recibieron una llamada inesperada del comandante policiaco que llevaba a cabo las averiguaciones. Se escuchaba alterado.

—Acabamos de descubrir un lugar —dijo—, donde había varios niños robados. Es una vieja hacienda en la antigua carretera a Puebla.

Xavier saltó del sillón.

—Voy para allá.

—¿Qué pasa? —le preguntó su esposa esperanzada—, ¿hay alguna noticia de nuestro hijo?

—No, pero hallaron a otros niños. Parece que encontraron el sitio de operaciones de una banda que trafica con infantes.

Ella se vistió con toda celeridad. Roxana también, pero sus padres le dijeron que no podía ir. Era muy chica para acompañarlos a esos sitios.

Llegaron a la estación de policía. Había una gran agitación. Fueron  directo a la jefatura, pero el comandante estaba demasiado ocupado atendiendo a periodistas y a otros padres de familia.

—¿Qué está pasando aquí? —le preguntó a uno de los oficiales encargados de la seguridad interna.

—Encontraron el centro ceremonial de una secta ¡había doce niños y diecisiete jóvenes!

—¡¿Qué?!

Ximena y él se abrieron paso hasta la zona de primeros auxilios en el que estaban los recién rescatados. No les permitieron el acceso. Los vieron uno a uno desde lejos. Ninguno era su hijo.

Esperaron varias horas hasta que el revuelo disminuyó. Xavier entró a la oficina del jefe y lo invitó discretamente a comer algo. El funcionario lo miró de reojo como agradeciéndole el gesto. A los pocos minutos salió a toda velocidad y caminó con ellos a la fuente de sodas, detrás de la comandancia.

Sentado en el pequeño restaurante los puso al tanto de lo que estaba ocurriendo.

—Ayer por la mañana descubrimos un centro de narcóticos en el que tenían secuestrados a varios menores de edad —comentó al tiempo que ordenaba una hamburguesa con queso—. El sitio estaba ubicado dentro de una hacienda abandonada, “Sochical”, en el kilómetro ciento veinticuatro de la antigua carretera a Puebla.

—¿Dijo “un centro de narcóticos”? —preguntó Ximena asustada.

—Bueno, no exactamente. La finca era usada para dos fines: en primer lugar, experimentaban con nuevas sustancias químicas, estimulantes de la corteza cerebral. Había tres farmacobiólogos expertos. Lo trágico del asunto es que, para las pruebas, usaban niños con la supuesta finalidad de hacerlos más inteligentes. Un psiquiatra dirigía los ensayos y llamaba a la zona “campamento educativo”.

 Xavier movió la cabeza preocupado.

—¿Eso significa que algunos niños estaban ahí por consentimiento de sus familias?

—Sí. De los doce chicos en experimentación, ocho de ellos habían sido enviados por sus mismos papás. Pensaban que se trataba de un sofisticado colegio. Incluso pagaban sumas muy altas. Los padres de estos pequeños financiaban, sin saberlo, todas las actividades de la hacienda. Los otros cuatro niños figuraban en la lista urbana de extraviados.

—Es increíble —dijo Ximena—. ¿Qué pensaban esas personas cuando mandaron a sus hijos ahí? ¿En dónde tenían la cabeza?

—Fueron engañados. Es la verdad.

—¿Pero los niños dormían en ese lugar?

—Sí. Era un internado. Los menores dormían en cuartos individuales con baño, una mesa de trabajo, computadora y bocina por la que se les obligaba a escuchar música repetitiva. Los niños permanecían la mayor parte del tiempo bajo el efecto de alguna sustancia que activaba sus neuronas.

Xavier comenzaba a vislumbrar un sin fin de posibilidades que, bien escudriñadas, podrían conducirlos a más niños robados.

—Mencionó que la hacienda era usada para dos fines. ¿Cuál era el segundo?

—Algo mucho peor. En otra sección internaban a los adeptos de una secta religiosa. Ahí encontramos a cinco varones y a doce mujeres,  entre dieciséis y veintidos años de edad —el comandante se detuvo como si lo que estuviera a punto de decir le fuera a provocar malestar estomacal—. A todos, en los ritos ceremoniales, se les habían amputado uno o más dedos de las manos... —Ximena y Xavier se miraron aterrados—. Las habitaciones de los sectarios, más pequeñas que las de los niños, sin luz eléctrica y con suelo de tierra, contaban, sin embargo, con bocinas.

La doctora sacó algunas conclusiones:

—Así que tanto los niños como los jóvenes eran sometidos a diferentes procedimientos de “lavado de cerebro”...

—Sí. Y a todos se les sometían a ciertas actividades sexuales.

—Dios mío —dijo Xavier—. ¿Cómo descubrieron ese lugar?

—Dos personas reportaron a la comisaría que su hijo había sido secuestrado por el mismo director del campamento educativo al que lo habían inscrito. Declararon que el hombre se negaba a devolverles al niño. Entonces comenzamos a investigar. El padre del pequeño consiguió entrevistarse con el procurador y obtuvo una orden de cateo inmediata. Yo mismo realicé el operativo. Nos dirigimos a la hacienda abandonada tres policías y el denunciante. Fue difícil llegar. Tuvimos que atravesar varias rancherías en un sendero agreste. Dejamos el coche a buena distancia y caminamos. Un par de guardias rurales nos cerraron el paso. Nos preguntaron a dónde íbamos. Le mostré la orden de inspección y le dije que revisaríamos el sitio. Nos dejaron pasar con desconfianza. Avanzamos percibiendo que detrás de nosotros se comunicaban con alguien. Sobre la vieja construcción de la hacienda pudimos observar varias cabezas que corrían de un lado a otro, acomodándose. Me percaté de que algo andaba mal. También saqué mi radio y pedí apoyo. Casi de inmediato comenzaron los disparos. Uno de mis oficiales cayó herido. No pudimos hacer nada de momento, sólo escondernos, hasta que llegaron los refuerzos. Fue el tiroteo más espectacular en el que me he visto envuelto. Pudimos entrar al inmueble, aprehender a los laboratoristas y rescatar a los cautivos. La hacienda era un lugar en penumbras. Había dos patios grandes en los que encontramos símbolos pintados en paredes y pisos. No se ha determinado con precisión el tipo de reuniones que se llevaban a cabo ahí.

Los ojos de Xavier brillaron.

—¿Capturaron a los responsables?

—El jefe de la banda escapó. Únicamente detuvimos al psiquiatra que dirigía el supuesto colegio. Declaró no tener ninguna relación con la secta, pero nos ha sido imposible interrogarlo bien; está muy grave. Se encuentra detenido en el Hospital Urbano de Puebla.

—¿Qué le pasó?

—En la finca había un cuarto con sustancias químicas que explotó durante el operativo. El psiquiatra sufrió quemaduras de tercer grado en el incendio.

—Vaya. ¿Podemos ir a la hacienda? Me gustaría conocerla.

—Pueden, pero no tiene caso. Está destruida casi por completo. Además, sólo le permiten el paso a los investigadores.

—Entonces me gustaría entrevistarme con los niños y jóvenes rescatados. Quiero mostrarles la fotografía de nuestro hijo para preguntarles si lo han visto. ¿Podría hacernos ese favor?

—Creo que no habrá problema.

Después de que el oficial terminó de comer su emparedado, se dirigieron con él a la comandancia.

Vieron a una pareja escribiendo, sentada frente a los escritorios para tomar declaraciones.

—¿Quiénes son? —preguntó Xavier.

—Ángel y María Luisa Castillo. Los denunciantes. Gracias a ellos pudimos dar con la hacienda. Están redactando su testimonio de cómo ocurrieron los hechos, sobre todo la forma en que fueron engañados y aceptaron inscribir a su hijo en el campamento educativo.

Pasaron de largo. Ximena siempre traía consigo una fotografía del niño. La llevaron hasta la sala en que se encontraban los rescatados. Varios médicos los atendían. Había un pequeño de escasos seis años de edad, varios de unos nueve y el resto de dieciocho, en promedio. Se acercaron a ellos con mucha cautela. No deseaban asustarlos. Parecían perdidos en el universo indómito de un cerebro aletargado.

—¿Qué les pasa? —le preguntó al médico más cercano.

—La mayoría han sido afectados de sus aptitudes mentales. Creemos que el daño es reversible. Se recuperarán con el tiempo.

Mostraron a cada uno la fotografía de Max. Ninguno dio señales de reconocerlo. Ximena salió de la sala con la quijada desencajada. Después comenzó a llorar.

—Tranquilízate, mi amor.

—No puedo soportar esto. ¿Y si nuestro hijo ha caído en manos de psicópatas similares? ¡Debemos movernos rápido! ¡Hacer algo!  Así nos cueste todo lo que tenemos. ¡Todo! Daría cualquier cosa por encontrar a mi niño.

Xavier asintió. No pudo calibrar que las palabras de su esposa eran serias y que el destino estaba dispuesto a tomarles la palabra.

Regresaron a la estancia de espera y observaron a la pareja de padres que habían terminando de escribir sus declaraciones. Se estaban despidiendo del comandante. En su rostro se adivinaba un gran pesar, pero Xavier y Ximena pensaron que con gusto canjearían con ellos su desgracia. Sano o no, habían recuperado a su hijo... Su familia aún existía.

Cuando los Castillo salieron, Xavier entró a la oficina del jefe policiaco y le hizo una súplica especial.

—Yo sé que estas notas son confidenciales. Lo sé, soy abogado, pero hágame un favor. Déjeme leerlas. Quiero buscar alguna pista que pueda abrirnos nuevas posibilidades para buscar a más niños robados. El comandante movió la cabeza. Lo que le pedían era imposible, pero él también era padre de dos pequeños y podía imaginarse la tortura que sería perderlos. Suspiró y salió de la oficina sin decir nada, dejando las declaraciones sobre la mesa para que Xavier pudiera leerlas.

2

EDUCACIÓN FRAUDULENTA

Declaración testimonial de Ángel Castillo sobre el caso 123H-45/12.

Nuestro hijo Ulises tenía seis años de edad. Era muy inquieto. La directora de su escuela nos mandaba notas en forma constante de que no podían controlarlo pues se negaba a realizar los ejercicios tradicionales y ocasionaba un continuo desorden en el aula.

Un día mi esposa y yo fuimos a hablar con ella. Es una mujer mayor de edad, pedante, con ínfulas de grandeza. Nos hizo esperar en el patio por más de una hora. Yo me enfadé y caminé por el colegio.

Busqué el aula de mi hijo y me paré en un ángulo desde el que podía observar la clase sin ser visto por la maestra. Al parecer, los niños hacían planas de letras en su libreta de cuadrícula. Era notoria a leguas la pesadez del ambiente. Una pequeña rubia, después de bambolearse, se dejó vencer por el sopor y apoyó su cabeza sobre la mesa. Mi hijo, Ulises informó a la maestra que su compañerita se había dormido. La profesora no respondió. Ulises insistió exclamando que estaban muy aburridos.

—¿Ya terminaste tu trabajo? —le preguntó ella.

—Ya.

—No te creo. Eran cinco planas. ¿Hiciste cinco planas? A ver, tráeme tu cuaderno.

Ulises no obedeció. La maestra se puso de pie y fue hasta su lugar. Retrocedí un paso para evitar ser descubierto. Seguí observando la escena.

—¿Dónde están las cinco planas, eh? Apenas llenaste unos renglones. ¡Mira qué porquerías! Voy a tener que castigarte.

—Quiero irme a mi casa.

—¡Te quedarás aquí y harás diez planas! ¡Si hablas otra vez, le diré a tus papás que te has portado mal y no podrás irte con ellos!

El niño comenzó a llorar; sus compañeros vieron la escena asustados y volvieron a esforzarse en realizar el tedioso trabajo. La maestra se apoltronó de nuevo. Sentí que la ira me hacía estallar la cabeza. Eso no era justo. Achacaban al niño una mala conducta, sólo porque protestaba de los malos tratos y de los aburridísimos ejercicios.

Entré al salón y reprendí a la profesora. Le dije que esos métodos arcaicos de enseñanza laceraban la autoestima de sus alumnos, que todos los niños sanos son activos y que ella los estaba convirtiendo en pasivos y apocados. También le dije que las travesuras de Ulises, de las que tanto se quejaban, eran producto de un gran espíritu de investigación. La maestra se defendió gritando que los padres de familia teníamos terminantemente prohibido entrar a la escuela y ver las clases. Se armó una discusión muy desagradable. Llegó la directora con mi esposa. La polémica se hizo más grande aún. Todos alzamos la voz hasta que llegó el momento en el que ninguno escuchaba a los demás. Terminamos dando de baja a nuestro hijo de ese colegio.

A partir de entonces comenzamos a investigar. Nos dimos cuenta de que así como el mundo evoluciona, la educación también. Supimos que hay nuevos métodos de enseñanza, que un chico bien dirigido puede aprender a leer antes de hablar, que el cerebro en crecimiento crea conexiones neuronales en forma constante, que este fenómeno ocurre, sobre todo, en los primeros años de vida y que si se pasa por alto la oportunidad de originar, a base de estímulos, más y mejores lazos intelectuales, se desperdicia buena parte del potencial de los niños.

Visitamos todas las escuelas de la zona en busca de alguna que practicara sistemas modernos de educación. Las pocas que hallamos no podían admitir al niño a esas alturas del ciclo escolar. Fue una búsqueda incesante de varios meses. Mientras tanto, María Luisa le dio clases. Estaba sorprendida por la enorme capacidad del pequeño. Ulises aprendió con su mamá a leer, a escribir y hacer cuentas con inusitada rapidez. Era vivaracho y juguetón. María Luisa me dijo que su ritmo veloz la obligaba a enseñarle de forma muy dinámica; terminaba sus tareas con celeridad y si ella no estaba presta para ponerle otro ejercicio, comenzaba a hacer travesuras. Entonces comprendimos por qué nunca se adaptó al sistema de enseñanza tradicional. 

Un infortunado día, hallamos el anuncio el periódico. Decía: “Ofrecemos servicios especiales para niños sobresalientes”.

Como no perdíamos nada con averiguar, acudimos al lugar.

Se trataba de un edificio modernista, con enormes cristales y amplios vestíbulos de mármol. En el directorio había una lista de más de cuarenta oficinas: Médicos, abogados, arquitectos, consultores... Un vigilante uniformado nos indicó el número del despacho que buscábamos. Entramos al lujoso elevador con la esperanza de hallar una respuesta a nuestras inquietudes. La oficina alfombrada tenía paredes de caoba. Un tipo alto, calvo y de lentes circulares nos dio la bienvenida. Le mostré el anuncio y le dije estabamos en busca de una escuela con métodos modernos para desarrollar el potencial de los niños. El sujeto asintió, limpió sus lentes y habló despacio. Nos dijo que habíamos llegado al lugar adecuado. Se presentó. Dijo ser psiquiatra, llamarse Lucio Malagón y estar al frente de un colegio para hacer niños super dotados. Nos llevó a una pequeña salita llena de fotografías. Había cuadros con chicos de varias razas retratados mientras tocaban el violín, pintaban al óleo, actuaban en televisión o realizaban cálculos con una computadora. Nos aseguró que todos ellos eran casos sobresalientes graduados de sus aulas. También nos dijo que Ulises podía alcanzar esos niveles y aún más.

María Luisa preguntó dónde estaba la escuela y el hombre nos dijo que se hallaba en las afueras de la ciudad. Que de hecho le llamaban “campamento”. Le dije que deseábamos conocerla; él extrajo dos álbumes del librero y nos mostró fotografías de un lugar hermoso, con habitaciones amplias, bellos jardines y aulas modernas. “Es un paraíso educativo para los niños”, nos comentó. Oprimió un control remoto y apareció en la pared la proyección de un video que enseñaba algunas de las actividades realizadas en esa fascinante escuela. Todo parecía como sacado de un cuento de ciencia ficción. Salimos de la estancia convencidos de que habíamos hallado cuanto buscábamos.

—Nuestros servicios son únicos —dijo después—. Pero tienen dos inconvenientes. El primero es el precio. Ustedes comprenden. Mantener un colegio así, cuesta mucho dinero.

—¿Y el segundo? —pregunté.

—Verán. Para lograr nuestro objetivo debemos infundirle al niño nuevos hábitos de vida y estimular su cerebro en un ambiente controlado. Le hacemos estudios físicos y psicológicos completos, monitoreamos sus ondas cerebrales durante el sueño y lo alimentamos de forma natural. Con numerosos exámenes determinamos sus destrezas específicas y le aplicamos un programa individual, a su medida. Para eso debe dormir con nosotros.

—¿Como en un internado?

—Sí. Los niños van a su casa sólo los domingos.

Nuestro entusiasmo se desinfló como un balón pinchado. María Luisa y yo no estábamos dispuestos a internar al niño en un programa educativo por más eficiente que fuera. Investigamos en otros lugares sin éxito. El tiempo pasó y no hallamos nada adecuado. Pensábamos en el campamento una y otra vez. El temor a lo desconocido nos impedía tomar una decisión, sin embargo la idea de que en ese sitio tuvieran la fórmula para estimular de manera especial la inteligencia infantil, nos animaba. Ulises merecía la mejor educación. Le planteamos las posibilidades y él se mostró ansioso de ir a una nueva escuela. Quería tener amigos. Era justo.

Cuando visitamos al psiquiatra otra vez, su aparente profesionalismo terminó de convencernos. Le dije que deseábamos probar su programa por tres meses y aceptó sin ninguna objeción. Nos llevó a un pequeño edificio al que llamaban base de ingreso. Era pulcro y hermoso. Nos dijo que en ese sitio iba a permanecer nuestro hijo durante las primeras semanas. Fuimos vilmente engañados. Mucho después supimos que la base de ingreso era sólo un escenario falso que rentaban para guardar las apariencias. Firmamos los papeles y dejamos a Ulises con el doctor. Tuvimos una sensación de desgarramiento. Era terrible pensar que en los próximos noventa días sólo veríamos a nuestro hijo un vez a la semana, pero nos aferramos a la idea de que era por su bien. Durante los primeros días, María Luisa y yo procuramos no hablar del asunto. Después de siete días de incertidumbre, fuimos por el niño a la base de ingreso. Ulises nos abrazó muy fuerte. Parecía confundido. Alegre pero temeroso; entusiasmado pero fatigado. Charló un buen rato respecto a sus nuevos amigos y durmió toda la tarde. Daba indicios de hallarse contento, así que decidimos continuar.

A los dos meses, el doctor nos comunicó que el niño era hábil para el razonamiento abstracto y que estaban llevando a cabo un proceso de profundización en informática. A los cinco meses comenzó a realizar programas complejos para computadoras, hacía operaciones matemáticas con inusitada rapidez, leía y memorizaba páginas enteras. Era maravilloso ver su progreso. Descansé al percatarme de los incipientes resultados y pagué el complemento de la cuota para cubrir el primer año de estudios.

Xavier apretó los labios y dejó la declaración de Ángel en el escritorio.

Vio las hojas escritas por María Luisa de Castillo y las tomó. Siempre era interesante comparar las distintas perspectivas de dos personas implicadas en la misma tragedia. Leyó superficialmente los primeros párrafos que narraban acontecimientos similares. Después comenzó a hallar las primeras discrepancias y se concentró.

Mi esposo parecía aferrado a la idea de continuar con el programa. Yo no estaba de acuerdo. Me opuse desde el momento en que detecté cómo el niño perdía la chispa que lo caracterizaba. Los domingos tratábamos de aprovechar el tiempo con él. Íbamos a la iglesia, al parque, al cine, a restaurantes, aunque yo lo veía cada vez más absorto. Le exasperaban los juegos de los demás niños, conversaba poco, prefería leer o hacer diagramas y sus comentarios eran siempre negativos. Decía cosas como: “Fuera del campamento, todas las personas son unas taradas”. “Odio tanta estupidez a mi alrededor”. “las personas religiosas tienen basura en la cabeza.” A los seis meses, yo estaba desesperada. Le pregunté a Ángel:

—¿Dónde está nuestro hijo noble, optimista, soñador? En cada visita a la casa se comporta de la manera más intolerante. Actúa como un adulto amargado, preso en su mundo de libros y esquemas. El no era así. Detesta a sus primos que, por cierto, parecen más inteligentes que él; al menos son más abiertos y participativos. Más normales, ¿me entiendes? Ángel, ¡yo no quiero que Ulises se vuelva un genio de la informática a ese precio! Estoy asustada. Creo que hemos incurrido en un terrible error. Lo sacamos de una escuela en la que usaban métodos arcaicos, enfadados porque nunca nos permitieron ver lo que pasaba en los salones de clases y lo inscribimos en otra con el mismo defecto. ¡Ignoramos lo que ocurre adentro!

Mi esposo trataba de tranquilizarme; decía que estaba viendo “moros con trinchete”, pero yo leí los informes modernos respecto al desarrollo sano de la inteligencia y hallé cosas que no concordaban en el programa del campamento. Las investigaciones más recientes sobre educación infantil aseguraban que los padres no son el problema de los niños, sino la solución de sus problemas, que el desarrollo del alto potencial no debe enfocarse a un aspecto de la inteligencia sino a todas. Descubrí que existen siete áreas para determinar la inteligencia racional (comprensión verbal, facilidad de palabra, razonamiento matemático, visualización espacial, memoria, atención y lógica) y cinco para definir la inteligencia práctica (socialización, manejo de emociones,  perseverancia, imaginación y autoestima) y que las últimas son más importantes para el éxito y la felicidad, que las primeras[1]. Se lo dije a mi marido.

—Ulises reprobaría en diez de las doce áreas de la inteligencia, y obtendría una calificación sobresaliente sólo en dos. Matemáticas y memorización. En ese sitio excluyen a los padres, especializan a los niños en una área, no les permiten  practicar ningún deporte o jugar, los vuelven insociables, los hacen rechazar los principios morales, los apartan emocionalmente de su familia y, por si fuera poco no admiten visitas al campamento. Ulises me dijo que desde la primera semana lo transportaron en un autobús durante dos horas para llegar al verdadero centro secreto.

Mi esposo se molestó conmigo. Me llamó paranoica, sin embargo, al cabo de los días, terminó por darme la razón. Él mismo se dio cuenta que Ulises había cambiado incluso en el aspecto físico. Estaba más gordo, su piel se había resecado, casi no salivaba, siempre tenía la lengua y los labios partidos y sus córneas parecían ligeramente azuladas.

A los ocho meses Ángel llamó por teléfono a Malagón. Escuché la conversación desde la extensión telefónica de mi cocina. Fue desesperante. 

—Mi esposa y yo hemos decidido retirar a Ulises de su campamento. Sabemos que el dinero no es reembolsable y estamos de acuerdo. Pero no queremos esperar hasta el domingo. Deseamos recogerlo hoy mismo. ¿Nos puede decir dónde está el niño?

Hubo un largo silencio en la línea.

—Doctor, ¿está ahí? ¿Me escuchó?

—Sí... Sólo que la ubicación es confidencial. Usted sabe, estamos desarrollando tecnología educativa...

—No quiero exasperarme, pero me está invadiendo la sensación de que mi hijo está secuestrado.

—Ja, ja. No me haga reír. Ustedes lo inscribieron en el internado y aquí tenemos reglas. Además el niño está tomando algunas vitaminas. No puede llevárselo a mitad del tratamiento y menos en martes.

—¿Tratamiento? ¿Lo intoxican al principio de cada semana para experimentar con él y lo limpian los sábados para que pueda vernos?

—Señor Castillo, le sugiero que se calme y no invente infundios. Lo que le damos al niño no es medicina, sólo sustancias que estimulan su inteligencia. La química ha evolucionado y existen compuestos inofensivos que, si se administran con cuidado, producen rendimientos intelectuales muy altos. Sabemos lo que estamos haciendo y créame, todo es para bien del niño. ¿Ha visto cómo ha elevado su capacidad de razonamiento matemático y la prodigiosa memoria que tiene?

—¿Y usted ha notado lo inseguro, lo antisocial y lo agresivo que está?

No me pude contener. Hablé desde mi teléfono interrumpiendo la conversación de mi esposo con el psiquiatra.

—Soy la mamá de Ulises. En los últimos días he leído mucho. Ustedes son un verdadero timo. Los expertos dicen que en la educación de los niños existen tres aberraciones: la primera, no hacer nada para estimular su mente; la segunda, enseñarlos con métodos represivos y, la tercera, darles drogas exógenas. Es repugnante que un entrenador deportivo tolere la pereza, pero también que fuerce a sus atletas en forma cruel, y mucho más, que les suministre esteroides anabolizantes. Usted está haciendo lo tercero. Ha caído en esa aberración, que además es un delito.

—Señora. Nosotros somos los mejores educadores para desarrollar el talento en este país. No puede discutir eso.

—¡Sí lo discuto! Un verdadero centro educativo para impulsar el alto potencial de los niños debe estar abierto a los papás, dar capacitación a la familia, hacer énfasis en el desarrollo de todas las áreas de la inteligencia racional, pero, sobre todo, en las áreas de inteligencia práctica; enseñar valores, ética, asertividad, desenvoltura; darles mucho deporte, juegos, concursos... y cero, ¿me oye?, ¡cero medicamentos!

 —Si buscaban eso, debieron inscribir al niño en otro colegio. Siempre fui claro respecto a lo que les ofrecía.

Ángel volvió a tomar el mando de la discusión.

—¡Nunca nos habló de que le suministrarían drogas!

—Es inútil discutir. Además, a estas alturas, si quieren retirar a Ulises tienen que preguntarle a él. Tal vez no desee suspender el programa.

—Nosotros somos sus padres. ¡Está bajo nuestra tutela! Así que, aunque él no quiera, lo vamos a suspender.

—El domingo, ¿le parece? Llevaré personalmente al niña hasta su casa.

—No voy a esperar hasta el dom...

La línea se cortó.

Fuimos al consultorio y tratamos de obtener información con la recepcionista respecto a los otros padres del programa; pero nos dijo que la mayoría vivía en diferentes ciudades y sólo los visitaban a sus hijos una vez por mes.

Después acudimos a la base de ingreso y, aunque estaba cerrada, descubrimos a través de las ventanas que era un local adornado con muebles y paredes de utilería como el escenario de un teatro.

Contratamos a un investigador privado.

La incertidumbre nos martirizó cuando Ángel descubrió por casualidad, en una revista antigua, las imágenes de niños tocando el violín y pintando al óleo. Me preguntó si no eran las mismas que el psiquiatra tenía enmarcadas en su lujoso despacho. Las vi y me aterroricé. Eran las mismas. Eso significaba que todo había sido un circo, una farsa, incluyendo los álbumes con las fotografías de habitaciones amplias, jardines y aulas modernas.

El domingo siguiente el psiquiatra no llegó con el niño a las nueve de la mañana como había prometido. Dieron las diez, las once, las doce... Ángel y yo esperamos en la calle muy nerviosos. Teníamos la sensación de que algo malo iba a ocurrir. A la una de la tarde vimos el auto del doctor. Nos lanzamos sobre él apenas lo estacionó. Ulises no venía en el coche. Malagón abrió la ventanilla. Nos dijo que el niño se había negado a volver, que cuando supo que queríamos sacarlo para siempre del campamento se puso furioso, que lloró y pataleó como si tuviera un año de edad, que se orinó en el pantalón y gritó que no quería irse. El tipo nos dijo que era perjudicial dejar las cosas a medias pues podía haber una regresión. Mi marido lo agarró de la solapa. Yo gritaba buscando un policía. El hombre subió el vidrio eléctrico para obligar a Ángel a soltarlo. El auto comenzó a andar. Nos dejó atrás.

—Se va a arrepentir —gritó mi esposo con todas sus fuerzas—. ¿Me oye? ¡Se va a meter en serios problemas!

El coche se alejó.

Esa tarde levantamos un acta de secuestro en el Ministerio Público.

Al día siguiente llegó Malagón a nuestra casa. Traía a nuestro hijo.

Nos dijo:

—Estoy consternado por lo que ha ocurrido. Convencí a Ulises de que regresara con ustedes. No fue fácil, sin embargo aquí lo tienen. Discúlpeme si me exasperé, pero compréndame. Ulises es muy valioso, y perder a un niño como él resulta triste para nosotros. En fin... Ustedes son sus padres y tienen la última palabra. Yo me lavo las manos de la decisión que acaban de tomar.

Dio la vuelta y salió sin despedirse.

Adivinamos que el hombre estaba temeroso, como si hubiera reflexionado respecto al riesgo que corría si seguíamos investigando.

Fuimos al hospital, llamamos a nuestro pediatra en forma urgente. Revisó al niño. Le hizo análisis clínicos. No le cupo duda. Había consumido durante mucho tiempo algún tipo de droga.

Mi marido estaba furioso. Yo ya no quería que se metiera en más problemas, habíamos recuperado a nuestro hijo, pero Ángel estaba dispuesto a averiguar lo que había detrás del susodicho campamento.

Así fue como empezamos a perseguir a Lucio Malagón.


[1] Cómo estimular la inteligencia de su hijo. Readers Digest de México S.A de C.V. México 1998.

3

LOS NIÑOS PIDEN POCO

Gonzalo Gamio recibió a Xavier Félix con cierta formalidad. Lo hizo pasar a su acogedora sala.

—¿Por qué me mandó llamar, padre? —preguntó al sacerdote después de saludarlo.

—He recibido noticias de tu hija. ¿Desde cuándo no la ves?

Xavier carraspeó y tragó saliva.

—Le llamo por teléfono y le envío regalos de vez en cuando.

—No contestaste mi pregunta.

—Cuatro años, padre. Tiene cuatro años que no la veo. Usted lo sabe muy bien.

—Es mucho tiempo para una niña... Xavier, debes resignarte, y pensar en el futuro.

—¿Por eso me llamó? —apretó los dientes sin poder evitar que el chasco se convirtiera en pesar—. Supuse que había descubierto alguna pista del paradero de mi hijo. Debo encontrarlo. Si vive, tiene ocho años de edad. ¡Ocho años! ¿Puede imaginarse cuánto me necesita?

Gonzalo Gamio puso una mano en el hombro de Xavier y lo miró con seriedad.

—Tienes que volver al planeta. Poner los pies en la Tierra. Incorporarte a la vida. Estás enajenado. Despierta.

Negó con la cabeza. Por lo regular se mantenía impasible, pero estando con ese viejo asesor espiritual sus defensas emocionales bajaban. No podía ponerse máscaras frente a él.

—Hace cuatro años, mi esposa renunció al hospital. Dejamos a Roxana en casa de mi mamá y comenzamos a peregrinar de ciudad en ciudad. Descubrimos todo tipo de criminales, desde simples ladronzuelos hasta bandas organizadas. Nos impresionó saber cuántos canallas se ganan la vida explotando a menores de edad. ¡Muchos pordioseros roban niños para obligarlos a pedir limosna y a prostituirse! Otros grupos, más sofisticados, los venden entre sus contactos internacionales que comercian con órganos (corazón, hígado, córneas, riñones) para transplantes. En varios países del Medio Oriente aún existe el tráfico de esclavos; ahí llevan a niños cautivos son llevados ahí para ser explotados, sobre todo laboral y sexualmente... Hay cientos de pequeños plagiados cada año. Los motivos son muchos: Secuestradores que piden dinero, enfermos mentales que los apresan para satisfacer sus delirantes deseos, millonarios sin escrúpulos que compran bebés, chalados como Malagón que los usan en sus experimentos y degenerados que producen pornografía infantil.[1]

Hizo una pausa para limpiarse la cara. El sacerdote le apretó el hombro cariñosamente. Conocía esos datos, pero no lo interrumpió. Sabía que Xavier necesitaba enumerarlos de vez en cuando para disminuir un poco su presión interior.

—Ximena y yo nos enteramos de muchas historias macabras —continuó—, viajamos a rancherías, visitamos orfanatos, peleamos contra mafias y mafiosos. En dos años envejecimos. Hallamos... más de treinta niños extraviados que devolvimos a sus familias, pero no al nuestro... Una noche, en plena sierra de Chihuahua, encontramos el cuerpo de un pequeño que había fallecido, atado por algún fanático, en una cueva. Se parecía mucho a nuestro hijo. Mi esposa perdió la razón. Le afectó al grado de no poder coordinar sus movimientos. Entonces ocurrió el accidente...

El sacerdote suspiró. Se puso  de pie y llamó a su acólito.

—¿Quieres una limonada?

—Da lo mismo.

Un joven con retraso mental entró en la sala. Gonzalo le pidió un par de bebidas refrescantes y volvió a tomar asiento.

—Cada vez que escucho ese relato —dijo—, se me parte el alma.

—Yo lo escucho a diario. ¡Mi mente se encarga de recitármelo! Soy una piltrafa humana. Por fuera me veo normal, pero me estoy pudriendo por dentro. Camino por la vida como un desahuciado en el desierto. Nadie me ayuda ya con las investigaciones. El comandante de la policía que me brindó su amistad en un principio, también murió. Lo acribillaron en un operativo de narcóticos.

El asistente del cura llegó con una charola. Su destreza era asombrosa. Sin duda había sido capacitado con paciencia. Colocó los vasos sobre la mesa, hizo una media reverencia y se fue.

—Alguna vez me dijiste que tu hija, Roxana, adoraba a su hermanito —declaró Gonzalo disparando a bocajarro—, ¿has pensado en la forma en que le ha afectado a ella todo esto?

—Sí, padre no me atormente más. Tengo conmigo una nota que ella me escribió hace cuatro años. A veces la leo, pero pienso que la niña debe haber estabilizado su vida. Yo estoy mentalmente enfermo. Necesito una terapia psicológica. Si vuelvo con Roxana y ella presencia mi desesperación crónica la afectaré más. Seguramente mi madre la cuida bien.

—¿Por qué cometes un error tras otro? Tu madre es una mujer mayor de edad y cada vez le resulta más difícil hacerse cargo de dos nietos.

—¿Dos?

—Te has alejado por tanto tiempo que no estás enterado de las últimas noticias.

Xavier se encorvó entre apenado y abatido.

—Tu única hermana siguió el ejemplo que le diste. Tal vez por motivos menos graves, pero con el mismo resultado. Siendo soltera, hace dos años tuvo un hijo. Luego se enamoró de un chileno, se fue a Chile con él y dejó a su niño con tu mamá. ¿No te parece que son un par de hermanos irresponsables?

—Como tú lo dijiste, mis motivos fueron más serios.

—¡Xavier, reacciona! No puedes quedarte atascado en el ayer. Debes recuperar a tu familia. Perdiste a un hijo de cuatro años, pero tienes a otra de trece. No la desampares. La vida sigue.

Sintió que el calor lo sofocaba. Miró la limonada frente a él y la bebió de un sorbo.

—¿Sabes que Roxana ganó un concurso de composición literaria en la secundaria?

—No.

—Tu madre me envió una copia de su trabajo. Estaba orgullosa.

El sacerdote fue a su escritorio y extrajo una hoja. Se la alargó a Xavier. El manuscrito estaba hecho con letra prolija.

—¿Mi... mi hija escribió esto?

—Sí. Ganó el primer lugar a nivel estatal.

—Vaya.

Comenzó a leer.

Si los niños vivimos con golpes, aprendemos a ser agresivos. Si vivimos con burla, aprendemos a ser tímidos. Si vivimos con indiferencia, aprendemos a ser fríos.

Es un honor para mí presentarles el tema: “Los niños pedimos poco”.

Hace varios días, una maestra le pidió a sus alumnos que escribieran un deseo para Dios. Hubo una carta que conmovió a toda la gente y se publicó en la portada del diario principal de su ciudad. Decía así:

“Señor, tú que eres bueno y proteges a todos los niños de la Tierra, quiero pedirte un favor: Transfórmame en un televisor... para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él, para que me miren con el mismo interés con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el noticiero. Quiero hablar como algunos animadores que, cuando lo hacen, toda la familia se calla para escucharlos con atención y sin interrupciones. Quiero sentir que mis papás se preocupan por mí, tanto como se preocupan cuando el televisor se descompone y rápidamente llaman al técnico. Quiero ser un televisor para ser el mejor amigo de mis padres y su héroe favorito. Señor, por favor. Aunque sea por un día... Déjame ser un televisor.” [2]

Algunos padres dicen, “yo nunca haría a un lado a mi hijo”, pero todos lo hacen. A veces mientras ven la película que alquilaron, y otras mientras atienden amigos, trabajo, citas, viajes y compromisos. ¡Es verdad! Los adultos no se comunican con los niños.

Sé de un vecino a quien tratan como estorbo; sus padres le gritan, lo golpean cuando hace travesuras y se pelean frente a él, sin importarles la angustia que le producen. Muchos niños viven con miedo, indiferencia, burlas y sufren tanto como los pequeños abandonados.

En diciembre fui con mi abuelita a una colonia de gente muy humilde. Nos llamó la atención que un grupo de mujeres ricas asistiera a ese lugar para ofrecer desayunos a los niños pobres. Le pregunté a uno de ellos dónde estaba su mamá y me contestó: “Trabaja como nana en la casa de esa señora rica y le cuida a sus bebes mientras ella viene aquí a cuidarnos”.

Hay quienes presumen de ser caritativos, pero tienen el corazón hueco. Desean arreglar el mundo, pero dañan a sus propios hijos.

Los adultos son responsables de nuestro nacimiento y en su egoísmo, ignoran que también tenemos necesidades y derechos. Los niños somos personas puras y buenas. Llegamos al mundo con la mente limpia y queremos aprender. Observamos a nuestro alrededor y sólo vemos familias deshechas, pleitos, divorcios, robos. Nuestros padres y maestros nos enseñan a mentir y a temerles.

A una locutora de televisión, su hija le preguntó: “Mamá, ¿por qué tienes una cara tan bonita en la tele y tan fea en la casa?” Ella contestó: “Porque en la tele me pagan por sonreír, hija”, y la niña agregó: “¿Cuánto debo pagarte para que sonrías en la casa?”

Los niños no queremos dinero, no nos interesan patrimonios o cuentas bancarias, a veces los adultos quieren heredarnos “eso”; pero, con todo respeto, ¡es basura! Lo que los niños pedimos es poco. Sólo atención e interés. También tenemos nuestros problemitas y a veces no hay nadie cerca para platicárselos; también tenemos nuestro corazón y a veces no hay a quien abrazar para decirle “te amo”; también tenemos un gran deseo de aprender cosas buenas y a veces no contamos con alguien que nos enseñe con paciencia.

Un niño que se llamaba Carlos Schulz, a los cuatro años de edad hizo un dibujo feo de su perrito, pero la maestra le dijo: ¡eres un gran pintor! Su padre también lo felicitó, lo abrazó y pegó el dibujo del perro en la pared. En adelante, cada dibujo que Carlos hacía, su padre lo ponía en la pared y les presumía a todos de lo bien que dibujaba su hijo. Cuando ese niño creció, fue el autor de Snoopy y muchos otros personajes.

Los niños nos convertimos en triunfadores si los adultos nos tratan como triunfadores. Los niños nos convertimos en problemas si los adultos nos tratan como problemas. Somos masilla en sus manos. ¡Por favor, papá, mamá, maestro, maestra, enséñennos lo bueno de ustedes! Adulto: los niños pedimos poco. Somos almas limpias, no nos ensucies; somos corazones buenos, no nos hagas malos; somos seres humanos, ayúdanos a vivir y así, cuando crezcamos, podremos decirte: gracias por lo poquito que me diste, porque ese poquito fue justo lo que yo necesitaba para ser feliz...

Se quedó  boquiabierto mirando el texto. Dudaba mucho que hubiese sido escrito por una adolescente, pero de cualquier modo lo había conmovido. No hablaba de niños robados ni de tráfico de órganos ni de esclavitud en Medio Oriente. Hablaba de los niños que sin haber caído en extremos trágicos, tienen una vida aparentemente normal, pero llena de tristeza. Hablaba de su hija...

Hay quienes presumen de ser caritativos y tienen el corazón hueco. Desean arreglar el mundo y dañan a sus propios hijos.

Inclinó la cabeza otra vez, vencido por la presión interior. ¡Qué miope, qué torpe, qué...!

—Debes regresar a la capital. Tu hija necesita a su padre.

—¿Y por qué? —preguntó apretando un puño con repentina rabia—. ¿Qué culpa tiene esa niña de que se hayan robado a su hermano, de que su madre haya muerto de esa forma y su padre vuelto medio loco? ¿Por qué a unos les va tan bien y a otros tan mal? ¿Dónde está la justicia de Dios? ¡Explíquemelo! Yo solía pensar que a la gente mala le va mal, ¿cuándo fuimos tan malos en mi casa para merecer esto?

El chico discapacitado entró a la sala atraído por los gritos.

—No hay ningún problema —le dijo el padre—, puedes irte.

Pero el joven, inocente, señaló a Xavier con el índice y balbuceó un par de frases ininteligibles.

—No te preocupes —insistió su tutor—. A veces las personas lloramos y luego nos sentimos mejor. A ti también te pasa. ¿Recuerdas?

El joven se retiró sin dejar de mirar al visitante.

—A ver —comenzó Gonzalo—. ¿Tú crees que todos tenemos los mismos derechos?

—¡Por supuesto!

—Pues estás en un error. Ese chico minusválido tiene más que nosotros.

—No entiendo.

—Imagina que entre mil personas, a la señora Pérez le roban su bolsa. En forma automática ella adquiere un derecho que no tienen las otras novecientas noventa y nueve personas. El de que su bolsa le sea devuelta. A eso se le llama “derecho de restitución”. ¿Comprendes? Los niños huérfanos, los que nacen enfermos, las víctimas de la maldad, no se lo merecen. Ni sus padres ni ellos pecaron; a la larga se les devolverá multiplicado cuanto se les quitó. Serán bendecidos de forma profusa.

—¿Dónde dice eso? —cuestionó Xavier a manera de objeción—. Muchos versículos bíblicos aseguran que el mal se castiga y el bien se premia, pero no conozco ninguno que declare: “si a un hombre bueno le va mal, Dios lo recompensará posteriormente”.

—Pues yo sí. Lo asegura el libro de Job y, sobre todo, el “Sermón del Monte”. ¿Te parece poco? Jesús no dice: “bienaventurados los hambrientos porque están purgando una condena que tienen merecida”, dice que serán saciados. No dice: “bienaventurados los que sufren porque así aprenderán a ser buenos”. Dice: “si sufren, serán consolados, si están enfermos, serán sanados, si lloran, reirán y si son humildes, poseerán el Reino de los cielos”. Es el decreto del equilibrio.

—Pero ¿por qué se nos quita algo para después devolvérnoslo? ¡Es absurdo!

—Xavier, vivimos en un mundo en el que predomina la perversidad. Tú lo has comprobado. Muchos acontecimientos negativos son consecuencia de nuestra mala conducta, tal como lo dicta la ley de causa y efecto; pero otros sucesos dañinos simplemente llegan a nuestra vida porque estamos rodeados de maldad. A estas desgracias se les estampa el sello de restitución. No quedarán así. Se recompensarán a los que sufren con sobreabundancia de bien.

—Entiendo la mecánica, pero no me gusta.

—Claro. Todos deseamos justicia inmediata. Por eso debemos actuar; ofrecer en vez de reclamar, ayudar en vez de lloriquear. Si no puedes abrazar a tu hijo ausente, abraza a tu hija presente. Conviértete en algo así como un “agente de restitución”.

Xavier se dio cuenta de que el chico minusválido espiaba, escondido detrás de la puerta.

—De acuerdo. Me ha convencido. Iré a la capital.

El sacerdote extrajo de su cartera una tarjeta de presentación y se la alargó.

—Si lo haces, aprovecha también para visitar este lugar. Es importante.

Xavier leyó en voz alta el título de la cartulina.

—Dirigentes del mundo... —hizo una pausa— ¿futuro? ¿Qué significa?

—Es un sitio en el que está a punto de brotar algo muy grande. La energía atómica sirve lo mismo para construir que para destruir. Depende en qué manos caiga. Lucio Malagón ha salido de la cárcel.

—¿Cómo?

—Estuvo encerrado cuatro años. Es un tipo maniático y resentido.  Está dispuesto a vengarse de Ángel Castillo. También por eso te llamé. Ve al domicilio de la tarjeta, pregunta por la directora y dile que te envía el padre Gonzalo Gamio. Entrégale este sobre de mi parte.

—No entiendo.

—Una vez que hayas entrado, pide informes. Diles que también te interesa inscribir a un hijo con ellos. Entonces comprenderás.

Miró la tarjeta con recelo.

—Muy bien —se frotó las manos como un luchador que está a punto de iniciar una pelea que ha anhelado durante años—, visitaré a los supuestos “dirigentes del futuro”.


[1] Gordon Thomas. Infamias de fin de siglo. Editorial Selector. México 1992. Eugenio Aguirre. Los niños de colores. Grupo Editorial Siete.  México 1993.

[2] La fuente del párrafo Conviérteme en un televisor, es desconocida. Llegó a manos del autor como regalo en un viaje a Buenos Aires. El dador aseguró haberla obtenido de un periódico en Santiago de  Chile.

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