Prólogo
Todos los cuentos publicados en esta obra consiguen tocar. Porque las palabras tocan. Y el toque de buenas palabras, tocan bien.
Eso lo aprendí de mi madre.
Yo fui un adolescente tímido y abstraído. Comencé a escribir mi primera novela en la escuela secundaria. A los dieciocho años había redactado más de mil cuartillas. Intenté publicar y no pude. Fui rechazado por editores, amigos, y familiares. Solo mi madre me entendía. Y me apoyaba. En gran medida soy lo que soy gracias a ella.
Recuerdo una noche de soledad en la que me sentía devastado como escritor novel. A pesar de haber ganado un premio de literatura, cuando quise ejercer mi derecho de ser publicado, tal como debía suceder, fui humillado de forma atroz. Al parecer los organizadores se retractaron de editar mi trabajo. Al menos así lo entendí (tiempo después supe que el rechazo hacia mi persona fue obra de un solo sujeto). Aquella noche de abatimiento me encerré a llorar. A mi modo de ver había fracasado, no solo en publicar mi novela; había fracasado en mi vida entera. No tenía amigos. No tenía novia. Era un estudiante raro, ensimismado en sus escritos; obsesionado con la idea absurda de llegar algún día a ser un escritor reconocido. Me había equivocado; eso nunca sucedería. Me lo había dicho de forma brutal el tipo encargado de publicar en la editorial del gobierno. Me lo habían dicho también las cartas escuetas de tantos impresores, distribuidores privados, a quienes mi libro les había parecido “alejado de su línea editorial”.
Pocas noches en mi juventud recuerdo haber llorado con tanto pesar.
Y mi madre entró a la habitación; ella había sentido mi dolor a través de las paredes. Ella era así. Se sentó a mi lado. Me abrazó sin hablar. Seguí llorando, y mis lágrimas fueron como el líquido que lava poco a poco las impurezas de una herida infectada. Luego me acarició la cabeza con la mano y preguntó. Yo contesté. Hablé profusamente y ella escuchó. Me tomó de los hombros y me obligó a mirarla de frente.
–Sigue escribiendo –me dijo–, algún día lograrás tu sueño de ser escritor.
–Pero yo gané un concurso –rebatí–, y no me quieren publicar. El encargado me dijo que mi libro no sirve.
–¿Y desde cuándo haces caso a ese tipo de gente? Escúchame bien…
Y me dijo tres palabras que cambiarían mi vida para siempre. Tres palabras que fueron como un bálsamo sanador. Tres palabras que detuvieron en seco mi aflicción y me ayudaron a levantarme para volver a empezar.
Esa noche también entendí que las palabras tocan. Que tienen más poder del que imaginamos. Unas aplastan y otras enaltecen. Unas levantan y otras demuelen.
Me prometí esa noche que seguiría escribiendo. Que convertiría mis palabras escritas en un toque de exaltación para mis lectores. Hoy (también es de noche) escribo el prólogo de SOBREVIVIENTES, se me eriza la piel y se me nubla la vista al recordar aquella otra noche lejana en que mi madre me tocó con sus palabras y me dio el valor para atreverme.
Porque el anhelo de convertirse en escritor es un atrevimiento. Mi vida entera lo ha sido. A la fecha he publicado treinta y cinco libros, de los que se han vendido más de veinte millones de ejemplares. Pero entre todas mis obras hay una muy especial en la que quise revelar mis secretos de escritor, con el único fin de alentar a quienes quieren escribir y no se atreven…
“¡Atrévete a escribir!” Les digo desde el título, y en cada una de las páginas. “Tienes mucho que decir. Sal a la luz. Sé luz. Exprésate como nunca. Celebra tu historia a través de la palabra. Atrévete a más”.
Escribir es el ejercicio más legítimo de existir. Cuando escribimos, somos, estamos, aparecemos, nos abrimos, emergemos. Puede ser una práctica intimidante. Porque nos vemos expuestos, en el mejor de los casos, a interpretaciones erradas.
Aun así, para la publicación de este libro, más de cien escritores lo hicieron: Se atrevieron.
SOBREVIVIENTES es una recopilación de historias premiadas en un concurso sui géneris.
Tuve el honor de ser el guía a la distancia con el método que revelo en mi libro Atrévete a escribir. Conflictos, creencias y sueños. Decenas de participantes de varios países aceptaron el reto de ir paso a paso, siguiendo mi técnica. Hubo diez ganadores.
El CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO DIAMANTE, tuvo, además de ese requisito metodológico, la exigencia de que, al final, el relato “dejara al lector mejor de como estaba”. Los finalistas del concurso fueron elegidos por el jurado editorial justo porque consiguieron un sello distintivo: se nota en sus letras el anhelo de dejar una huella positiva en el lector.
Fue maravilloso caminar con tantos escritores noveles durante un taller previo al concurso: los vimos crecer, aprender y superarse hasta alcanzar la meta de ver su cuento publicado.
Los autores (jóvenes, adultos, estudiantes, profesionales, mexicanos, panameños, costarricenses, colombianos, ecuatorianos), tienen algo que los identifica: Son sobrevivientes. Han asumido sus pruebas, heridas y caídas, como base para crear historias que sean luz para otros. No tuvieron miedo. Corrieron el riesgo y aquí están.
Para la gran mayoría de ellos, esta es su primera publicación. Fruto de esfuerzo y trabajo. Para la editorial que los publica y para mí como su mentor, este libro es nuestra forma de decirles las mismas tres palabras que me dijo mi madre, y que cambiaron mi vida para siempre…
Te las voy a decir despacio: Adriana, Laura, Mara, Karen, Manuel, Steven, Dhierich, Andrea, Arianys, y Sara. Veme a los ojos y escúchame. Son tres palabras cortas que significan: lograrás tus sueños. Este libro lo dice con hechos y es realidad. Jamás lo olvides; renueva con ellas el compromiso de seguirte atreviendo, sé que llegarás muy lejos, no me falles: CREO EN TI.
Carlos Cuauhtémoc Sánchez